No podía contener su frustración, había recibido cientos de llamadas que había decidido ignorar. Su padre, su madre, su tío, Charles, periodistas, entrenadores y demasiados números desconocidos. No podía soportarse a sí mismo, menos podía hacerlo con alguien más.
Se había esforzado, había respetado los plazos de la rehabilitación, había conversado con el director de la escudería casi todos los días, creía que todo aquello pasaría a ser una anécdota y sin embargo, no podría comenzar a correr. Se suponía que este sería su año, había hecho todo para que así fuera y el destino se empeñaba en demostrarle que a veces, todo, no es suficiente.
Había pasado las últimas horas destruyendo cosas, golpeando paredes y simplemente yaciendo sobre su cama a oscuras. No encontraba consuelo. No quería seguir pensando y el efecto era justamente el contrario.
Continuaba acostado sobre su cama cuando la sonrisa más linda que conocía se cruzó por sus pensamientos. Algo contrariado aún la comisura de sus labios se curvaron de manera involuntaria. Incluso sin estar en el mismo cuarto lograba generarle ganas de sonreír, pensó.
Le había pedido que se marchara, ni siquiera le había dicho adiós, pensó con amargura. Sabía que aquel era un trabajo para ella, pero por un momento creyó que lo seguiría, que al menos insistiría en que no abandonara la sesión y sin embargo se había quedado inmóvil, no lo había llamado siquiera, pensó aumentando su amargura.
Otra vez enfadado, sintió que su estómago rugía. Sin querer continuar allí solo y a oscuras, tomó el bastón y comenzó a caminar hacia el ascensor. Esperaba ir a la cocina por algún bocadillo, seguramente Estela le había dejado algo preparado, pensó mientras descendía sin siquiera encender las luces a su paso.
Comenzó a caminar por el pasillo cuando se detuvo de repente. Volvió a mirar y se refregó los ojos, como si en verdad estuviera soñando. En el medio del hall, intentando abrir una puerta que poseía traba digital, se encontraba Paula, con su cabello suelto y su mochila en el hombro. Un haz ligero de la única luz encendida del lugar la iluminaba de costado dándole un aspecto que terminó de confirmarle a Carlos cuánto le gustaba en realidad.
-¿Todavía estás aquí?- le preguntó haciendo que se sobresaltara y su mochila cayera al suelo.
-Lo siento, es que...- comenzó a responderle mientras él avanzaba hasta dónde ella estaba.
-No se abre a menos que pongas el código.- le explicó mientras la veía agacharse para tomar su mochila.
-Cuánta modernidad. Creo que llevo veinte minutos intentandolo y al parecer de todos los que trabajan en esta casa ninguno lo hace hasta esta hora.- le dijo ella recuperando su actitud un poco más segura. Estaba allí por su trabajo, se había quedado para terminar su planificación, no estaba haciendo nada malo, pensó para tranquilizarse.
-¿Tienes hambre?- le preguntó Carlos sin siquiera intentar abrir la puerta.
-Es tarde.- le respondió ella mirando el piso para contener los nervios que sentía por estar junto a él, sin el marco del gimnasio, donde al menos tenía una buena excusa.
-Eso no responde mi pregunta.- le dijo Carlos comenzando a caminar hacia la cocina.
-Sígueme. - agregó sin querer darle la posibilidad de escaparse.
Paula no pudo negarse, dejó su mochila en un costado y lo siguió algo temerosa.
Llegaron pronto a una enorme cocina, con un ventanal tan hermoso como la mayoría de los que ofrecía aquella casa. Carlos se acercó al refrigerador y sacó una fuente cubierta con papel aluminio.
Paula se acomodó en una banqueta alta cercana a un desayunador y tomó la bandeja mientras él tomaba un par de copas de una alacena cercana.
-¿Vino? - le preguntó.
-Agua está bien.- le respondió ella destapando aquella enorme fuente que contenía una ensalada con frutos secos y trozos de pollo asado. Parecía extraída de un lujoso restaurante y no pudo evitar que una ligera risa se escapara de su boca.
-¿Qué pasa?- le preguntó Carlos sin comprenderla.
-Nada, es que creí que comeríamos sobras.- le confesó sin perder su sonrisa.
-Son sobras.- le respondió él sirviendo agua en las copas.
-En mi casa las sobras eran una milanesa dura y medio tomate.- le confesó ella recuperando esa media sonrisa que tanto le gustaba de él.
-¿Milanesa? Estas son las sobras aquí.- le dijo tomando un tenedor para probar un bocado.
-¿No te gustan las milanesas?- le preguntó ella imitando.
-No lo sé.- le respondió él con sinceridad.
-Son buenisimas, hace tiempo que no como pero las extraño.- le respondió ella con exageración para divertirlo.
No habían comentado nada de lo ocurrido en la tarde y prefería que así fuera, al menos por un tiempo.
-¿Por qué te quedaste?- le preguntó entonces él, revelando que la tregua había finalizado.
-Porque soy tu fisioterapeuta.- le respondió ella restándole importancia al hecho.
-No debí gritarte.- le dijo algo avergonzado.
Paula apretó los labios como si estuviera conteniendo lo que quería decirle.
-Dilo.- le dijo él y ella alzó sus cejas con sorpresa.
-¿Qué cosa?- le preguntó sin terminar de entender cómo sabía que quería decirle algo pero no se animaba.
Entonces Carlos alzó su mano y rozó el borde superior de sus labios con pausa.
-Se te forma una arruguita justo aquí cuando no dices lo que piensas.- le dijo logrando que ella deseara que no retirara su mano nunca más.
Sin poder evitarlo bajó su mirada y sus mejillas se tornaron de un tenue rosado.
-Es que sé que lo que pasó es desmoralizante.- comenzó a decir y al ver que Carlos emitía un bufido moviendo sus hombros con exasperación se aventuró a tomar su brazo sobre la mesa.
-Es horrible, injusto, una mierda..- continuó ella sin soltarlo y frente a aquel insulto él volvió a sonreír, llevando sus ojos hacia el lugar en el que lo tomaba.
-Pero no creo que esté todo perdido.- agregó aguardando alguna señal que le indicara que le creía.
-¿No?- le dijo él luego de una pausa en la que había colocado su mano sobre la de ella para que no dejara de tocarlo.
-Se me hizo tarde porque estuve evaluando diferentes posibilidades y creo que aún tenes una oportunidad.- señaló disfrutando de un imperceptible movimiento que los dedos de Carlos impartían sobre su piel.
-Antonio va a correr en tu lugar, hay varias chances de que, con ese auto, logre sumar puntos, más o menos para dejarte en mitad de la tabla. Si acomodamos los ejercicios y modificamos algunos objetivos de la planificación podrías volver a entrenar en un mes y medio, eso te dejaría listo para regresar en Monza. ¿Te imaginás? En la mismísima Italia, tierra de los Tifosi. Sería un gran regreso y lo que es aún mejor, si logras conseguir podio, aún estarías en carrera para el título.- le dijo con un brillo contagioso en su mirada.
Carlos hizo una pausa en la que intentó procesar toda aquella información.
-¿Un mes y medio?- le preguntó retirando su mano de la de ella.
Había sido alcanzado por una mezcla de escepticismo y deseos de creerle, pero la segunda opción parecía estar ganando. ¿Podría ser eso posible? ¿Regresar para Monza?, se preguntó a sí mismo sin terminar de convencerse del todo.
Paula asintió con su cabeza mientras sonreía deseando que confiara en ella.
Entonces por fin notó ese brillo en su mirada y sin pensarlo saltó de su silla para rodear la barra y lanzarse sobre él. Tomándolo por sorpresa pasó sus brazos alrededor de su cuello y lo abrazó. Carlos estaba tan sorprendido como feliz. No llegó a corresponder su abrazo porque ella se separó aún con una sonrisa en los labios y antes de que pudiera decir nada pasó la yema de su pulgar por el contorno de su ojo derecho.
-A vos también se te hace una arruguita justo acá cuando aceptas que tengo razón.- le dijo y cuando iba a regresar a su asiento él la tomó de la cintura para volver a acercarla. La atrapó entre sus fuertes brazos acercándola hasta chocar con sus piernas y sus enorme ojos negros se apropiaron de sus carnosos labios.
-Eres de otro mundo.- le dijo y antes de que ella pudiera responder acercó su boca para besarla como llevaba deseando hacía demasiados días.
ESTÁS LEYENDO
La última vuelta
RomancePaula es una kinesióloga que trabaja en Madrid desde hace cuatros años. Luego de un incidente debe ayudar a Carlos, un piloto de carreras en ascenso, a rehabilitarse en tiempo record. Tan presumido como irresistible, sus encuentros se convierten en...