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Paula había oído las únicas palabras que no deseaba oír.
-Si no me seguis lo mato.- había dicho Guillermo sin problemas en enseñarle el arma que llevaba en su cintura. Entonces ni siquiera lo había dudado, no podía permitir que algo malo le pasara a Carlos, lo amaba demasiado.
Con aquella presión en su brazo había comenzado a caminar junto al que aún era su marido y en el momento en el que quiso accionar su teléfono con disimulo él había tirado de su bolso para romper la correa y dejarlo caer al suelo.
Estaba perdida, las lágrimas habían comenzado a correr víctimas del temor que sentía. Guillermo no había vuelto a hablar pero una sonrisa socarrona parecía no querer abandonar sus labios.
La condujo a pie hasta un hotel cercano.
-Necesitamos una habitación.- le dijo a la recepcionista que los miró a ambos con algo de desconfianza.
-Es que nos acabamos de comprometer, no puede dejar de llorar, mi amorcito.- le dijo depositando un beso demasiado brusco y desagradable en sus labios.
Paula debía ser fuerte, se obligó a sí misma a pensar. Apenas llevaba su vestido, no contaba con nada más. Entonces vio una publicidad de la Fórmula 1, era un volante que promocionaba el Gran Premio de Barcelona y aprovechó el momento en el que Guillermo buscaba su billetera para tomar un bolígrafo de aquel escritorio y escribir, sin dejar de mirar a su marido.
Llegaron a la habitación unos minutos después. El Guillermo que recordaba no tardó en aparecer. Sus ojos se cargaron de furia mientras se servía un vaso de whisky y antes de que ella pudiera decir algo todo regresó demasiado doloroso.
-Te extrañaba, Paulita. Ese español copetudo no va poder seguirnos. Tu lugar es al lado de tu marido, en Argentina. ¿Lo sabes no? Si no andá haciéndote la idea.- le dijo volviendo a beber del vaso.
Ella no respondía, no podía hacerlo, estaba sentada en una silla con sus brazos conteniendo su pecho sin lograr dejar de llorar.
-Me dejaste como un boludo frente a todo el departamento, sabes.- volvió a decir cambiando el tono y golpeando la pared con su puño.
-Soy el único policía que no le pudo seguir el rastro a su esposa. Ya te imaginás lo que dicen de mí ¿no? - dijo eliminando todo el aire de sus pulmones con fuerza.
-Te odio demasiado y no estoy dispuesto a dejarte libre.- sentenció justo cuando el primer golpe llegaba para aturdirla y dejarla totalmente fuera de cualquier posibilidad de defenderse. Y entonces la sucesión se hizo tan vertiginosa que perdió la cuenta.
Sus manos temblaban haciendo imposible que lograra llevarlas hasta sus ojos, que estaban tan hinchados que ni siquiera podía distinguir si estaban abiertos o cerrados. Un sonido agudo y constante retumbaba en sus oídos aislándola de cualquier posible anticipación de un nuevo impacto. Aquel olor a alcohol mezclado con sudor lograba que su estómago luchara por desahogar tanto dolor y sus piernas dobladas sobre su pecho intentaban protegerlo de manera inútil, ya que la posibilidad de volver a cumplir su función era remota. En un intento vano por escapar, la mente de Paula volvió a Carlos, a sus ojos, a su sonrisa tan contagiosa, a sus manos precisas, al día que le había confesado su amor.
Entonces ya no le importó el dolor, si aquel iba a ser el final, su recuerdo le daba paz. Haberlo amado había sido lo mejor que le había pasado en la vida y sólo por eso, todo había valido la pena.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora