Capítulo 36

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Incómodo. Las sabanas me tenían prisionero mientras me revolvía en sueños.

Desperté alertado, sudando, y con los nervios a flor de piel. Escanee la habitación, asustado, comprobando que me hallaba en la habitación extra de la casa, recostado sobre la cama, sudando, y enrrollado entre sábanas.

Me recoste nuevamente, relajando mis sentidos, y esperando a qué el susto provocado por mis pesadillas cesara.

¿Por qué cada vez que visitaba éste lugar, sueños asquerosamente horribles me jodian?, me disgustaba saber que había algo relacionado con esté lugar que me ponía alerta.

Sería la falsa felicidad que mis padres comenzaron fingir en cuánto ganaron el dinero suficiente cómo para deshacerse de su antigua vida. Esa felicidad erróneamente fingida, y su poder de querer transferirme su hipocresía.

La vida que ellos consiguieron de mala manera, ahora sospesaba sobre mis hombros. Las conflicciones que deberían debatir entre ellos dos, me perseguían a mí.

Era mortalmente injusto. Ya que había decidido escapar de está vida hace varios años. No tenía nada que lamentar. Nunca necesité de su dinero.

-¿Qué haces aquí entonces?- no puedo decir que me he arrepentido. Sólo necesitaba un lugar en el cuál pueda compartir con Thea y pasar tiempo a solas.

Interrumpido por mis pensamientos no pude volver a pegar un ojo. Bajé las escaleras en busca de algún aperitivo, pero me sorprendí (no tanto) al hallar las alacenas completamente vacías. Sólo había agua fría en la heladera. Y todavía era de madrugada.

Sirviendo un poco de agua en un vaso, repase todo lo que había ocurrido en mí vida hasta éste momento.

Thea, había aceptado acompañarme, y en todo el trayecto hasta aquí, la descubrí diferente. Cómo si se tratara de una persona nueva. No había visto sus cambios de humor constantemente cómo anteriormente. Me trataba de una manera que comenzaba a parecerme especial.

Frote mi entrecejo mientras trataba de pensar alguna manera de comprender en que modo comportarme alrededor de ella.

Era tan difícil. No había llegado hasta éste punto en ninguna relación, y esto era nuevo para mí.

***
La mañana me despertó nuevamente. El trinar de las aves, que hace mucho parecía no oír, interrumpió mi sueño sobre el cómodo sillón de la sala de estar.

Recordé al instante, la falta de aperitivos, y me levanté al salto, colocandome una chaqueta encima de mi pijama, conformado por unos pantalones sueltos de yogging y una remera holgada blanca, de una vieja marca de botes de pintura.

Salí de la estancia, cubierto por el primer rocío de la mañana rumbo al supermercado cercano, a algunos cien kilómetros.

Al llegar nuevamente, el silencio de la estancia me rodeó, abrí lentamente la puerta de entrada con uno de mis hombros, y entre cargando algunas diez bolsas repletas de mercadería y comestibles.
Tenía pensando pasar unos cuantos días aquí. Para terminar de entender que era lo que me ocurría con Thea, y que ella terminara de entender que era lo que le pasaba conmigo.

Caminé lentamente hacía la cocina, con cuidado de no hacer ningún ruido, y coloqué la cantidad de bolsas encima de la mesada. Apoye mi cadera sobre esta, suspirando cansado, y fijando mi vista en el reloj de mi muñeca. Ya había pasado media mañana.

Casi eran las once y media. Tenía que despertarla.
Subí de dos en dos los escalones, rumbo a la habitación de Thea.
Nuevamente me encontre ante la duda de cómo relacionarme con ella. Era tan distinta a mí. o tal vez eramos tan iguales.

Toqué debilmente dos veces la puerta, esperando a que su anatomía se hiciera presente al abrirla.
Pero nadie respondió.

Abrí lentamente, tratando de poder ver entre la pequeña abertura, y descubrí la cama vacía. Terminé de abrir la puerta con rapidez, mientras me adentraba en la desierta habitación.

- ¿Thea? - grité ahora alertado por su no presencia. El suave ruido de las cañerías debajo de mis pies, y el repiqueteo de la ducha contra el suelo, me hizo razonar lo que ocurría.

Me reí de mi mismo, mientras caminaba hacía la puerta de baño, y con dos suaves toques sobre ésta, arrepentido, la abrí, adentrandome en el cuarto de baño.

Ella gritó, y se escuchó el ruido de uno de los envases de shampoo caer al suelo. Estalle en carcajadas mientras cerraba la puerta detrás de mí y cruzaba mis brazos sobre mi pecho. No podía verla, ya que la cortina era de un rojo profundo, pero aún así, ella estaba alertada; - ¡¡QUE HACES!! SAL DE AQUÍ, YA, YA Ó TE LAS VERAS CONMIGO AL SALIR.

- Vamos nena, ni que tuvieras tanto físico que mostrar- solté provocandola. Me aparte unos centimetros cuándo un jabón se aproximó hacía mi con ganas de golpearme- ¿Eso es todo lo que tienes? - reí

- ¡Terrens! Dime, ¿Que quieres?- respondió exasperada. No podía verla, pero aún así me imaginaba su rostro empapado y totalmente enojada.
Sonreí- ¿Ahora mismo? Meterme ahí dentro contigo, ¿Aceptarías?..- nuevamente, arrojo algo en dirección hacía mí, esta vez, una crema de ducha, que logró golpearme en el antebrazo. - Ouch, mi amor, eso duele.

No volvió a responder.

Así que salí, sin decir una palabra más, y bajé lo más rápido que mis largas piernas me permitieron hacía la cocina.

Comencé a cocinar lo que para mí eran tortitas, más para mis ojos parecían círculos negros propasados de quemados.

Bufe, en cuanto el borde de la sartén en la que se encontraba cocinandose mi obra de arte quemó la palma de mis manos.

Agitado corrí hacía el grifo, reposando mi mano casi hinchada por la quemadura bajo la fría agua. Me hundi en el placer provocado por el fuerte alivio.

- Eres tan tontín - escuche salir de sus labios. De reojo observe cómo de a poco iba acercandose hacía mí, vestida y con una toalla en su cabeza, recogiendo su largo y rubio pelo. Río mientras se acercaba a la sartén, donde mi obra de arte comenzaba a echar humo, y lo apagó, sacando lo poco que quedaba de las tortitas quemadas del fuego.

Tomó más pasta, untandola nuevamente en la sartén y se giró con avidez hacía mí, que tontamente seguía observandola bajo el efecto del agua fría sobre mi hinchada lastimadura. - Su cocción funciona a fuego lento, querido- levantó una de sus delgadas cejas, y volvió a su trabajo en la cocina.

Luego de eso, desayunamos en silencio. Cómo si todo tema digno de hablar se hubiera esfumado. No quería que los siguientes días con ella siguieran esté ritmo.

- Vamos- dije esperanzado de limar toda asperesa. Ella sonrió, confundida, mientras terminaba la última tortita- Fuera. Hay un sendero estrecho que lleva al lago. Podemos pasar la tarde allí.

Ella asintió, para luego frotar sus manos, y levantarse camino a la cocina. Me gire desprevenidamente, tratando de observarla sin que ella pudiera verme. Se movía por la cocina cómo si conociera de ante mano los lugares. Y comenzó a preparar algunos sandwichs, y zumo de naranja. - Ahora si estamos listos para ir- murmuro, fijando sus ojos a mí. Y sonriendo.

La sonrisa que nunca me cansaria de ver y de besar. De provocar. Me encontraba pensando, que se sentiría ser dueño de aquella sonrisa.

Two Pieces ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora