27

636 45 0
                                    


Unas horas más tarde Paula volvía a abrir sus ojos aún más cansada. No terminaba de creer todo lo que le estaba pasando, se sentía feliz pero llevaba tanto tiempo sin hacerlo que no se animaba a disfrutarlo.
Estiró sus manos en busca del responsable de aquel sentimiento y no lo halló. Las sábanas a su lado estaban heladas y el cuarto parecía ordenado. Ni siquiera había dejado sus zapatillas, pensó al recordar que las había arrojado al entregarse a la pasión.
Tomó su teléfono y leyó los mensajes, ninguno era de Carlos. Su agente le informaba que ellos pasarían por Italia para terminar unos detalles del contrato. Le dejaba un pasaje para regresar a Madrid esa misma tarde y le agradecía de manera cordial.
Paula aún sentada en la cama suspiró, debía regresar a su vida. Había disfrutado y mucho pero era hora de dejar el sueño atrás.
Aún le quedaban dos semanas de tratamiento, pensó, como si aquello lograra conformarla. Tenía que aceptar que por mucho que lo amara, aquello no era posible.
Llegó a Madrid horas después y se reunió con Begoña, le había traído muchos presentes y no dudó en narrar con lujo de detalles todo lo que pasaba en una carrera. No le había hablado de Carlos, no quería que nadie lo supiera, prefería guardarlo como un tesoro en su corazón, como algo que alguna vez podría contarle a sus nietos.
Por la noche recorrió los portales y la cara de aquel divertido piloto inundaba cada rincón. Su aparición había sido un éxito, muchos le auguraban un próximo retorno y aunque no habían confirmado nada, el rumor de Monza había comenzado a cobrar vida.
Estaba feliz por él, pero también lo extrañaba. No entendía por qué había desaparecido de esa manera. No creyó que recordara su confesión de la última noche juntos, tampoco ella quería creerla, se lo había dicho bajo los efectos del alcohol en la algarabía de haber regresado a su mundo. No pensaba mencionarlo si lo veía nuevamente.
Daba vueltas en su cama sin poder dormir, no podía dejar de pensar en él y decidió intentar algo más.
Aunque era tarde tomó su teléfono y le escribió:
¡HOLA! ¿CÓMO TE TRATAN LOS TIFOSI?
Era una forma tonta de contactarlo, pero quería saber algo de él.
Los tildes azules no tardaron en aparecer, pero la respuesta sí lo hizo. Los tres puntos que indicaba que estaba escribiendo aparecían y desaparecian. Era como si no supiera que escribir o como si no quisiera hacerlo.
La espera comenzó a llenar a Paula de dudas, no entendía por qué no le respondía, ¿Qué había hecho mal? ¿Era tan fácil sacarla de su vida? pensó con impotencia.
Entonces un nuevo mensaje la alertó aún más.
SEÑORITA HERNANDEZ LE AGRADECEMOS POR SU TRABAJO, HA SIDO USTED EXCELENTE Y LA RECUPERACIÓN DEL SEÑOR CARLOS SAINZ UN ÉXITO. EL MISMO LE ENVÍA SUS AGRADECIMIENTOS Y UN PRESENTE QUE RECIBIRÁ MAÑANA. QUEDA USTED LIBERADA.
Sin poder creer lo que leía las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. ¿Queda usted liberada? ¿La estaba despidiendo? La mezcla de indignación y frustración la llevaron a gritar y tomando su teléfono una vez más eliminó el mensaje que le había enviado a Carlos.
FELIZ REGRESO
Escribió finalmente y sin molestarse en ver algún tipo de respuesta hundió su cabeza en la almohada para romper en llanto e intentar desahogar a su golpeado corazón.
No supo cuanto tiempo lloró pero a la mañana siguiente su rostro parecía tan hinchado que con sólo verlo en el espejo quiso volver a la cama. No tenía intenciones de hacer nada. Aún le quedaban dos semanas para regresar al hospital y pensaba tomarlas. Necesitaba recuperar fuerzas para volver a su vida sin Carlos.
Se dio una ducha y cuando se proponía a secar su cabello llamaron al timbre.
-Señorita Hernandez ¿podría usted bajar un momento?- le pidió el portero del edificio y ella se puso un enorme buzo y obedeció.
Llegó a la puerta y vio a uno de los empleados de la casa Carlos con un pequeño paquete en la mano.
-Buenos días, señorita. Se lo envía el señor Carlos.- le dijo señalando el Volkswagen Golf de color rojo que estaba estacionado en la vereda.
Paula no fue capaz de tomar la caja. ¿Qué significaba eso? pensó con una mezcla de sorpresa y enfado.
-No puedo aceptarlo.- dijo finalmente comenzando a temblar por el efecto que aquel auto comenzaba a tener en los curiosos que pasaban por allí.
-No acepta devoluciones, lo siento. - le anunció el hombre volviendo a ofrecerle aquella caja.
Paula la tomó y al abrirla pudo ver las llaves de aquel auto con un llavero del oso amarillo de remera roja sonriendo. ¿Qué estaba haciendo? Si creía que regalarle un auto era una buena idea no la conocía. Ella sólo quería que la llamara, que al menos le explicara porque había desaparecido de esa manera y sobre todo porque no la dejaba terminar con el tratamiento.
-Por favor, señorita Paula, no me lo haga difícil. El señor Carlos dijo que no regresara sin haberle entregado todo.- le rogó el hombre colocando su mano sobre la de ella.
Paula lo miró y no supo cómo decirle que no, aquel hombre no tenía nada que ver con su enfado.
-Muchas gracias.- le dijo finalmente y tomando las llaves lo liberó, pero mientras se iba se animó a preguntarlo.
-Disculpe, ¿Sabe si Carlos ya regresó?- le preguntó apelando a sus ojos de súplica.
El hombre dudó por un instante pero regresó para responderle.
-Sí, está en casa de sus padres-. Le confesó el hombre sabiendo que a lo mejor no debía haberle dado esa información.
Paula asintió nuevamente y ni bien el hombre comenzó a irse, no dudó en subir aquel auto.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora