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Los golpes en la puerta parecían retumbar en su cabeza. No terminaba de entender si formaban parte de su sueño o de la vida real. Abrió sus ojos y se sorprendió al notar la claridad que se colaba por la ventana.
Había pasado gran parte de la noche esperando a Carlos, se había dejado la ropa, luego se había puesto su camisón de color blanco y al observar como corrian las horas y no llegaba había caludicado en los brazos de Morfeo.
Aún dormida se apresuró a abrir la puerta. Carlos vestía la misma ropa de aquella tarde, sonreía con un tono que denotaba que había estado bebiendo.
-Hola, mi amor.- le dijo con las palabras ligadas mientras se arrojaba a sus brazos en un movimiento demasiado torpe.
Paula lo recibió pero en lugar de corresponder a su beso lo ayudó a llegar hasta la cama.
-¿Cuánto tomaste?- le preguntó ella con preocupación. Aún estaba dentro de un programa de rehabilitación, si bien no recibía medicación el exceso de alcohol sólo colaboraba con las lesiones.
Carlos también lo sabía, pero aquella noche todo se había vuelto demasiado intenso. Había celebrado el hecho de pasar tiempo con su amigo, se habían reído y habían disfrutado juntos, pero en el instante en el que le preguntó por Paula, todo se había vuelto confuso.
Con sólo oír su nombre había sonreído, había comenzado a contarle todo de ella, todo lo que habían hecho juntos y cuanto le gustaba.
Entonces a Charles se le ocurrió decir que nunca lo había visto enamorado. ¿Enamorado? Él no estaba enamorado, no era eso lo que le pasaba, se intentó convencer mientras ahogaba sus dudas en más y más alcohol.
No era algo que solía hacer, incluso en sus peores momentos sabía que aquello no conducía a nada. Pero no se había querido controlar. No podía estar enamorado, no en el año en que necesitaba demostrar de lo que era capaz en la pista. No podía permitirse distracciones.
Por eso se había demorado, había regresado al hotel y se había quedado en el bar más de lo debido. Quería convencerse de que no debía ir a verla, no podía seguir alimentando aquello que aún no quería nombrar. Estaba listo para regresar a su cuarto cuando sus pies casi me movieron solos. No debía pero necesitaba verla.
-He tomado demasiado, necesitaba sacarte de mi mente, Pooh, estás ahí dando vueltas todo el día, con esa sonrisa que es lo único que quiero ver.- le dijo boca arriba sobre aquella cama sin atreverse a mirarla.
Paula no sabía como responder, ¿por qué quería quitársela de su mente?, pensó buscando la forma correcta de responderle.
-Es mejor que descanses.- le dijo sacándole las zapatillas con paciencia.
-No quiero descansar. Te quiero a ti, te quiero.- le dijo y entonces volvió a incorporarse para besarla y tirar de ella para dejarla justo sobre él.
-Carlos, no creo que estes en condiciones… - comenzó a decirle, pero él no la dejó terminar, como si todo el alcohol se hubiera evaporado volvió a mostrarse tan pasional como lo recordaba. Recorrió su cuerpo con sus manos mientras besaba su cuello como si fuera a devorarlo.
Paula no estaba segura de que fuera totalmente consciente pero su cuerpo no quiso detenerse. Dejó que la besara, que la acariciara mientras ella lo desnudaba con prisa.
Le gustaba tanto que no quería detenerse. Besó sus labios incluso con aquel aroma a alcohol que tanto detestaba, algunos recuerdos quisieron colarse para entristecerla, pero no los dejó entrar. Era Carlos, el mismo que era dulce y cariñoso, el que la hacía sonreír con sólo mirarla, el que la llevaba al límite del placer, no tenía nada que ver con el pasado. No iba a dejar que aquella pesadilla arruinara el momento en el que acababa de decirle que la quería.
Continuó besándolo y cuando oyó esa respiración acelerada de su boca supo que había llegado el momento de continuar. Tomó sus mejillas para que la mirara.
-Mirame Chili, mirame.- le pidió con su voz temblorosa y él pareció despertar de golpe.
Se concentró en mirarla, en disfrutarla. Si así se sentía el amor, no podía ser algo tan malo, pensó y tomándola de las caderas comenzó a moverla con un ritmo creciente en el que coordinaban su deseo sin dejar de mirarse.
La forma en que sus ojos se habían unido era abrumadora, era como si quisieran confesarse con un grito explosivo y al mismo tiempo susurrar cuanto se amaban. Era la paradoja más peligrosa, fascinante, dulce y feroz que uno puede vivir.
Era real.
Ya no quedaban dudas.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora