''Las vacacione' en Italia en agosto''

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Columbia

Cuando llegamos al aeropuerto de la capital italiana, no pude evitar dejar de sonreír. Aunque nos hicieran esperar media hora a las maletas en las cintas, la sonrisa no se me iba.

Estaba profundamente enamorada de Italia desde hacia años. Era un sitio que amaba y al cual aún no me había ido a estudiar. Pero por el momento, no entraba en mis planes. Ya que tenía algo programado para septiembre que era más importante.

En el taxi rumbo al centro de la ciudad, vimos ciertos lugares conocidos. Como la Ciudad Deportiva de uno de los equipos de la ciudad, el AS Roma. Eso, las oficinas de Fendi y de varias empresas más conocidas.

Llegamos a la zona de nuestro hotel, cerca de Termini, la estación central de Roma y de las más importantes del país. Pedro quería coger uno más moderno, pero eso implicaba más dinero. En cuanto a el precio de la habitación y del transporte diario para llegar al centro. Encima que se ofreció a pagar el hotel, no iba a permitir que se gastase un riñón en algo que no era de lo más importante.

Dejamos las maletas en consigna y pusimos rumbo a Campo di Fiore. Era mi primera vez en la ciudad, pero entre que mi hermana estuvo de viaje de fin de curso y había visto un montón de películas y TikToks, conocía muchos sitios de la antigua ciudad. Sobre todo, lugares para comer.

–¿A dónde me llevas? – preguntó mi novio.

–Ya verás. Vas a flipar.

Pedro se dejó guiar por mi y el Google Maps. Vimos un par de iglesias famosas. Hicimos un par de fotos, pero no entramos, ya que era domingo y estarían con las misas.

Pasamos por la Fontana di Trevi, donde nos hicimos un hueco para hacernos unas cuantas fotos. Solos y juntos. Algunas de postureo, otras más divertidas.

–Quiero hacer lo de la moneda – le dije al chico y este asintió.

–Nunca he sabido para que sirve.

Me senté en un hueco y busqué en mi bolso unas monedas.

–Dicen que, si echas una moneda en la fuente, volverás a la ciudad de nuevo. Eso y si pides un deseo, se cumplirá.

Se hizo un hueco a mi lado y me miró.

–Estás hecha una enciclopedia de Roma amor – sonreí –. ¿Algún dato más?

–Sí, que el dinero va para el mantenimiento de la fuente. Recaudan miles de euros al año, es una locura.

–Joder. Como se forran.

Tiramos las monedas y pedí un deseo. Que pasara lo que pasara, Pedro y yo estaríamos juntos.

Eso era lo que más deseaba en aquellos días de agosto. Paseamos por las calles romanas, hasta que llegamos al mercadillo de Campo Di Fiore. Con muchísimos restaurantes alrededor. Muchos se aprovechaban de los turistas que no sabían la lengua.

Nos acercamos a uno que era el que menos lleno estaba, ya que los demás estaban que no cabía ni un alfiler de la cantidad de gente que comía. El metre del lugar nos vio y se acercó a nosotros.

–Vale, ni se te ocurra soltar palabra de español ahora – le susurré a mi novio, quien asintió –. Buon giorno – dije, al hombre mayor que se nos acercó.

Hablé el poco italiano que sabía con aquel hombre, quien nos dirigió a una buena mesa. Nos daba el aire acondicionado y no estábamos en todo el medio de la terraza. Enseguida nos trajeron las cartas y las bebidas.

...

Pedro

Cayó la noche en la ciudad italiana. Mientras esperaba a que me atendieran en Giolitti, una de las heladerías más conocidas de Roma, miraba a Bia, quien se alejó cuando la llamaron por teléfono. Parecía emocionada, pero a la vez preocupada. Me llegó el turno y pedí los helados. Para mi un cono de fragola, fresa en español y mango. Desde que pedí el primer helado siempre venía mi novia a corregirme con que dijera fragola. Y ahí estaba, diciéndolo a la perfección. A1 de italiano, ahí te iba, me decía después de haberme pedido el primero.

–¿Y para la tarrina? – me dijo la chica, que hablaba algo de español.

–Stracciatella y banana – mencioné los dos sabores que recordaba que eran los favoritos de mi mejor amiga cuando éramos pequeños. Esperaba que siguiera siéndolo.

Salí de la zona de los escaparates de los helados y fui a hacerme con una mesa para comérnoslos bien a gusto. Le hice una seña a la chica, quien seguía hablando por teléfono, de que me iba hacia afuera. Me levantó el pulgar y marché hacia las mesas del exterior. Logré conseguir una al lado de la puerta. Comencé a comerme mi helado, que acabaría derritiéndose a ese paso. A los pocos minutos, mi novia llegó. Con una sonrisa. Pero la conocía bien, algo no andaba como ella quería. Cogió su helado y comenzó a comer.

–Mis favoritos – dijo, entre cucharada y cucharada –. Te sigues acordando.

Asentí levemente. Cuando tragué el helado, hablé.

–Obviamente. Seria tonto si no lo hiciera. ¿Todo bien? – me referí a la llamada. Ella se limitó a asentir con la cabeza. Al ver que no decía nada sobre el tema, decidí restarle importancia. Lo más probable es que fuera yo mismo quien me estaba haciendo un cacao mental.

Cuando terminamos de comer, nos levantamos y paseamos por las iluminadas calles de la ciudad.

Pasamos por un estudio de tatuajes y ella se paró.

–¿Sabes? Me gustaría hacerme uno.

–¿Aquí y ahora? – dije, algo extrañado. Pero Bia era Bia, impredecible como siempre.

–De una.

...

No me dejó ver que se había tatuado. En un principio, claro está. Ni siquiera sabía en que parte del cuerpo fue. No quiso decirme nada. Solo me dejó en la recepción de aquel estudio durante cincuenta y dos minutos. Expectante por saber que se había hecho. Pero nada, durante todo el viaje de vuelta no soltó palabra sobre el tatuaje.

Regresamos al hotel. Yo me duché y salí con la toalla envuelta en mi cintura. Ella ya se duchó antes de salir por la tarde, así que solo se hizo su skincare rutine en el baño y volvió a la habitación a cambiarse.

La miré, bajando un poco la vista, obviamente. Tan solo iba con un tanga gris, el cual dejaba ver donde se hizo un tatuaje.

–¿En la nalga derecha? – dije, acercándome un poco. Ella no se giró ni nada para impedir que no lo viera, sino que siguió haciéndose una coleta.

–Es casi en la cadera, es una fecha.

Te vi el tatuaje con la fecha mami en la nalga derecha...

–Interesante. ¿Qué día es? – pregunté, porque no recordaba ese día.

–El día que me enamoré de ti. 

Incrédulo, la miré. No podía creérmelo.

–Nah, me estás vacilando – ella negó con la cabeza, haciendo que mi rostro se tornara serio.

Me acerqué y la besé. Ella me lo siguió, y así seguimos Mi toalla no tardó mucho en caer, al igual que su ropa interior. Nos tumbamos en la cama, mientras caricias y besos nos envolvían. Besos y caricias que fueron subiendo de tono durante toda la noche, una envuelta de placer. 

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora