El día de la carta

1.4K 106 1
                                    

Columbia

El día de la carta

Caminé hasta la casa de Pedro. Tan solo debía cruzar mi jardín para llegar al suyo. Por lo que tardé poco tiempo. Un tiempo que quise aprovechar para pensar que le diría. Como lo haría. Y en mi mente no paraban de reproducirse diferentes reacciones por su parte. Todas malas, ninguna buena. Siempre me ponía en un mal escenario, porque así no me pegaba la ostia.

Entré por la puerta de la cocina, que siempre estaba abierta. Siempre era siempre. Llevaba más de diez años sin cerrarse. Y al estar en un barrio muy seguro, nunca habían tenido ningún intento de robo. Eran los Domínguez-Quevedo, les conocía todo el barrio. Y toda la isla.

Enseguida Mari se giró y esbozó una sonrisa.

–¡Pedro Columbia está aquí! – gritó emocionada, como siempre.

Me ofreció comida, pero la rechacé. Por los nervios no tenía nada de apetito. No desayuné nada, nada más despertarme bajé hacia casa de mi vecino. Esperé unos pocos segundos y vi a Pedro bajar.

–Hola – saludó.

Mari nos miró y enseguida se marchó hacia el salón, dejándonos a solas.

–Hola – respondí.

Esbocé una leve sonrisa, aunque no la sentía en aquel momento. Estaba de los nervios. Solo podía pensar en como se lo diría. Me iba a Londres. Me iba, me repetí una y otra vez.

Saqué la carta del bolsillo de mi pantalón y se la di. Sin más. Sin complicaciones ni nada más. Solo la tendí y no dudó en cogerla. Rápidamente abrió el sobre y comenzó a leer, incrédulo.

–¿Qué es esto? – preguntó, releyendo la carta una y otra vez.

Suspiré con ganas de llorar al ver su rostro.

–Me – no pude seguir debido a las lágrimas emergentes –. Me voy a Londres. A bailar.

Ya estaba dicho. No había marcha atrás, Pedro ya lo sabía, por lo que ahora todo mi entorno era conocedor de que me marchaba.

–¿Es un curso intensivo o algo así? – preguntó y negué levemente con mi cabeza.

Solté un sonoro suspiro. No era un curso intensivo de esos de verano. Todo lo contrario.

–Me voy a estudiar a Londres. En esa academia. Es todo el año. Y quizá sea más de uno.

Su cara era un cuadro. No se lo creía. Yo solo me limité a llorar en silencio. Pedro me abrazó y besó mi frente.

–Vale em – suspiró, lo noté en mi cabellera –. Pase lo que pase, seremos amigos. Y me llamarás si ocurre algo en Inglaterra, la gente puede ser muy mala.

Sonreí, de nuevo, sin ganas de hacerlo. Permanecí abrazada a mi amigo sintiendo su olor corporal mezclado con colonia. Siempre usaba la misma.

–Siempre lo seremos.

Ojalá haber sabido lo que pasaría. Tres años sin saber que pasaría en la vida de Pedro. Y sin él saber qué ocurriría en la mía.

Salimos al jardín de Pedro. Llamamos a nuestros amigos y en poco más de media hora estaban todos aquí. Siendo conocedores de la noticia de mi marcha mientras nos dábamos un chapuzón en la piscina. La ola de calor era horrorosa e inaguantable. Ninguno podía más, estábamos hartos de tantos grados. Todos los días estábamos en la piscina o en la playa. Acabé muy morena aquel verano. Luego en Inglaterra acabé perdiéndolo y siendo bastante blanquita.

Miré a mi amigo y suspiré. Todo cambiaría. Eso estaba claro. Y no sabía si estaría preparada para ello. 

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora