Capítulo 35

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Las avenidas de San Francisco eran asombrosas. El taxi iba a la velocidad correcta, que permitía que hasta el más minimo detalle fuera observado.

El sol de mediatarde iluminaba la ciudad, y el tráfico era espectacular. Recordaba haber visitado San Francisco en mi niñez.

Terrens revolvía su mochila, buscando algo. Mientras que el chofer del taxi conducía complacido, acompañado de una tenue melodía de Jazz.

- ¡Me eh olvidado la cámara!- gritó exaltado a mi lado. Voltee con rapidez a verlo, mientras mordía una de mis uñas.

- ¿Tenías planeado sacar fotos?- reí.- No tienes que conservar una imagen para recordarme. Pídelo, y me tendrás molestandote todos los días de tu vida.

El negó varias veces con su cabeza, para luego, cerrar la mochila, aflijido, y suspirar volteando sus ojos a mí: - Que chistosita.

Sus labios, curvados en una graciosa sonrisa, contagiaron a los míos. Que pronto se transformaron en una gran carcajada.

- ¿Cuál era la residencia joven? - el conductor del taxi habló, dirigiendose a Terrens a través del espejo retrovisor.

- Residencia Mickels, al costado del lago Twingly- respondió el morocho a mí lado sin importancia. El conductor pareció asombrarse, de seguro, por la fama de la estancia. ¿Los padres eran ricos? Preferiría no preguntar.

El gran puente rojo, famoso en San Francisco comenzó a verse en mi ventanilla. Asombrada, observé cada detalle de él. Capturando hermosas imágenes mentales.

Sentí sus manos deslizarse sobre las mías. Le di un suave apretón, sin dejar de observar los detalles del gran puente.

- Hemos llegado, limón- su suave susurro fue una caricia para mi alma. Me había quedado dormida sobre su regazo.

Me estiré, mientras que él, pagaba al taxista. Largue un largo bostezo, y acomode mi coleta que había comenzado a desatarse.

Bajé a toda prisa, mientras esperaba a que el conductor abriera el baúl y sacar mi maleta. Me asombre al encontrarme con un jardín enorme rodeado de ortigas, petuñas, rosas blancas, rosas y rojas. Un largo camino de piedra hacía la estancia, que más que una estancia, parecía la casa perfecta de un libro de cuentos. El sol de media tarde se colaba entre las hojas, dándole una iluminación especial al tejado de color verde oscuro, y a las paredes de madera de roble oscuro.

Aún con la mandíbula abierta, tomé el equipaje del compartimiento del taxi, y comencé a caminar por el sendero de piedra. Me encontraba anonadada. ¿De verdad éste lugar existía?

El taxi dio media vuelta, y desapareció de la residencia luego de que Terrens bajara de él.

- Es... es ¡Es estupenda!- grité, dejando las valijas en el camino y comenzando a correr hacía Terrens, que a la llegada, me tomó en sus brazos.

- Es sólo la estancia de mis padres Thea- murmuró, perdido en el lugar tras de mí. Mis piernas abrazaban su abdomen, y sus manos me sostenían por los muslos. Abracé su cuello, y lo miré directamente a sus hermosos ojos verdes.

- ¿Tienes algún problema con ellos?- Le pregunté.

Pero no respondió, me bajó de sus brazos, y comenzó su camino hacia los equipajes. Tomándolos, y siguiendo hasta la puerta de la estancia.

En mi camino, tomé el tiempo suficiente cómo para observar cada flor. Se hallaban magníficamente en buen estado, de colores puros y radiantes.

Terrens se adentró en la casa (casi mansión), y encendió las luces internas. Comenzaba a anochecer, y el cantico de los grillos comenzaba a adornar los aires.

A primera vista, el recibidor de la parte delantera era sumamente delicado. Con dos pequeños sillones de color rosa viejo de cuero, y una pequeña mesa de vidrio en medio de ambos.

En las paredes laterales, dos medianos espejos devolvian la imagen del otro, y tras la puerta frente a nosotros, se daba a conconer el endorme vestíbulo. Con un largo camino de alfombra color bordó. Y a su final, unas interminables escaleras de mármol blanco.

-Es hermosa- susurre observando las pequeñas decoraciones que le daban al lugar un toque más antiguo.

-Por la derecha, están la cocina y la sala de estar - respondio, susurrando. Frunci el ceño.

-Pensé que lo de la entrada era la sala de entrar- reí confusa mientras frotaba mis frías manos sobre mi pecho.

Él volteó en su caminata hacía la cocina hacía mi, mientras lo seguía: -Mi madre ama la decoración. Mientras mas salas y cosas esté cargada la casa, mejor para ella.

-Lo veo- susurre, observando el brillo que poseía cada parte de la cocina. Era enorme. Y sus sartenes, cocina, y por lo tanto heladera, estaban que vomitaban limpieza. Todo brillaba a la luz de la gran lámpara encima de estos. El piso era de un ceramico negro liso. Y convinaba con las paredes blanco hueso de ésta.

-Es muy buena decoradora, a decir verdad...- Terrens río, caminando hacia mí, que me hallaba junto al umbral de la puerta de cocina, todavía sorprendida ante semejante lujo.

Apagó las luces de la cocina, y me arrastró nuevamente hacía el vestíbulo: -No ha sido ella, limón. Fue su hermana, mi tía. Ella es muy buena redecoradora. Mi madre sólo posee la manía de amar las telas, artilugios y alfombras que se le puedan colocar a una habitación vacía.

-Cada uno con su locura. Tú amas una banda donde sólo tocan ruido, no puedes juzgarla. Todos somos diferentes, y por lo tanto llevamos un mundo diferente distinto al de los demás. Sería aburrido tener que complacer o coincidir con todos todo el tiempo, ¿no te parece?- sonreí, pasando uno de mis dedos por la textura de uno de los cuadros que se hallaba más cercano a nosotros.

Lo observé, mirar con recelo uno de los portaretratos colocados encima de una mesa de madera. La fotografía que revelaba a un hombre casi mayor, y una mujer de la misma edad, abrazados, felices. ¿Sus padres?. Ahora confirmaba lo pensando, el traía un problema emblemático con su familia, pero... ¿cuál?

-Vamos, es tarde. El viaje ha sido eterno, y no es muy placentero como parece dormirse en un avión. - comenzó a subir con lentitud las escaleras, mientras yo le seguía detrás. ¿Por qué comenzaba a notarlo distante?

Indecisa, e insegura, comencé a jugar con mis dedos mientras acababamos con los pocos metros desde el vestíbulo a la planta alta.

Sus anchos hombros contonearse mientras subía los últimos escalones era todo lo que mi vista quería observar, al llegar a la segunda planta, se giró hacía mí en un rápido movimiento para seguir su camino hacía una de las puertas más cercanas.

Cómo pensaba, la planta alta contaba con más habitaciones. Al parecer, nunca acabaría de sorprenderme.

- Está es tu habitación Thea, descansa. Nos vemos en la mañana- su anatomía desapareció por el largo pasillo. Dejandome a la deriva de la casa desconocida y solitaria.

Se olía a kilómetros que éste lugar no le agradaba en lo más mínimo, pero siendo así, ¿porqué me había hecho venir hasta aquí?

Two Pieces ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora