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Regresaba a su casa con una mezcla de sensaciones difíciles de asimilar. Carlos había insistido en que su chofer la llevara y, Paula, cansada de discutir con él había decidido aceptar. La noche amenazaba con su pronta llegada y ella se acurrucó en el asiento trasero intentando abstraerse de lo vivido aquel día. Sin embargo, las imágenes regresaban inquisidoras para terminar de asegurarle que aquella no iba a ser una tarea fácil.

Luego de la sesión con electrodos, Paula le había compartido la planificación a Carlos. Se habían sentado uno junto al otro mientras ella pasaba las páginas de su iPad y le explicaba, buscando las palabras más convincentes, el porqué de cada tiempo. No lo había vuelto a mirar a los ojos, eran demasiado atrapantes, pero su presencia era tan intensa que el simple hecho de tenerlo a su lado había comenzado a despertar unos nervios que no recordaba. Era una paradoja que limitaba con lo insoportable, como si quisiera escapar pero deseara no irse nunca más. Comenzaba a conocer sus pausas y su humor, le había hecho comentarios adrede en busca de ese sarcasmo adictivo y él había respondido con generosa satisfacción.

No la había tocado, ni siquiera un roce, pero presumía que aquello podría ser demasiado peligroso. Ella había aprovechado cada exploración que intentaba ser profesional para aventurarse un poco más. La piel de su pierna comenzaba a disfrutar de su tacto haciéndola sentir poderosa, su mente se había empecinado en llevarla a fantasías que, sabía, debía olvidar. Estaba allí para hacer su trabajo, podía ser muy atractivo, pero no era para ella, ni él, ni ningún otro hombre. Llevaba cuatro años sola y así debía continuar.

A la hora del almuerzo las cosas se habían puesto un poco más raras. No sabía si era prudente almorzar con él, no le parecía profesional, sin embargo, una vez más, no había logrado negarse.

Carlos había sugerido ir hasta la galería, pero ella no quiso salir del gimnasio. Su mente era lo bastante insistente como para llevarla a imaginar escenas que no estaba dispuesta a afrontar. Quedarse en el gimnasio parecía más seguro. Parecía, porque finalmente el resultado se había convertido en una de esas escenas que quería evitar.

-¿Hace cuánto vives en Madrid?- le había preguntado Carlos mientras le ofrecía agua de una botella ridículamente elegante.

Ella había suspirado buscando tiempo, no sabía cuanto deseaba contarle.

-Es sólo una pregunta, Paulita. No sé que estará elucubrando esa mente traviesa, pero si vamos a pasar los próximos cuatro meses juntos, creo que podemos conversar de algo más que no sean ejercicios de kinesiología.- la había increpado logrando que se sintiera algo tonta por creer que algo más podría pasar entre ellos.

-Llegué hace cuatro años y desde entonces estoy en el hospital.- le había respondido creyendo que lo conformaría.

-Cuatro años es bastante tiempo, ¿Qué lugar te ha gustado más de España?- le había preguntado mientras comenzaba a comer aquella exquisita ensalada con crustáceos demasiado costosos.

Y la reacción de Paula había sido tan inocente que tuvo que recordarse a sí mismo por qué estaban allí. Parecía algo avergonzada por no haber recorrido nada más que las calles de su piso hasta el hospital.

-¿En serio no viajaste? ¿Ni siquiera a Barcelona?- le volvió a preguntar con una enorme sonrisa en sus labios.

-Fui a Ibiza...- le respondió ella apretando los labios como si aquel recuerdo no fuera la mejor elección.

-Eso lo recuerdo bien.- le respondió Carlos conteniendo la risa para mostrarse falsamente enfadado.

-¿Por qué no has viajado? Aquí es todo cerca, podrías haberte tomado algún fin de semana.- volvió a preguntarle, cada vez con más ganas de conocerlo todo de ella.

-Es una larga historia.- le respondió Paula acrecentando su deseo por descubrirla.

-Bien, porque creo que tenemos bastante tiempo.- sugirió sin quitar sus enormes ojos de los de ella, que comenzaban a cargarse de temor. No por él, cada segundo que pasaba encontraba algo más de su personalidad que le gustaba, temía por ella, por no poder contenerse, por terminar arruinando lo que había construido en los últimos cuatro años. Bajó su vista buscando tiempo y finalmente decidió que eso era lo que debía hacer: ganar tiempo.

-Vos lo dijiste. Tenemos mucho tiempo.- le respondió obteniendo otra de esas sonrisas de lado que comenzaban a parecer adictivas.

-Contame de vos. ¿Vivís acá solo?- agregó con prisa, sabiendo que aquella pregunta podría poner las cosas más difíciles y a juzgar por la mirada provocativa que le arrojó el piloto supo que se había metido ella sola en un terreno al menos movedizo.

-¿Te gusta la idea de estar solos?- le respondió, pero al ver que ella ponía los ojos en blanco y dejaba de mirarlo se apresuró a hablar nuevamente.

-La casa es de mis padres, pero casi nunca están. Tengo un departamente en el centro de Madrid, pero como necesitábamos un gimnasio creí que aquí estaríamos más cómodos.- le aclaró deseando que volviera a mirarlo.

-Es muy linda casa y este gimnasio...- dijo recorriendo el lugar con su vista mientras suspiraba con agrado.

-Si, lo es, aunque a veces pueda ser un poco... grande.- completó luego de una pausa en la que parecía estar buscando la palabra adecuada.

Paula sonrió sin mostrar los dientes, entendía perfectamente a lo que se refería. Una casa podía sentirse enorme y asfixiante a la vez, la soledad tenía la habilidad de transformar sus paredes para volver enorme, incluso a la casa más pequeña.

-Entiendo.- se limitó a responder y al ver que él asentía con su cabeza ambos sintieron una conexión inquietante que los dejó atrapados en un cruce de miradas que comenzaba a hacerse demasiado frecuente.

-¡Pero ahora es toda nuestra!- había dicho Carlos para regresar a su personaje desprejuiciado.

-Ya mandé a pedir todo lo de la lista, podrías hacer tus pedidos culinarios también, Estela es una excelente cocinera, no hay nada que no pueda hacer.- había sugerido con su habitual sonrisa presumida.

-Extraño un poco los asados, pero esta ensalada es exquisita.- le había respondido justo cuando Carlos la observaba de una forma diferente. No lograba descifrarlo, cuando creía que iba bromear le arrojaba una provocación y cuando creía que iba abrirse con ella salía por la tangente con alguna ocurrencia. La estaba mirando como si se encontrara en una encrucijada, como si quisiera decirle algo pero no estuviera convencido. Frente a su silencio Paula había alzando sus cejas con curiosidad pero él se había limitado a negar con su cabeza.

-Nada.- le había dicho haciendo que aún horas más tardes, en el asiento de un auto lujoso, no pudiera olvidar su mirada y lo que era aún más peligroso, deseara volver a poseerla.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora