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Por fin se encontraba en el lugar que siempre había soñado. Había firmado el contrato y toda la prensa lo veía como la promesa de la temporada. Aún faltaba un mes para el inicio, pero las pruebas eran prometedoras. Le encantaba aquel auto, era mucho más veloz y sentía que ese año lograría marcar una diferencia.
Carlos era el nuevo piloto de la escudería Ferrari. Era un hecho que ni siquiera los comentarios de su padre habían logrado arruinar. Se había sacado las fotografías junto a Charles, su único amigo real dentro de aquel circuito y eso lo convertía en algo aún mejor.
Esa tarde debía acudir a un nuevo evento en Madrid. La presentación de pilotos de la temporada se llevaba a cabo en un enorme salón de aquella ciudad. Todos estaban allí. Sus relucientes sonrisas escondían la rivalidad que se suponía tendrían en la pista. Respetaban los protocolos, pero también se divertían. No era raro oír algunos chistes en inglés o cruces de miradas pícaras. Llevaban varios años en el circuito, primero en los kartings, luego en la fórmula 2 y ahora en las grandes ligas. Si bien los pilotos más experimentados solían ser más serios, todos eran conscientes del privilegio que significaba el hecho de participar de aquella competencia.
Completaron los protocolos con formalismo y cuando el evento estaba por finalizar fueron convocados a un escenario para escuchar el mensaje de Stefano Domenicali, el presidente de la federación.
Los pilotos y responsables de equipo se unieron a él en el escenario, todos escuchaban con atención, frente a varias cámaras y flashes. Carlos estaba junto a Charles. A su lado los pilotos de Williams y detrás de ellos los de Alpha Tauri. El discurso casi llegaba a su fin, cuando un fuerte estruendo se oyó, alertando a todos, que sin dudarlo miraron en dirección al sonido.
Entonces una de las columnas de iluminación se precipitó sobre el escenario. Con poco tiempo para reaccionar, Carlos se lanzó sobre su amigo para correrlo. Parte de la escenografía cayó detrás de aquel pesado hierro, mientras los responsables de la seguridad se apresuraron en evacuar el lugar.

El presidente fue el primero en ser rescatado, tenía apenas unos raspones en su brazo, los pilotos que se encontraban del otro lado del escenario salieron corriendo sin ser prácticamente afectados.
Pierre y Tsunda, los pilotos de Alpha tauri fueron los más comprometidos, el pesado material prácticamente cayó sobre ellos, obligando al servicio de emergencia a trasladarlos inmediatamente. El ruido de sirenas tapaba los gritos de la mayoría de los presentes. Nadie terminaba de comprender qué era lo que había ocurrido.
Todo parecía surrealista.
Alexander y Nicholas, los jóvenes debutantes de Williams, estaban sentados con sus manos sobre sus oídos. Una nube de polvo aún teñía aquel lugar y el personal médico no daba basto.
-¿Te encuentras bien?- la voz de Charles le devolvió a Carlos un poco de realidad. Aún estaba sobre él, sus oídos sentían un sonido agudo y constante, sus ojos no lograban distinguir más allá de unos pocos centímetros.
-Creo que sí, ¿tú?- le preguntó a su compañero y amigo.
Charles asintió y comenzó a incorporarse. Se puso de pie y le ofreció su mano a Carlos justo cuando dos paramédicos los abordaban.
-Estamos bien, estamos bien.- dijo Charles en un español algo tosco, ese que había aprendido de su propio amigo.
-No se mueva señor, es mejor si lo inmovilizamos ahora. - dijo la voz de uno de los profesionales de la salud dirigiéndose a Carlos con demasiado temor en su mirada.
Entonces ambos pilotos se miraron desconcertados. La adrenalina de aquel momento parecía haber neutralizado el dolor. Carlos quiso incorporarse, pero no pudo.
Su rodilla parecía no responder. El olor a sangre llegó antes que su color. La mancha borgoña cubría gran parte del suelo de aquel escenario, su traje ignífugo había sido perforado y sin comprender de dónde provenía su propio fluído, Carlos se tomó la pierna con desesperación mientras un grito desesperado escapaba de sus labios temblorosos.
Todos sus sueños pasaron por su mente, desvaneciendose como arena seca entre los dedos. Una angustia mayúscula se derramó junto con sus lágrimas cargadas de impotencia. No sabía la gravedad de aquella lesión, pero su amenaza era devastadora.
No podía estar pasando. No podía ser real. No ahora.
Charles tomó su mano y caminó junto a su camilla hasta la puerta de la ambulancia.
-Acabas de salvarme, amigo. No sé cómo voy a poder agradecértelo.- le dijo en inglés para asegurarse de que utilizaba las palabras correctas.
Carlos no pudo responderle. Sus dientes apretados no le permitían hacerlo. Su frustración era tan grande que no dejaba lugar para nada más. Sabía que Charles era su amigo, sabía que sus palabras eran reales y provenían desde el fondo de su corazón. Lo supo al ver las lágrimas empañar sus ojos claros, tan parecidas a las propias, que no podían dejar de brotar de sus enormes ojos negros. Pero no pudo decirle nada. Sentía que su vida se desmoronaba y no había nada más en lo que pudiera pensar.
Sin tu auto no sos nada, esas palabras resonaron en su mente. No había querido creerlas, pero de repente cobraban una fuerza que nublaba su razón. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo lograría sobrevivir si no podía correr? ¿Qué diría su padre?
Cerró sus ojos mientras su puño golpeaba contra la camilla. Ese no podía ser el final, no antes de siquiera haber comenzado, pensó con amargura.
Se dejó trasladar hasta algún hospital. Oyó demasiadas palabras: Lesión, traumatismo, cirugía, urgente, ligamentos, arterias comprometidas, pronóstico, rehabilitación, sedación...
Entonces no quiso continuar pensando.
Con sus dientes apretados y sus ojos cerrados, se entregó a su destino. No había nada que pudiera hacer. Comenzaba a sentir que no sólo sus sueños se esfumaban, también lo hacía su esperanza.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora