Dos semanas sin ella

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El mar estaba en calma. Las islas, abarrotadas de turistas. Mi barrio en cambio, a pesar de estar en pleno centro de esas islas, estaba como el mar. En calma. Miré hacia la casa de enfrente. Se oían los gritos habituales de los Pedrosa, pero faltaba algo. Más bien alguien. Alguien que fuera todo lo contrario a esa familia, tan cercana a la mía.

Moví mis piernas en el agua tranquilamente. La playa no estaba lejos, pero hoy era más factible un día en la piscina de mi casa que bajar hasta la playa. Porque tanto mis padres como mis dos hermanas no estaban, haciendo que invitar a los chicos fuera fácil. Aunque mis padres les querían casi más que a mí.

Juseph tomó de su Coca-Cola justo antes de tirarse al agua, haciendo que Noelia se salpicara y gritara. Tenían un rollo, eso era algo que todos, absolutamente todos, sabíamos con certeza. Hasta mi abuela lo sabía. Desde que acabó el curso estaban muy acaramelados. Insoportables, según Sergio. El otro miembro de nuestro pequeño y selecto grupo de amigos. Aunque también nos juntábamos con otros chicos del barrio, al final siempre éramos los tres chicos de siempre, Noelia y ella. Aunque ahora ya no estuviera.

–¡Voy a matarte Kevin! – gritó la casi algo de mi amigo de tez oscura y una sonrisa digna de anuncio.

Kevin solo le llamaba ella y su madre. Y Los demás, Juseph. Que era su segundo nombre. Por eso cuando íbamos con otros chicos a rapear, algo que hacía poco comenzamos, él siempre se presentaba como Juseph. Igual que Sergio era 'La Pantera' un apodo que nació a raíz de los deportes que practicábamos. Ya que él era muy ágil. Y luego estaba yo, Quevedo. Pedro para todos los ajenos a ese mundillo, claro. Mi segundo apellido tenía que servirme de algo, aparte de ser el mismo que el del famoso poeta.

La pareja comenzó a perseguirse por todo el jardín, que era bastante grande. De los más amplios de la urbanización, presumía mi padre siempre que venía alguien a casa.

–Esos dos deberían comerse la boca ya – murmuró el de pelo oscuro y yo reí.

Mucha razón teníamos con nuestras palabras. Pero ninguno daba el paso y no íbamos a interferir ni Sergio ni yo.

–Y que lo digas, ya cansan.

Suspiré, aún sentado en el borde blanco de la piscina. A mi lado, Sergio movía la cabeza para quitarse el exceso de agua del pelo, aunque toda el agua acababa en mi torso.

–Píllate una toalla tío – me quejé.

El chico pareció hacer caso a mi queja, porque enseguida buscó una toalla y se la pasó por el pelo. Volviendo a sentarse a mi lado.

–¿Has sabido algo de ella en estos días? – preguntó por la chica de pelo rizado.

Negué. Hacía ya dos semanas desde la marcha de la chica. La poco canaria, como le llamaba. Nacida en la isla, pero con poco espíritu. Todo lo contrario, a mí, nacido en Madrid, pero con espíritu canario por mis venas.

–Está desaparecida. Quería despegarse de esto, normal que no conteste – dije, apenado.

En esas dos semanas, la vida aquí no había cambiado. Todo seguía igual, como todos los veranos. Calor abrasante, aunque cuando ella se fue hubo una borrasca horrible que castigó a mi tierra con tormentas constantes. Supuse que la isla se entristeció un poco por su marcha. Al igual que yo. Por lo demás, aquel verano era igual al anterior. Los chicos y yo metidos en las batallas de freestyle, sin ni idea de música, pero dándolo todo con nuestras rimas. Con mis hermanas molestándome todo el día, mi madre regañándome por no ordenar la habitación. Mi abuela quedando con la vecina, al igual que mi padre, quien estaba pasándose las tardes con el vecino en el garaje arreglando un viejo coche y charlando de la vida. Padre de todo el sequito de hermanos Pedrosa. Entre ellos, la chica de pelo teñido. La poco canaria.

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora