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Las semanas que sucedieron a ese encuentro se convirtieron en un limbo incierto pero demasiado hermoso en el que la sensación narcótica de sentirse deseado no permitía ver nada más allá de la persona amada.
Paula pasaba la mayor parte del tiempo junto a Carlos. Había logrado que completara su tratamiento, se quedaba en su departamento y hacían los ejercicios allí, no era raro que él quisiera continuar durmiendo, las noches se habían vuelto muy intensas.
Podrían haber dibujado sus cuerpos de memoria si así se los hubieran pedido. Habían explorado los límites del placer desafiando tanto al agotamiento como al pudor. La cama, la ducha, los sillones y hasta la alfombra de aquel departamento guardaban las huellas de encuentros explosivos y otros inquietantemente perdurables en los no deseaban dejar de acariciarse.
Podían pasar largas horas uno junto al otro en aquel enorme sillón, riendo, charlando o en silencio, pero siempre a gusto. Carlos había intentado averiguar más de su pasado, ya que ella parecía conocerlo todo de él, pero Paula siempre se las ingeniaba para escabullirse.
No estaba segura de lo que ocurriría luego de aquellas dos semanas. Carlos debía partir, debía enfocarse en su campeonato y ella regresar a su vida en el hospital.
Intentaba no pensarlo, él tampoco.
No era raro que Paula pusiera música, le gustaba provocarlo con canciones de María Becerra aquella argentina que le recordaban su país, y a pesar de que al principio a él no le gustaba aquella música, verla bailar con su ritmo provocador había comenzado a antojarse demasiado tentador.
Bailaba mientras él entrenaba, mientras cocinaban e incluso mientras él atendía importantes llamadas, obligándolo a contener la sonrisa que continuaba dibujando su rostro cada vez que pensaba en ella.
Paula era todo lo que le gustaba, era alegría, espontaneidad y brillo. Era dulce y apasionada a la vez, y lo que era aún más inquietante, era capaz de hacerlo sentir deseado, satisfecho y dueño de una felicidad que no recordaba haber experimentado incluso en las victorias que lo había llevado hasta el lugar en el que estaba.
Paula por su parte cada día encontraba algo más en él que le resultaba fascinante. Era divertido, considerado y dueño de una pasión capaz de hacerla vibrar con sólo rozarla. Quería que supiera cuánto le gustaba, quería hacerle sentir todo lo que pasaba por su mente cuando pensaba en él. Lo disfrutaba despierto o dormido, conocía las caricias que lo encendían y los besos que lo volvían irrefrenable, sabía cuando el placer estaba llegando al límite y no dudaba en entregarse a él con una confianza ciega.
Lo amaba.
No podía decírselo, no sabía si él se sentía igual, pero se convencía a sí misma de que aquella conversación no le convenía a ninguno de los dos.
Lo había acompañado en dos oportunidades a cenar con su familia. Había sido tan dulce al sugerirlo que no se había querido negar y si bien al principio temió sentirse incómoda, la familia de Carlos era tan amable que ni bien se había sentado todos sus temores se habían disipado. Había disfrutado cada momento, la conversación, las anécdotas y las risas, los intercambios de miradas a escondidas con Carlos y las sonrisas involuntarias que se empecinaban en delatarla.
Con Victor todo había sido más difícil, era la última persona que quería que lo supiera y por eso se escapaba a su casa en busca de más ropa cada vez que él aparecía. Lo había oído invitarlo a algunas fiestas e incluso sugerido que estaba demasiado sólo, y con aquella sóla frase, mujeres como Nerea cruzaron por su mente, con el efecto de un gran golpe en medio de la cara. Aquello tenía un final, cada vez le quedaban menos dudas de eso.
Entre tantos besos, encuentros y momentos perpetuables la despedida llegó demasiado rápido.
Era la última noche de Carlos en España y Paula quiso sorprenderlo. Se había ido a su casa para cambiarse. Si bien él nunca se mostraba incómodo por verla en sus joggings y enormes buzos, tenía ganas de arreglarse. Había tomado un baño y luego de aplanar las ondas de su cabello y maquillarse con un delineado sutil que no hacía más que profundizar su mirada para volverla aún más interesante, se animó a lucir una vestido rojo que su amiga Begoña le había regalado una vez y nunca se había atrevido a usar.
Intentando vencer la vergüenza por sentirse demasiado arreglada llegó a la puerta de su departamento y ni bien vio su expresión todas la dudas se quedaron olvidadas.
Carlos estaba hablando por teléfono pero ni bien abrió la puerta el aparato había caído al suelo para hacerlo olvidar hasta el nombre de la persona con la que estaba conversando. Si normalmente Paula le parecía hermosa, en ese momento se había convertido en la mujer más linda del universo.
Sin poder evitar sonreír ella se había agachado y devolviéndole el aparato había caminado al interior de aquel departamento con paso firme y un movimiento estudiado de sus caderas que terminaron de aniquilar a Carlos, quien decidió cortar la comunicación en la que había perdido todo su interés.
-Estás… espectacular.- le dijo sin poder evitar acercarse a ella para atrapar su cintura y unir sus cuerpos con genuina devoción.
-Me alegro que te guste.- le respondió ella bajando su mirada.
-No quería que sólo me recuerdes con enorme ropa deportiva.- le dijo intentando no sonrojarse.
Carlos subió sus manos hasta su cuello para sostenerle la mirada.
-Si hay algo de lo que debes estar segura es que mi forma de recordarte es como la persona más hermosa, alegre, dulce y maravillosa del mundo.- le dijo para luego volver a besarla sin querer perder un minuto de la última noche que tendrían juntos.
-Por más sexy que luzcas con este vestido, temo que me muero por deshacerme de él lo antes posible.- le dijo entre beso y beso que impartía sobre sus labios.
Paula sonrió y con un sutil movimiento separó sus cuerpos.
-Tendrás que esperar un poco, Chili, que esta noche me ocupo yo.- le dijo y tomándolo de la mano lo guió hasta el sillón para obligarlo a tomar asiento y apagando algunas luces le dio play a ese tema de Tini, que tantas veces habían oído durante las últimas dos semanas y venciendo toda su vergüenza comenzó a moverse con gracias clavando sus enormes ojos en los de Carlos que cada vez más sorprendido se acomodó en el respaldo de aquel sillón para disfrutar del espectáculo.
Paula movía su cuerpo con pausa mientras lo recorría con sus manos sugiriendo que lo que venía sería aún mejor.
Carlos notó cómo su cuerpo reaccionaba y no pudo evitar alzar su brazo para llamarla, pero ella continuó bailando. Se puso de espaldas, cada vez más cerca y bajando los breteles de aquel vestido lo dejó caer hasta el suelo para ofrecerle una vista que de seguro no podría olvidar en su vida.
Involuntariamente su mano lo llevó a estimularse, era demasiado tentador verla y no poder tocarla.
Ella giró y caminó tan sólo con sus zapatos de tacón puestos para agacharse justo frente a él.
-¿Así está mejor?- le preguntó mordiendo su labio inferior y él sólo pudo asentir con su cabeza. Podría haber alcanzado el orgasmo en ese mismo momento, ella tenía ese efecto, incluso sin haberlo tocado aún.
Sin querer contenerse más se incorporó para levantarla en sus brazos y llevarla hasta su propia cama.
Mientras la lista de reproducción continuaba sonando, recorrió cada centímetro de su cuerpo con sus labios para llegar a deleitarse con su humedad y saborear cada gemido que provocaba. Se apoderó de su cuerpo, de sus sonidos, de su respiración y cuando ella susurró a su oído: Te amo tanto, se sintió el hombre más feliz del mundo.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora