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Comenzaron a andar por aquella calle que tantas veces había recorrido, sólo que esta vez cargaba con un sabor a despedida que Paula no quería aceptar. Lo miraba de costado y su ceño fruncido no hacía más que confirmarle que se encontraba contrariado. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no podían tener una conversación normal? ¿Qué había cambiado? pensaba sin poder hablar haciendo que la tensión en aquel auto fuera cada vez mayor.
Carlos se detuvo en el primer semáforo y no pudo evitar mirarla. Aquella arruguita de sus labios no hizo más que confirmarle que estaba haciendo todo mal. Verla en su casa, junto a su familia, había sido tan abrumador como agradable. En aquellos escasos minutos pudo imaginarla sin problemas en aquella mesa por el resto de su vida. La había extrañado tanto que aún sin estar con ella se había convertido en la distracción que quería evitar.
-¿Se puede saber que te pasa?- le dijo por fin ella, eliminando todo el aire de sus pulmones como si no pudiera continuar conteniendose.
Entonces Carlos aceleró y en lugar de continuar en el camino, se desvió unas cuadras para entrar en una cochera de un elegante edificio y estacionar su auto en uno de los lugares exclusivos.
-Tenemos que hablar.- le dijo mientras bajaba del auto y caminaba para abrir su puerta.
-¿Vienes?- le preguntó con algo parecido a la sonrisa que tanto extrañaba.
Paula lo siguió. No sabía bien por qué, pero su cuerpo no quería alejarse de él. No todavía.
Subieron en silencio y cuando Carlos colocó la llave para abrir la puerta supo que se encontraban en su departamento. Era tan hermoso como aquella casa, más moderna pero con su personalidad en cada rincón. Le gustaba. Le gustaba tanto como él.
Mientras recorría el lugar con su mirada, Carlos se sacó su campera y pasó sus manos por su cabello, como si estuviera buscando las palabras para comenzar a hablar.
-Vamos, por favor, decime lo que me tengas que decir, pero no me tortures más.- le dijo ella dejándose caer en uno de los confortables sillones de aquella enorme sala, que contaba con la vista de un hermoso Madrid a su merced.
Carlos alzó sus cejas con sorpresa. ¿Una tortura? ¿Qué era lo que se sentía así?
-Disculpa si estar conmigo te resulta una tortura.- le dijo finalmente tomando asiento justo enfrente de ella.
Paula arrugó su ceño y negó con su cabeza. ¿Qué decía? ¿Acaso se había golpeado la cabeza y no recordaba nada de lo que habían vivido?
-Podes hablar de una vez ¿Qué fue lo que cambió? ¿Por qué me sacaste de tu vida como si fuera una camisa vieja?- le preguntó sin dejar de mirarlo.
Carlos suspiró, ni él se entendía, como iba a explicárselo a ella.
-No eres una camisa vieja, de eso estate segura.- comenzó a decir mirando el suelo con sus manos enterradas en su cabello.
-Y no he logrado sacarte de mi cabeza. Debo concentrarme en mi regreso, no puedo tener nada más en mi mente y tu sigues apareciendo. Me subo a una bicicleta y te recuerdo revisando mi rodilla, miro una serie y la protagonista me recuerda a ti, subo a mi auto y tus manos temblorosas en aquel volante aparecen como una daga dañina que me recuerda lo cobarde que soy. No puedo tener una relación, el campeonato es muy exigente, viajo casi 200 días al año y debo entrenar el resto. No puedo pedirte que me esperes, no puedo obligarte a subir a la locura que significa mi vida, no debo.- le dijo sin atreverse a mirarla aún.
Entonces ella depositó su mano sobre su pierna con cariño.
-Yo no te pedí nada de eso.- le dijo y entonces él por fin la miró y su sonrisa reflejada en sus ojos no hicieron más que continuar confirmando lo mal que había hecho las cosas.
-Yo no quiero ser tu novia. No esperaba que me lo pidieras tampoco. En verdad me gustas mucho, también pienso mucho tiempo en vos y en nosotros cuando estamos juntos, pero nunca me interpondría en tus sueños. Sé que puedes conseguir algo grande, se que luchaste mucho tiempo por ello y que lo mereces. Me encantó poder ayudarte a estar un paso más cerca y siempre voy a estar para lo que necesites. No merecía que me borres de tu vida pero si es lo que necesitas lo acepto.- le dijo recorriendo aquel hermoso rostro como si quisiera grabarlo en su memoria.
Carlos pasó sus dedos por su rostro mientras sus ojos le suplicaban que no la dejara ir.
-¿Qué me has hecho, Pooh?- le preguntó con genuina dulzura en su mirada y al ver que se sonrojaba de esa manera que tanto le gustaba no pudo evitarlo.
Tomó sus labios como venía deseando desde la última vez que lo había hecho. Los recorrió con premura mientras sus manos ligeras se hundían debajo de ese enorme buzo reclamando aquellos pechos que lo recibieron gustosos. No quería dejar de besarla, no quería dejar de sentirla suya.
Paula se sentía tan desconcertada como feliz. Su mente le gritaba que se detuviera, pero cuerpo no era capaz de reaccionar.
Lo había extrañado demasiado.
Se apropió de su cabello primero, para llegar a su torso después. Tiró de la tela de la remera y cuando estuvo desnudo continuó con su pantalón. Sus manos lo recorrían sin pausa, excitando cada terminación nerviosa con una pausa inquietante. Los reflejos de todo su cuerpo reaccionaban a aquel tacto embebido en fuego que alimentaba la pasión que los dos sentían al unirse.
Carlos tuvo que abandonar sus labios para deshacerse de la ropa que comenzaba a estorbar. Sin ella, el torso desnudo de Paula se mostró presuntuoso ante sus ojos que lo devoraron con fascinación. Le encantaba.
Ella se puso de pie dejando caer la poca ropa que le quedaba y liberándolo a él del mismo modo, no dudó en sentarse sobre aquella dureza que no hacía más que colmar sus más bajos deseos.
No dejaba de mirarlo, subía y bajaba con una pausa cronometrada que no hacía más que envolverlos en un espiral en el que sólo el placer era posible.
Él la observaba, la disfrutaba, la poesía. Era el dueño de sus gemidos y de la forma en que inclinaba su cabeza hacia atrás. Era el dueño de su gozo, de sus latidos acelerados y de sus intentos por prolongar el momento y eso la convertía en la dueña de sus propios sentimientos.
La quería. No iba a decírselo, pero ya no le quedaban dudas.
Pasó sus manos por su espalda desnuda para presionarla contra su pecho y acompañando sus movimientos se dejó llevar hasta oír aquel sonido que bien conocía, ese que le demostraba que había alcanzado el final, esa ardiente sensación en la que de repente todo parecía derrumbarse por un segundo para estremecer el cuerpo y dejarlo supeditado a la dulce sensación de estar volando por un rato.
Con los ojos cerrados aún, Paula se aferró a su cuello sin querer soltarlo. No quería que aquel fuera el final.
Carlos sonrió, sabía lo que estaba queriendo decir y ya no quiso seguir luchando.
-No podemos privarnos de esto.- le dijo y entonces ella se animó a mirarlo.
Con una tímida sonrisa en sus labios asintió con su cabeza.
-No quiero que...- comenzó a decir pero él colocó su dedo sobre los labios para evitar que continuara.
-Shh. No digas nada. - le sugirió con los ojos cerrados disfrutando de la sensación de estar unidos aún.
-No quiero perderte.- le dijo ella de todos modos y él abrió sus ojos y sonrió.
-Yo tampoco.- le respondió sin saber cómo iba a lograrlo, pero con la única certeza de que algo tan hermoso no podía hacerle mal.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora