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El primer mes pasó demasiado rápido tanto para Paula como para Carlos. Se habían centrado en respetar los tiempos y para su agrado habían logrado adelantar algunos plazos. Ella continuaba viajando con el chofer y había colaborado con el servicio del hospital coordinado desde la distancia.
Carlos pasaba sus días centrado en su rehabilitación, había recibido la visita de Charles en varias oportunidades y lo agradecía. Era un verdadero amigo, lo había sido desde sus inicios en aquella profesión. Se entendían, se acoplaban y se apoyaban. Le había contado la evolución de los otros pilotos, las demandas de las escuderías y la insistencia de los medios. Carlos había decidido no dar reportajes, así se lo había sugerido su agente y siempre lo respetaba. Intentaba no leer nada, pero con las redes sociales eso era imposible. Aún no había fecha para el inicio del campeonato pero ambos sabían que la decisión debía tomarse pronto. Ferrari no había anunciado ningún reemplazo oficial para Carlos, pero algunos nombres habían comenzado a sonar con insistencia. Carlos no quería ni siquiera pensarlo, estaba centrado en su recuperación, cada vez se convencía más de que lo lograría y eso era todo lo que ocupaba su mente.
Claro que una mandona kinesiologa con acento incisivo se colaba con frecuencia en sus pensamientos, sobre todo en las noches. Cuando por fin se acostaba en su cama e intentaba descansar rememoraba sus encuentros, sus gestos, su risa, la forma en que lo miraba con disimulo, su concentración, sus labios apretados para no pasarse con la fuerza. Imaginaba formas de hacerla sonreír. ¡Cuánto le gustaba su sonrisa!
Recorda sus curvas en el vestido de la primera noche que la había visto y las imaginaba debajo de ese ambo amplio que se empecinaba en ocultarlas. También había fantaseado con esconder sus lentes, sus ojos eran mucho más hermosos sin ellos. Pero había todavía algo más inquietante, no era sólo su rostro, ni sus exuberantes pechos, también disfrutaba de su compañía. De sus comentarios, que parecían más frecuentes con el correr de los días. De sus palabras de aliento, de sus miradas que hablaban por sí solas, de sus labios que, había descubierto, se arrugaban cuando se estaba conteniendo. Pasaba largas horas pensando en ella, incluso imaginando que le daba placer. Sin embargo luego se arrepentía. No podía perder el control, no podía dejarse llevar, tenía que poner toda su energía en la rehabilitación. No podía pensar en nada más.
Esa tarde regresó luego de la pausa del almuerzo, solía darle una hora para que completara sus tareas del hospital y él aprovechaba para descansar. Regresaba caminando despacio, ahora lo hacía con un bastón, que parecía algo ridículo, pero frente a la insistencia de Paula, no había podido negarse.
Entró al gimnasio y con tan solo verla una sonrisa asomó a sus labios. Estaba sentada de espaldas, sostenía su teléfono y para su agrado se había sacado los anteojos. Estaba tan concentrada en lo que leía que ni siquiera lo oyó entrar y aprovechando la corta distancia se aventuró a depositar sus manos en su cintura para sorprenderla.
Paula tuvo un pequeño sobresalto y giró su cabeza para encontrarlo demasiado cerca pero no sonrió como solía hacerlo, ni siquiera intentó liberarse de sus manos, que comenzaban a disfrutar demasiado el haberse apropiado de su cintura.
-¿Qué ha pasado?- le preguntó Carlos sin soltarla aún.
-Es que...- comenzó a decir ella sin poder sostenerle la mirada.
Carlos, impaciente, la liberó para tomar el teléfono que tenía en la mano.
-Es injusto.- llegó a decirle en voz baja pero Carlos no pudo escucharla. Le devolvió el teléfono y comenzó a caminar hacia la salida, mientras derribaba una pila de mancuernas con su bastón a su paso.
-Esperá Carlos, tenemos que continuar con el plan.- le dijo poniéndose de pie.
-¿Para qué?- le respondió él con un tono de enfado que se tradujo en sus labios apretados.
-Vete. No quiero hacer nada más.- le dijo y antes de que ella pudiera responder algo, salió del gimnasio para perderse en el pasillo que daba al ascensor de esa casa.
Paula se quedó inmóvil por unos segundos. Volvió a leer la noticia que anunciaba que el campeonato comenzaría en quince días y un grito de frustración escapó de su garganta. Odiaba las injusticias y aquella decisión lo era, pero no iba a bajar sus brazos. La rehabilitación iba muy bien, no podía haber sido todo en vano, intentó liberarse de su enfado y de a poco comenzó a creer que debía existir algo más por hacer.
Volvió a su escritorio y tomó su carpeta para buscar una nueva hoja. Revisó su antiguo plan y comenzó a reescribirlo, Carlos había demostrado una fortaleza única, incluso había soportado maniobras que, sabía, producían mucho dolor. Podía ajustar el plan, podía intentar reducir algunos tiempos.
Mientras continuaba evaluando estrategias decidió volver a navegar por los artículos de los distintos portales. Antonio Giovinazzi era el tercer piloto de la escudería Ferrari, él sería el encargado de reemplazar a Carlos hasta su recuperación. Entonces comenzó a evaluar el fixture. Contaba las carreras, hacía cuentas, evaluaba escenarios y calculaba fechas. El tiempo comenzó a correr y ella continuaba metida en aquella planificación.
-¿Quiere que la lleve, señorita?- le preguntó Claudio, el chofer, desde la puerta del gimnasio.
Paula levantó su vista mientras se sacaba los anteojos para refregarse los ojos. Llevaba horas allí y ni siquiera había notado que comenzaba anochecer.
-Gracias Claudio, pero aún no termino. No se preocupe, puedo irme sola hoy.- le anunció con su enorme sonrisa.
-¿Está segura? Mire que yo ya me retiro.- le anunció algo preocupado.
Pero Paula volvió a sonreír.
-En serio. Puedo irme sola. Muchas gracias de todos modos.- le dijo y alzando su mano en señal de saludo volvió a concentrarse en su estrategia.
Cuando oyó que el hombre se iba, aprovechó para apoyarse en el respaldo de su silla. Relajó sus brazos y suspiró con fuerza mientras estiraba su cuello.
El lugar estaba comenzando a ponerse oscuro, pero el parque a través del ventanal continuaba majestuoso, una iluminación tenue con un diseño exquisito se encargaba de realzar su belleza. Disfrutó de aquella vista y volvió a respirar con fuerza. Cuánto había cambiado su vida en tan poco tiempo, pensó. No sólo ser la terapeuta de un famoso corredor era algo impensado, su propia vida en Madrid era algo con lo que nunca había soñado. Nunca se había imaginado allí, menos tan sola. Recordó a sus hermanas y una media sonrisa se dibujó en sus labios, recordó su ruidosa casa de la infancia, a sus abuelos preparando los asados dominicales, a su madre trenzando su cabello y a su padre con el enorme diario delante, mientras los motores rugían en la pantalla del único televisor de la casa. Había sido feliz. Nunca creyó necesitar nada más, aún hoy sería feliz junto a ellos, pensó con pesar. Una lágrima ligera se derramó por su mejilla y no se molestó en secarla. A veces las dejaba correr, como si no existieran, eran una forma silenciosa de liberar una antigua tristeza que parecía no querer abandonar su corazón.
Una brisa traviesa dibujó un reguero de hojas sobre el camino de aquel jardín y el sonido de unos grillos cantores le indicaron que la noche había llegado. Volvió a mirar sus papeles y redondeó el número final. Estaba satisfecha. Creía que podrían lograrlo. Este iba a ser el año de Carlos y ella estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera a su alcance para lograrlo.
Se puso de pie y guardó sus cosas. Por fin tenía algo bueno para ofrecerle. Mañana será un gran día, pensó y cargando su mochila en el hombro salió de aquel gimnasio que sin la risa de Carlos parecía no tener sentido.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora