Un favor a todos

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Columbia

–Deberías decirle que sí, sino esto será insufrible – comentó Hugo, mirando hacia su izquierda.

Había pasado una semana desde que Jack, el inglés que intentaba ligar con Aya, se sentaba con nosotros para comer. Algo que a muchos les resultó extraño. Ya que Jack no era de ir con yellows o greens. Durante aquella semana descubrí que existía otro grupo, los oranges. Que eran los neerlandeses. Cada día hay nuevos colores, dijo Pedro cuando se lo conté. Últimamente hablábamos más que de costumbre. En todo aquel tiempo trascurrido entre mi marcha y aquel día hacíamos mínimo una videollamada al día. Todo a escondidas, en la habitación que compartía con la peli negra. Ella y yo nos cubríamos las infracciones que cometíamos siempre. En pocos meses nos hicimos confidentes de todo. Se transformó en mi mejor amiga de Londres, porque en la isla aun tenia a una alocada Noelia que también hizo buenas migas con la valenciana. Ya que entre videollamadas y anécdotas las dos comenzaron a hablar bastante.

–Por favor, hazlo – Rodri miró cansado a Jack, quien hablaba con otro chico de nuestra mesa sobre algo de futbol.

Todos miramos a Aya con la esperanza de que, por favor, aceptara las suplicas. Un día la presencia de Jack era soportable, pero llevábamos una semana oyéndole decir comentarios de toda clase nada agradables. Y llegaba un punto que los demás nos cansábamos mas que la propia Aya, quien ignoraba bastante al chico.

–¿Y qué le digo? – preguntó ella, mirando con cierta pena a Jack.

Entre Rodri y Hugo comenzaron a parlotear sobre que sería lo mejor.

Hasta que las puertas se abrieron con fuerza de par en par. La directora entró acompañada de una chica rubia. Bajita, con la cabellera clara atada en una coleta y con ropa deportiva, la chica no paraba de mirar hacia todos lados, nerviosa.

Todo el mundo miró a las dos mujeres. No era común tener a la directora por aquella zona de la Academia.

Se acercó hacia nosotros y entre todos comenzamos a mirarnos sin saber que decir o hacer.

Os presento a la nueva española – nos dijo con su perfecto inglés –. Acogedla bien, enseñarle todo esto y pasarle el horario de clase. Compartirá habitación con la señora Mendoza y la señora Pedrosa.

Ambas asentimos con la cabeza sin dudar, no le llevaríamos la contraria.

¡Jack! – exclamó cuando le vio ahí sentado –. ¡Vuelve a tu mesa con los blues! – me extrañó que dijera el nombre del grupo, pero en aquella academia todos los profesores y demás trabajadores conocían todas las movidas entre alumnos desde hacía muchos años.

Okay, mamá – respondió haciendo que mirara perpleja la situación.

La chica con gafas se sentó a nuestro lado, claramente nerviosa. Normal, el primer día sola en otro país. También nos pasó a los españoles que íbamos a acogerla.

–Así que eres nueva – dijo Rodri algo que todos sabíamos ya. Rodri siendo Rodri.

Ella sonrió y asintió levemente con la cabeza.

–Me llamo Miriam, aunque todos me llaman Mimi – se presentó ella con una sonrisa.

Hicimos las presentaciones básicas y hablamos. Más tarde, después de las clases, comenzamos a enseñarle todo el centro y la habitación. Luego de la cena, llegó la hora y media que teníamos libre antes de, en teoría, irnos a dormir. Pero todo el mundo sabía que no era así.

–Uf, menos mal que Jack ha sido vetado de la mesa – dije, tumbándome en la cama y mirando el techo.

Desde que el inglés no estaba el ambiente era tranquilo. Mucho más tranquilo. Hablábamos de lo que fuera sin importarnos que alguien ajeno nos observara o no entendiera nada. A parte de sus comentarios no tenía nada en contra del chico. Pero era raro que siempre estuviera ahí si sabía que Aya jamás le haría caso. Quizá había algo más detrás, pero no conocía a Jack lo suficiente - por no decir nada - como para saber un secreto profundo.

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