Capítulo 47

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La pequeña casa pintada de amarillo me observaba, con burla, con intriga, valla a saber cómo es que me miraba, pero lo hacía.

Ó tal vez sólo era producto de mis nervios. Mis palmas sudaban cómo manantiales, y el calor que irradiaba mi cuerpo era capaz de mantener caliente unos ricos malvaviscos.

Con lentitud me acerqué al timbre, tocandolo sin ganas. Una trompeta se escuchó dentro de la casa, y las ganas de salir corriendo inundaron mis pies. Hubiera sido así, si no fuera por el hombre de pelo canoso que abrió la puerta, distraído hasta que sus ojos se encontraron con los míos, y su rostro cambió de la naturalidad a la sorpresa.

- ¿Thea? - exclamó. Mis manos comenzarón a temblar al igual que mis piernas, y comprendí que mis extremidades no me ayudarían.

- Señor - murmuré, escondiendo mis manos en el puño de mi vestido de mangas largas. Timidamente giré mi cabeza hacia la acera y rogué encontrar algo qué lograra salvarme.

- ¡Rachel! ¡Tha está aquí!- gritó, girandose hacia el interior de la gran casa. El aire familiar irradiaba de ella. Una mujer rubia, de estatura mediana, de ojos achinados y profundamente azules bajó corriendo las escaleras, desorientada y llena de desesperación. Sólo llevaba un pijama de franela color rosa pálido y unas mullidas pantuflas de algodón.

Sus ojos azules hicieron contacto con los míos, llenandose de lágrimas. Mientras que la incomodidad no era capaz de irse de mis pensamientos. ¿Qué hacía aquí?, ¿había sido un impulso? ¿ó verdaderamente me encontraba dispuesta a perdonar?

- Nena, ¿cómo estás? ¿estás bien?, ¿que te ha pasado? pasa, ven, hace frío allí fuera- habló cubriendose con una gran bata marrón de seda que tomó de un pequeño perchero, se acercó a escasos centímetros de mí, y sonrió. Intenté omitir todo impulso de nerviosismo, y mis ganas de salir corriendo. Asenti débilmente, entrando en aquella casa. Aquella casa donde estaba segura había conformado el refugio de mamá todos éstos años. El porqué de sus ausencias descomunales en casa de Micks, el porque a todas mis preguntas.

Unos gritos y risas de escucharon desde la sala, y miré el cielorrazo, pintado de celeste con pequeños detalles en gris. Siempre búscaba algo que mirar cuándo me hallaba demasiado excitada ó ansiosa. El pulso cárdiaco casi era incontable, y el aire comenzaba a escasear. ¿Por qué me colocaba de está forma?, sólo era una conversación para acabar con mi pasado, de una vez por todas.

El hombre de cabello gris y traje caro sonrió amablemente, mientras me tomaba por uno de mis hombros. Me separé casi al instante, reprimida por las ganas de gritar, pero me contuve... agraciadamente.

Sus ojos estaban casi tan abiertos cómo dos tapitas de botellas, oscuros e indescifrables. Y me encontré observándolo cómo si lo conociera de toda una vida...

- Sólo quería preguntarte si quieres algo para beber, Thea- se defendió alejándose. Cerré los ojos, y suspiré. Un gran suspiro cargado de frustración y ansiedad.

- Lo siento, sí, gracias- respondí, caminando varios pasos hasta adentrarme en la pequeña antesala de color lila. Había varios sofas de color crema, con cojines blancos y violetas. El piso era de un cerámico rugoso de color negro, y había cientos y cientos de cuadros con fántasticas fotografías artísticas.

- ¿Que te apetece?- su voz me tomó desprevenida, obligandome a girarme hacia su encuentro.

-¿La verdad?, qué me expliques el porqué de toda mi miserable vida, con un poquito de azúcar... por favor- Un té, por favor.

- Marchando- volví a notar su sonrisa, antes de ver su silueta desaparecer por los recónditos pasillos de la gran casa.

Los gritos que me habían parecido oír al adentrarme en la casa, comenzaron a hacerse más y más cercanos, convirtiéndose en dos pequeños de cabello cobrizo que se acercarón hacia mí, sonriendo exhaustivamente con dos muñecos en sus manos.

Two Pieces ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora