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Luego de aquella noche, todo parecía volver a la normalidad. Paula se había disculpado demasiadas veces con su amiga por hacerle pasar el ridículo y Begoña le había dicho que no tenía importancia. Sin embargo, Paula no podía perdonarse a sí misma. Luego de aquella discusión, el mismo hombre que las había dejado ingresar, las había acompañado hasta la salida. Poco recordaba Paula de aquella conversación. Todo su cuerpo temblaba y su mente no podía dejar de recordarle que le había arrojado un papel en la cara al mismísimo Carlos Sainz. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué hubiese pasado si alguien hubiera captado ese momento con su teléfono? No dejaba de reprenderse a sí misma, había sido cuidadosa durante cuatro años y por un arrebato casi tira todos sus esfuerzos por la borda.
Habían pasado unos minutos en la vereda de aquel local, ella con gesto contrariado y Begoña charlando animadamente con aquel hombre de seguridad que resultaba llamarse Zoilo. Ni siquiera se cuestionó aquella conversación, Begoña era una joven risueña, solía caerle bien a todo el mundo.
Finalmente habían regresado al hotel y en un acuerdo tácito ninguna había vuelto a mencionar el altercado con aquel piloto presumido.
De regreso en el hospital, las cosas volvieron a sentirse habituales. Begoña mostraba las fotografías con los pilotos que habían dicho que sí y eso la llenaba de alegría.
Con su agenda casi vacía se acercó a David, el jefe del servicio.
-Hola David, ¿cómo estás? ¿Puede ser que no tenga pacientes citados?- le preguntó Paula algo incrédula.
David era un hombre alto de cabello claro, serio pero considerado. Al principio había sido un poco escéptico con respecto a su contratación, pero con el correr del tiempo, se había convencido de que Paula era una buena terapeuta. No lo había dicho, pero solía consultarle casos y no era casualidad que le asignara los pacientes más complicados.
-Es correcto. ¿Qué tal las vacaciones?- le preguntó el hombre alzando su vista de la pantalla de su ordenador.
Por un momento Paula se asustó. Creyó que su actitud en aquel local bailable podría valerle su despido. Su gesto debió ser muy elocuente porque David se puso de pie para observarla a menor distancia.
-No tienes que contarme si no quieres, sólo pregunté por cortesía.- le dijo y entonces Paula supo que se había precipitado.
-No, no es eso. Las vacaciones estuvieron muy bien, Bego es una excelente compañera de viajes.- le dijo recuperando una tímida sonrisa.
-No tengo dudas de eso.- le respondió el kinesiólogo mirando en dirección a la joven que reía con frescura junto a uno de sus pacientes.
-En fin... te voy a contar por qué no tienes pacientes asignados.- le dijo apoyándose contra su propio escritorio.
Paula lo miró expectante mientras tomaba algo de distancia.
David era un padre de familia, nunca tenía actitudes fuera de lugar, era correcto y sobre todo un buen jefe. Nunca lo había visto con otros ojos, ni a él ni a ninguno de los pocos hombres con los que se había cruzado en esos cuatro años. Había dejado de creer en el amor, había dolido aceptarlo, pero ya no le quedaban dudas. El amor sólo existía en los libros.
-¿Pasó algo con algún paciente? ¿Hice algo mal?- le preguntó Paula aún en estado de alerta.
David se rió. No solía hacerlo, siempre guarda las formas y se mostraba profesional tanto con los pacientes como con sus colegas. Aquel era un buen signo, o al menos eso quiso interpretar Paula, que terminó de confirmarlo cuando su jefe apoyó su mano sobre su hombro con ternura.
-Ay, Paulita, siempre tan estricta. No, querida licenciada, no pasó nada con ningún paciente. Pero quiero informarle que no tiene pacientes asignados, porque acaba de ser promovida a coordinadora del servicio.- le explicó, por fin.
Aquellas palabras lejos de sacarla de su estado de sorpresa, sólo lograron ascenderlo al de estupefacción. Paula estaba feliz, ser reconocido siempre era halagador, pero llevaba mucho tiempo sin sentirse de ese modo y al parecer había olvidado la forma de manifestarlo.
David sacudió la mano que aún yacía sobre su hombro.
-¿Acaso no te pone contenta?- le preguntó comenzando a preocuparse un poco.
Paula por fin reaccionó. Una sonrisa se dibujó en sus labios y asintió con su cabeza, aún con timidez.
-Por supuesto que me pone contenta. Estoy muy agradecida también. - le respondió mientras disimuladamente se movía para liberarse del peso de aquel brazo sobre su cuerpo. No era algo indebido, había sido un simple gesto, pero ella llevaba mucho sin recibir ningún tipo de contacto. Se había convencido de que esa era la única forma de sanar y por eso, en ese momento, un simple gesto, se sintió raro.
-No tienes porque agradecerme, eres una excelente profesional, te lo has ganado.- le respondió su jefe, volviendo a su pose habitual de hombre distante.
Paula volvió a sonreír. Ya eran dos veces en un mismo día y comenzaba a agradarme la sensación.
-Igualmente siento que nunca le agradecí el haber confiado en mí. Por eso quiero hacerlo. Espero estar a la altura de la circunstancias. No veo la hora de comenzar a trabajar en esta nueva función.- le dijo Paula ofreciéndole su mano, en un gesto que hizo reír a David.
-Ay Paulita, siempre tan indescifrable.- le dijo, mientras pasaba de su mano para estrecharla entre sus brazos con cariño.
Paula se quedó inmóvil, no esperaba recibir aquel abrazo, no estaba preparada para recibir ningún tipo de afecto. No quería hacerlo sentir incómodo, pero necesitaba que aquel abrazo terminara lo antes posible.
-¿Qué se celebra por acá?- la voz de Begoña, llegó como su escape. Se separó mirando al suelo y agradeció que fuera su jefe quién hablara.
-Estás frente a la nueva coordinadora del servicio.- le anunció y entonces fue su amiga quien fiel a su personalidad, emitió un grito que terminó por alertar a todos sus compañeros.
La alegría fue genuina, cada uno de sus colegas la felicitó y luego de unos minutos de algarabía, David volvió a pedir orden. Paulatinamente cada uno regresó a su puesto y la jornada regresó a su habitual funcionamiento.
Paula contaba con una oficina, su trabajo pasaba a ser más organizativo. Temió extrañar sus logros con los pacientes, pero estaba segura de que aquel puesto le traería nuevas alegrías.
Se sentó detrás de su escritorio. Comenzaba a familiarizarse con las nuevas tareas, cuando Begoña se acercó con cara de espanto.
-¿Ya viste lo que ha pasado?- le preguntó mientras le enseñaba la pantalla de su teléfono.
Paula entrecerró sus ojos intentando leer aquella noticia y su gesto no tardó en imitar al de su amiga.
-¡Que barbaridad!- dijo mientras se llevaba ambas manos a la boca para contener su angustia

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora