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Caminaba con pasos apresurados sin mirar atrás. Aquella zona de grandes mansiones era poco transitada y casi no tenía lugar para hacerlo, el calor de la primavera no hacía más que generarle más incomodidad y presa del aumento de temperatura había decidido sacarse el ambo y sólo tenía su musculosa de tirantes de un color azul gastado. No le importaba, no iba a cruzarse con nadie que conociera, de hecho no conocía a nadie más que a sus pacientes en todo Madrid.
Paula había hecho todo lo posible por convertirse en alguien invisible, alguien que sólo iba del trabajo a su casa y viceversa. No confiaba en nadie, no después de todo lo que había tenido que pasar para llegar allí. Por eso se sentía aún más tonta. No entendía que había estado fantaseando su alocada mente con Carlos. Él era un piloto de Fórmula 1, podría parecer muy divertido y terrenal pero su vida real era otra. Era una vida con mujeres como la tal Nerea a su lado, ¿como se le había ocurrido siquiera creer que tenía una posibilidad con él?
Iba enfrascada en su propio enojo cuando casi llega a la puerta del metro. Oyó una bocina del lado de la calle y giró de forma instintiva sin creer que pudiera ser para ella. Pero entonces vio un auto negro demasiado lujoso y antes de que llegara a refregarse los ojos Carlos bajó la ventanilla y la saludó con una enorme sonrisa en sus labios.
-¿Puedo llevarte?- le preguntó sin recibir respuesta.
Paula no podía creerlo, ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Qué hacía en un auto? ¿Dónde estaba la modelo con la que lo había dejado? ¿Cómo estaba su rodilla?
-Hola… ¿Acaso estoy hablando en otro idioma?- le preguntó divertido, mientras algunos curiosos se acercaban, primero por el auto pero al reconocerlo comenzaban sacar sus teléfonos con prisa.
Paula se alarmó y se acercó a la ventanilla para hablarle.
-¿Qué haces manejando? ¿Y tu pierna?- le preguntó mirando en esa dirección con temor en su mirada.
-Estoy bien, es automático.- le respondió sin perder su sonrisa.
-¿Puedo pedirte un autógrafo?- oyó Paula y al ver que un joven estiraba su remera se movió para darle lugar.
Carlos firmó aquella camiseta y volvió a mirar a Paula que se había soltado el cabello e intentaba cubrirse el rostro con un disimulo poco eficaz.
-¿La llevo a su casa o regresamos Licenciada?- le preguntó una vez más Carlos creyendo que su timidez la hacía aún más hermosa
Paula se apresuró a subir al auto y sin sacar sus ojos del piso le dijo:
-A dónde quiera pero vamos ya mismo.- le respondió demasiado nerviosa. No podía ser fotografiada, no era seguro que su imagen apareciera en los portales de ningún país. Debía salir de ahí lo antes posible y por eso, impaciente, colocó su mano sobre la pierna de Carlos con desesperación.
-Vamos, por favor.- volvió a decirle.
-¿A dónde yo quiera ir?- le preguntó Carlos aprovechando aquel momento de vulnerabilidad.
-A dónde quieras… ¿No tenías un auto más discreto?- le dijo ella con indignación pero sin soltarlo.
Entonces él, por fin subió su ventanilla y comenzó a andar llenando el espacio con su risa contagiosa.
-Este es el discreto.- le respondió aún con una sonrisa mientras tomaba la calle para alejarse de la ciudad en su Lamborghini.
Una vez que las personas quedaron lejos Paula por fin intentó relajarse, se dio cuenta de que aún lo estaba tomando de su pierna y rápidamente sacó su mano.
-¿Se puede saber que estás haciendo? ¿Se supone que no deberías estar manejando?- le dijo recuperando su tono habitual.
-Bueno, ha regresado la Paula mandona.- le respondió él deseando que aquella mano continuará sobre su pierna.
-No me duele y no la estoy usando. - le dijo señalando sus pies con gracia mientras alzaba su rodilla.
Paula puso los ojos en blanco y suspiró. Se había subido a su auto, le había dicho que la llevara donde quisiera y ahora comenzaba a recordar porque se había ido en primer lugar.
-¿Y tu amiga?- le preguntó girando para mirar por la ventanilla y no delatar sus celos.
Carlos sonrió de costado disfrutando de aquella forma tan inocente de abordar el tema.
-Se ha ido a su casa. - se limitó a responderle, sin querer confesarle que lo único en lo que había pensado desde su aparición, era la forma de quitarsela de encima. Había utilizado todo su encanto para convencerla de que se fuera, incluso con falsas promesas, pero había valido la pena, ya que por fin estaba con quien en verdad quería estar.
-¿A dónde vamos?- le preguntó Paula al ver que pasaban por la puerta de su casa y no se detenía.
-A cumplir una promesa.- le respondió él, enigmático.
Entonces ella no pudo evitar volver a mirarlo. Estaba tan atractivo como siempre, llevaba unos anteojos de sol que no le hacían justicia a sus hermosos ojos y una remera oscura que combinaba a la perfección con su cabello desmechado. No entendía a dónde iban pero instintivamente se miró a sí misma y su mirada expresó cuánto lamentaba estar luciendo aquel atuendo tan poco conveniente.
Al ver aquel sentimiento en sus ojos Carlos pasó su mano por su brazo con pausa llegando a la zona que normalmente cubría el ambo y sus ojos traviesos se desviaron hasta sus pechos que no sólo se dibujaban perfectos debajo de la tela, también asomaban la porción perfecta para confirmarle cuánto le gustaban.
-Me gusta verte sin ese ridículo y enorme ambo.- le dijo, obligándose a volver a tomar el volante.
-¿Perdón? Es mi ropa de trabajo y que la llames ridícula creo que me afecta un poco.- le respondió ella intentando sonar divertida para sacar de su mente todo lo que una simple caricia le había provocado.
Carlos volvió a reírse, le gustaba que tuviera ese efecto en él.
-Os pido perdón entonces, a ti y a tu ambo, pero así está muchísimo mejor.- agregó justo cuando bajaba la velocidad para doblar en lo que parecía una entrada.
-Llegamos.- le anunció feliz.
Paula observó el lugar mientras un hombre mayor les abría la tranquera para que ingresaran. Era un campo de pastos altos y escasos árboles, pero mientras avanzaban Paula pudo ver lo que parecía un circuito de asfalto, hasta el que Carlos manejó por una calle de ripio.
-Bien, Pooh, es hora de aprender a manejar.- le anunció Carlos divertido mientras descendía del auto y daba la vuelta para abrirle su puerta.
-¿Qué? No, no, no. ¿Estás loco?- le dijo negando con su cabeza sin querer bajar del vehículo.
-No puedo. Menos en este auto que vale más de lo que puedo ganar en diez años.- le dijo cruzando sus brazos sobre su pecho como si fuera una niña.
Carlos se acercó para mirarla a los ojos.
-¿Acaso no confías en mí?- le dijo en un tono tan increpante como seductor.
Paula alzó su vista y no pudo evitar sonrojarse. Tenerlo tan cerca era tan hermoso como abrumador.
Hubo una pausa en la que se desafiaron con la mirada, era como si sus ojos dijeran todo lo que sus cuerpos no se animaban. Una tensión creciente en la que la respiración de Paula se aceleró al ritmo de su corazón, la llevó a sentir que se podría derretir en ese mismo instante. Debía alejarse antes de que las ganas de volver a besarlo se apoderaran de su voluntad.
-Por supuesto que confió en vos.- le dijo finalmente y con un fuerte suspiro descruzó sus brazos para comenzar a bajar del auto.
Al ver la satisfacción en los ojos de Carlos, se detuvo y lo tomó del brazo.
-Pero estate seguro de que me la voy a cobrar.- le dijo y luego de darle un corto beso en la mejilla se subió detrás del volante con tantos nervios como felicidad

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora