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El campeonato continuó sin pausa. Carlos había conseguido exprimir sus resultados y las posibilidades de consagrarse campeón del mundo eran cada vez más cercanas.
Había recorrido el mundo disputando carreras en Baku, Montreal, Jeddah, Imola, Silverstone, Suzuka y México. Habían sido meses intensos pero tan gratificantes que su cuerpo extenuado se recordaba a sí mismo que estaba a punto de lograrlo.
Había visto a Paula apenas tres veces, en las que había viajado a Madrid en medio del descanso para aparecer en su departamento y demostrarle cuánto la extrañaba.
Ella no podía sentirse más feliz. No habían dicho nada, no tenían una palabra que definiera su relación, pero tampoco la necesitaban.
Hablaban a diario, sabían lo que les pasaba cada día, cómo se sentían y cuanto se extrañaban. Incluso habían tenido algunas llamadas en las que sin querer contenerse, el deseo de encontrarse en el mismo lugar, los había llevado a apelar a sus propios cuerpos para satisfacer tanta pasión.
Ella se sentía demasiado bien, verlo en la televisión, seguir sus logros y sentir que estaba a punto de cumplir su sueño, era mucho más de lo que hubiese deseado. No se había animado a acompañarlo, aunque él tampoco se lo había pedido. Solía decir que prefería preservarla, que aquel mundo era vertiginoso y complicado. Ella le creía. Respetaba su decisión aunque se moría de ganas de volver a verlo.
Carlos por su parte estaba totalmente enfocado en su entrenamiento, sentía que estaba próximo a alcanzar su sueño. Sus padres lo acompañaban en todo momento, su padre se había mostrado completamente abocado a él, desde aquella charla que nunca olvidaría, había dejado de mostrarse exigente y eso no hacía más que fortalecer su vínculo. Entrenaba, competía y asistía a todo lo pautado en su agenda, pero en las noches, cuando todo parecía silenciarse, su mente no dejaba de extrañarla. Oír su voz era un bálsamo hermoso que le devolvía calma y lo llevaba a recordar sus encuentros. A veces fantaseaba con tenerla allí, con abrazarla luego de cada victoria, con gritar a los cuatro vientos cuánto la quería. Pero luego recordaba la crueldad de ese mundo, el cambio que sufriría su vida si lo anunciaba, la presión de los medios, de los fans, el modo en el que la culparían si bajaba su rendimiento. Era injusto, prefería conservar lo que tenían, ese amor que nunca había sentido antes, que le quemaba en el medio del pecho al recordarla, que llenaba su mente de pensamientos hermosos, en los que regresaba a esas dos semanas en las que habían sido completamente libres. En los que, ya no le quedaban dudas, habían alcanzado una conexión única de la que no deseaba escapar nunca más.
Sin embargo, aún estaba en la competencia. Se acercaban el Gran premio de Barcelona, en su propia tierra. Y si lograba ganarlo, se consagraría campeón, incluso faltando una carrera más. Los nervios eran mayúsculos, tenía que apelar a toda su fortaleza mental para que no lo traicionaran. Había sido recibido por cientos de fanáticos y eso lo llenaba de esperanza. Toda España estaba revolucionada, tener un nuevo campeón del mundo no era algo de todos los días.
Había fantaseado con pasar por Madrid, pero la agenda estaba muy apretada y no había encontrado ningún hueco para hacerlo. Se había tenido que conformar con su hermoso rostro en aquella pantalla y sus dulces palabras envueltas en esa mirada que no hacía más que transmitirle toda la confianza que necesitaba.
Entonces llegó el domingo. Toda España estaba pendiente de la carrera. Carlos tenía la Pole position, salía en primer lugar y eso no hacía más que acrecentar la esperanza de cada uno de los allí presentes.
Había manejado hasta el circuito junto a su padre intentando olvidar sus nervios. Había saludado a demasiadas personas y se mostraba sonriente y divertido. Ese era su escudo, el único que conocía, el que le permitía sobrellevar la exigencia de aquella competencia.
Cuando estuvo en el box junto a Charles todo pareció tranquilizarse un poco. Se conocían bien, se apoyaban y se sentían felices por los logros mutuos. Saludó a su familia y cuando lo vio besar a su novia supo que deseaba demasiado que la suya estuviera allí.
No se lo había pedido y se arrepentía, de repente no le encontraba el sentido. Era la persona que más lo apoyaba, ¿por qué no podía acompañarlo?, pensó sintiendose algo tonto. Pero rápidamente le pidieron que asista a una entrevista y tuvo que sacar aquellas ideas de su cabeza.
Lo que no sabía era que a escasos metros, su tío Héctor acompañaba a Paula y Begoña hasta uno de los palcos. Había sido una idea precipitada, pero en el momento en el que Paula vio los tickets que aquel hombre le había regalado hacía casi un año, no dudó en tomarlo como una señal.
Quería estar ahí. Quería abrazarlo cuando lo consiguiera, porque estaba segura de que así sería. Sin pensar en las consecuencias, se aventuró a llamar a Hector y con unos nervios al borde de lo insoportable caminaba por aquellas calles del paddock con su corazón palpitante y sus manos temblorosas.
Había llegado el momento de enfrentar la vida real, esa en la que, a lo mejor, luego de tanto tiempo, la posibilidad de ser feliz volvía a ser una opción. Una en la que el hombre que amaba estaba a punto de consagrarse en lo que siempre había soñado y eso no hacía más que hacerla feliz.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora