Siempre harás lo mismo, ¿verdad?

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Pedro

–No me puedo creer que me hayas vuelto a hacer esto. No me lo creo, enserio que no – murmuré, sentándome en la cama.

No podía ni mirarla. No podía, me pondría a llorar si lo hacía. Me estaba rompiendo por dentro, de nuevo.

–No quería decírtelo aquí, de veras que no, pero – le corté, no quería seguir oyendo sus excusas.

–Me la sudan tus putas excusas Columbia – nunca jamás había estado así de dolido. Jamás.

Volvía a irse. Otra vez. Y lo soltó justo después de echar el que sin duda fue uno de los mejores polvos de mi vida. Con el amor de mi vida. Porque a pesar de todo eso, seguía siendo mi mejor amiga. Y el amor de mi vida, claro está.

–Siempre harás lo mismo, ¿verdad? – pregunté, al borde de las lágrimas. Ella estaba detrás de mí, en la parte alta de la cama. No podía verme la cara. Menos mal –. Vendrás un tiempo a la isla, me enamoraré de ti como un gilipollas y luego te irás. Y me dejarás por un americano que te lo pueda dar todo.

Noté como sus manos rozaban mis hombros desnudos, pero me levanté. No quería ni que me tocara.

–Pedro por favor – suplicó –. Esto es importante.

–Ya sé que es importante – comencé a estallar subiendo mi tono de voz, odiaba portarme así con ella. No era ese tipo de personas, pero estaba al borde de no poder más –. Claro que lo es – dije, más bajo –. Claro.

–Es un paso importante en mi carrera – dijo. Ella estaba demasiado tranquila en comparación conmigo.

No dije nada. Dejé que se argumentara con lo mismo de siempre. Me estaba portando como un egoísta, pensaría. No quería que no fuera, porque entendía la situación. Pero siempre me lo decía todo a última hora. Se marchaba el 27 de agosto. Y quedaba poco para esa fecha. Diez días. Cinco de ellos yo estaría de sesión en el estudio con Alejandro y compañía. Ella trabajaba, ni siquiera la vería mucho tiempo. Diez días para que se marchase dios sabe cuánto tiempo de nuevo. ¿Me dejaría? Era lo más probable.

–Lo sé – murmuré –. Joder claro que lo sé, pero lo sabían todos menos yo. A parte de tu novio, soy tu mejor amigo. Puedes contarme estas cosas y no dejarlas para cuando ya estés subida en un avión. ¿Sabes?

Suspiró.

–Era difícil contártelo.

–¿Por qué si se puede saber? O eso también es difícil de contármelo.

Seguía sin poder mirarla. No podía. Me estaba comportando mal, lo sabía. Pero el dolor me cegó y quise hacerle el mismo daño de alguna manera que ella me estaba haciendo a mí.

–Pedro por favor. No lo hagas más difícil.

–Dilo. Porque es difícil contármelo – le ignoré completamente.

–Porque te quiero – comenzó, sentándose en el otro extremo de la cama –. Y te conozco. Supe que estarías así...Era obvio.

No dije nada. En ese momento, el quererme no era motivo suficiente como para aceptar que volvía a irse.

–Vuelve a largarte. No voy a ser una carga para ti desde las islas, tranquila.

Di por zanjado el tema. Me levanté de la cama y me vestí. Ella aún seguía en la cama, sin decirme nada. No me impidió que comenzase a hacer mi maleta, tampoco me estaba viendo. Entré al baño a por mis cosas de aseo. Las metí en la maleta. Una vez acabada, la cerré. Tenía mucho trabajo en España y no podía perderlo con viajes.

Me marcharía de Roma con el primer avión que saliera. No me importaba el precio, quería irme. Intentaba ocultar todo dentro y sabía que explotaría a llorar y a la misma mierda de siempre.

–Pedro para – dijo, levantándose. No iba a impedir que me marchase –. Pedro por favor – pidió y me paré. Me giré y con la mirada más fría del mundo, esperé a que dijera algo más –. ¿Por qué?

–Estoy harto de que siempre acabemos igual. La peor decisión que hice en mi vida fue enamorarme de ti cuando te fuiste. Ojalá nunca haberlo hecho.

–¡Qué sepas que eres un cobarde! – me gritó. Lo más probable es que todo el hotel se enterase.

–Y tu alguien que solo sabe romperme el corazón una y mil veces.

Abrí la puerta de la habitación y salí, arrastrando la maleta conmigo. Cerrando esa puerta, cerré la etapa Columbia Cassey Pedrosa de mi vida para siempre.

¿Me arrepentía?

En ese momento no. Pero le llegó septiembre a ese agosto...

...

Llegué a Granada pasadas las nueve de la mañana. En Roma solo había vuelos Roma – Madrid a esas horas de la madrugada. Así que cogí ese mismo y viajé hasta la capital. Una vez ahí, le pedí a mi amigo Omar, que vivía en la ciudad, si me podía llevar hasta Granada en coche. Ya que no había ningún medio de transporte hacia mi isla hasta el día siguiente. Por lo que bajamos desde Madrid a Granada en coche. Omar yo y unos amigos de él. Llegamos a casa de Miguel y me dejaron allí. Dormí como pude en su cama y hasta pasadas las dos de la tarde no me desperté, cuando fue la hora de comer.

Ayudé a poner la mesa. Mientras la mente estaba en ese momento. Estaban de reunión familiar ese día, ya que había muchos familiares cercanos de mi amigo.

–¿Qué tal por Italia Pedro? – preguntó la madre de Miguel, pasándome el bol de ensalada para dejarlo en el centro de la mesa.

–Podría haber ido mejor. Pero no me quejo, Roma es precioso.

Ella sonrió y me dio también un cucharón para servir lo del bol.

–Recuerda que a veces no es el momento, pero si la persona.

Su frase me dejó pensando toda la tarde. Perdí dos partidas al FIFA contra Miguel, porque no estaba en onda. Una vez me puse más serio, no paraba de ganarlas todas yo. Recuperando mi nivel, obviamente.

–Habla con ella antes de que se vaya – dijo, eligiendo equipo para la próxima partida.

–No voy a volver a lastimarme más por ella – respondí, frío. Cuando se trataba de ella, todo se volvía mucho más frío.

–Lo que tu digas, pero haz las cosas bien. Por el bien de ambos. La has dejado sola en otro país porque te has enfadado con ella. No critico lo que uno hace en el más profundo dolor, pero creo que ya se la has devuelto. Estáis dolidos los dos. Fin. Perdonaros y sed felices, que os lo merecéis. 

–Ella ya me ha dejado solo dos veces.

–Pedro por Dios, habla con ella – dijo, desesperado.

Negué. Mi cabezonería iba por encima de todo.

–No. Enserio. Aún no. Juguemos una partida, por favor – pedí y me hizo caso. Necesitaba desconectar y con esa partida logré hacerlo durante poco más de media hora. 

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora