Finjamos que no ha pasado nada

1.7K 122 14
                                    


Columbia

Odiaba beber alcohol. Juré una y otra vez que no volvería a probar gota de eso jamás. Mi dolor de cabeza era abismal, sumándole que la luz solar me daba directamente en la cabeza. Tapé todo mi cuerpo con la sabana, pero de poco sirvió. Porque seguía traspasándose un poco de luz. Decidí que esos esfuerzos por estar a oscuras no darían frutos, por lo que no tuve otra opción que levantarme.

Y estaba en la cama de Pedro. Él no estaba, pero el lado derecho de la cama tenía las sábanas revueltas. Mis conclusiones llegaron a puerto, Pedro durmió aquí. Eso era algo que daba por seguro. No haría un drama porque hubiera dormido aquí estando yo borracha. No era la primera vez que dormíamos juntos y viendo lo que el verano nos deparaba, probablemente fuese la última. No sé si a su novia Helena esto le haría mucha gracia. Pero no quise pensar en ella. No valía la pena. El que en su día fue mi mejor amigo había forjado una relación con una chica preciosa. Y me alegraba por él. O eso quería decirme. Aunque mis decisiones ayer no se vieran muy concordantes con mis pensamientos de la mañana siguiente.

Estaba vestida con un chándal del dueño de la habitación. Genial, pensé. Pensé también en cambiarme de ropa, apoyada en la mesa. Pero era un vestido y me daba bastante pereza ir con eso de buena mañana y en casa del chico. Al lado de mi vestimenta del día anterior, había un vaso de agua y un ibuprofeno. Junto con una nota.

Buenos días :)

Espero que esto te quite la resaca,

Pedro.

Abrí la puerta para ir al baño, justo al lado del cuarto del que salía. Me lavé la cara e hice mis necesidades y bajé a la planta baja, donde daba fe que estaría toda la familia Domínguez-Quevedo allí.

–¡Colu! – exclamó Sofía una vez puse un pie en el salón, lo más próximo a las escaleras.

Efectivamente, no me equivocaba. Estaba la abuela de Pedro y su hermana menor. Sus padres probablemente estarían en la cocina. No sabía ni que hora era.

–Buenos días – sonreí sin mostrar mis dientes.

–Hola guapa – saludó la abuela de los hermanos.

Aún con la sonrisa, me acerqué hacia la señora. Me abrazó y acarició mi pelo esbozando una sonrisa.

–Estás preciosa cariño.

–Gracias – dije, notando el rubor en mis mejillas. Al mínimo halago solía ponerme roja.

Saludé a Laura, la hermana menor de la familia. Sofía enseguida se acercó a mi y me cogió del brazo, llevándome a la cocina. Una vez allí, vi a los padres de Pedro y al chico con el que había dormido.

–¡Columbia! – Maricarmen se acercó a mi enseguida y me abrazó con fuera. Al igual que su madre, me acarició el pelo –. Cuánto tiempo sin verte bonita – su sonrisa era de oreja a oreja cuando los separamos del cálido abrazo.

–Lo mismo digo – dije, también sonriendo. Acabarían doliéndome las mejillas, pensé.

El padre de la familia no dudó en acercarse y darme dos besos cordiales.

–Me alegra mucho verte cielo.

Sonreí y mi mirada fue durante unos pocos segundos hacia Pedro. Quien estaba apoyado en la mesa bebiendo algo de su taza y mirándome fijamente.

–Tienes café aquí cielo – dijo Mari, tomando mi mano y llevándome a donde estaba todo el repertorio de desayuno –. Pedro no dijo nada de que venías y no tengo casi nada de comer.

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora