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No había nada que molestara más a Carlos, que la visita de su padre. Por más que intentaran llevar una conversación civilizada, siempre caían en una discusión. Nunca era lo suficientemente bueno como para conformarlo, siempre tenía un comentario desafortunado o una exigencia mayor.

Amaba a su padre, lo admiraba y mucho. Por él había iniciado sus pasos en aquel deporte. Haberlo visto triunfar en el rally tantas veces no había hecho más que alentarlo a querer continuar su legado. Y sin embargo, tenía la continua sensación de que nunca lograría conformarlo.

Aquella noche no había sido la excepción. Intentaba relajarse con sus amigos, disfrutando de buena compañía femenina y tragos de calidad cuando le llegó su mensaje:

¿AÚN NO TIENES CONTRATO Y YA ESTAS DE FIESTA?

Leyó lo que su padre le había escrito y cualquier intento de continuar disfrutando fue en vano. Su contrato era inminente, su representante le había dicho que la escudería Ferrari estaba muy interesada en él, lo había dado todo en la pista ¿Qué tenía de malo relajarse un poco? Pensó. Pero la amargura lo abordó y no quiso continuar allí.

Iba a irse cuando una joven quiso detenerlo. Se había sacado miles de fotografías, estaba agradecido de contar con tantos fans, siempre se detenía a firmar autógrafos y no tenía problemas incluso en hacer algún comentario divertido.

Pero en ese momento se sentía frustrado. Tenía 25 años, no tenía porqué continuar recibiendo retos de su padre y sin embargo, con un simple mensaje lograba sacarlo de su eje.

Entonces una voz diferente lo increpó. Un acento que reconoció de inmediato intentaba juzgarlo. Como si necesitara más miradas en su vida... pensó con ironía, pero preso de la curiosidad decidió voltear para ver quién le hablaba.

La joven continuaba alzando su voz y aquel tono increpante no parecía tener que ver con aquella figura sinuosa y aquellos ojos encendidos. Era una mujer hermosa que parecía no saberlo. Sus cabellos sueltos con ondas marcadas se movían al igual que sus labios carnosos con cada palabra.

Por un momento se olvidó de su padre, de su mensaje y de su futuro incierto. Se había acercado para confirmar que sus ojos eran tan hermosos como sospechaba y su aroma lo alcanzó intrépido para robarle una sonrisa ligera.

Había intentado continuar la discusión, parecía tan pasional como él en ese aspecto, pero luego una nueva idea lo alcanzó.

Iba a dejarle su teléfono, incluso tomó un papel para anotarlo. Pero ella no cedió. Le arrojó el papel como si en verdad no le importara prolongar aquel encuentro. Nuevamente invadido por la amargura, recordó que tenía un contrato que firmar. No valía la pena distraerse, menos por alguien a quien jamás volvería a ver en su vida.

Continuó su camino rodeado de sus amigos. Una joven de cabello rubio largo se mostraba dispuesta a establecer contacto a toda costa. No se sorprendió. Desde que era famosos, aquello solía pasar. No necesitaba demasiada conversación. Un intercambio de miradas era suficiente, a veces, sólo le decía a uno de sus amigos quien era la elegida y ellos se encargaban de todo.

Iba a repetir el procedimiento, le gustaba la idea de despejar su mente y pasarla bien. Incluso había invitado a aquella rubia a acompañarlo en su auto.

Pero cuando el chofer comenzó a avanzar, volvió a ver a aquella argentina. Su vestido, tan corto como lo recordaba, se ajustaba a sus caderas ofreciendo una vista demasiado tentadora. Tenía los brazos cruzados sobre su pecho y parecía acariciarse a sí misma como si tuviera frío. Intentó volver a ver sus ojos, esos enormes ojos expresivos que parecían haberse encendido al hablarle, pero su gesto parecía triste, como si no quedara nada de aquella combativa joven que había logrado llamar su atención.

El auto continuaba avanzando y él sólo podía pensar en regresar. Tenía una creciente necesidad de conocer todo de ella. ¿Por qué estaba triste? ¿Por qué estaba allí sola? ¿Por qué había rechazado su intento de hacer las paces?.

La rubia a su lado comenzó a jugar con su camisa. Recorría su pecho con premura mientras sus dedos desabrochaban los botones. La imagen de aquella argentina se perdió en el horizonte y su cuerpo reaccionó inmediatamente al movimiento que su acompañante comenzaba a insinuar con su boca.

Cerró los ojos e intentó olvidar. El placer comenzaba a gobernar sus sentidos, aquella mujer sabía lo que hacía. Inclinó su cabeza hacia atrás, pero entonces, aquella discusión regresó a su mente. Comenzó a desear que fuera ella quien estuviera a su lado, que volviera a hablarle con esos labios, pero más cerca de los suyos, que recorriera su cuerpo sin pausa. Recordó ese vestido ajustado a su figura e imaginó a sus propias manos recorriéndolo, escabulléndose debajo para por fin alcanzar su piel. Fantaseó con aquellos pechos colmando las palmas de sus manos y quiso poseerlos para no darles descanso.

Mirá Carlitos querido...su expresión al llamarlo así lo hizo sonreír. ¿Cómo podía una mujer que apenas había visto ocupar cada rincón de su mente? pensó mientras aquella otra mujer continuaba con su labor.

Quería que fuera ella. Ni siquiera sabía su nombre, pero le hubiese encantado oírla decir el suyo. Sus ojos volvieron a su mente, sus labios entreabiertos y su respiración acelerada moviendo su pecho de arriba abajo.

Ahora no lo quiero... entonces aquellas palabras lo sacaron de su fantasía. No lo quería. No vovlería a verla. Ni siquiera sabía quién era. ¿Qué estaba haciendo?

Apoyó su mano sobre la cabeza de su acompañante.

-¿No quieres que siga?- le preguntó la joven y Carlos negó con su cabeza.

-Otro día, hermosa.- le respondió, justo cuando el chofer detenía el auto frente a su hotel.

-Llévala a su casa, por favor.- le pidió al conductor y luego de darle un corto beso en los labios regresó a su vida. Esa que se volvía solitaria, cuando se apagaban las luces

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora