El Golden Retriever

1.7K 130 35
                                    

Columbia

Con la respiración acelerada, paré de correr. Miré al frente, pero al segundo apoyé mis manos, sudorosas del tute que llevaba, en las piernas. Que también estaban sudadas.

Había salido a correr poco antes del amanecer. Desde San Juan, hacía ya una semana, comencé a salir a ejercitarme todas las mañanas. Algo debía hacer. En el bar Aimar era el de todos los hermanos el que más destreza tenía. Yo no podía trabajar bajo la presión que suponía servir comida y bebida para tanta gente en el horario de comidas. Así que solo pasaba por ahí si me pillaba cerca a coger agua o algún refresco para el camino.

Llevaba casi seis kilómetros corriendo sin apenas parar. Era bastante masoquista en ese aspecto. Hacer deporte estaba convirtiéndose en mi vía de escape para no pensar en nada. O más bien en alguien. Porque al final del día mis pensamientos se volcaban en una sola cosa. O un simple momento.

Ese beso. La mañana siguiente de la verbena. Como Pedro me llevó en brazos hasta su casa.

De nuevo, suspiré. Y comencé a trotar para ir cogiendo velocidad. No era bueno ir corriendo intensamente desde el principio, sino que debías ir despacio para luego acelerar hasta volver al ritmo que llevaba anteriormente.

Todo iba bien, la música me acompañaba en los cascos. Justo esos, me los compró Carson mi pasado cumpleaños. Eran caros, al menos para mi bolsillo. Unos de marca Apple, ni siquiera sabía el modelo. Pero me pedí unas fundas transparentes en las que enganché pegatinas. Entre ellas, una mariposa azul y las banderas de los lugares donde había vivido esos últimos años. Canarias, Inglaterra y Estados Unidos. Un historial completito, pensé mientras miraba hacia el frente, donde la playa me recibía con el amanecer.

Decidí que lo mejor sería parar un poco a observar el cielo anaranjado. Embobada, caminé hasta la desierta playa. Pensé de nuevo en la noche de San Juan, pero no en Pedro. Al menos de primeras, claro.

Sentada en un bordillo que separaba el paseo marítimo de la playa, observé un perro acercarse corriendo hacia mi desde la lejanía. Al principio me asusté, pensando que me querría atacar o algo del estilo. Hasta que vi que era pequeño y solo quería jugar. Se acercó hacia mí con la lengua fuera. Un chico le seguía detrás, corriendo y con la correa en la mano. Sonreí y acaricié al perrito. Con un pelaje muy claro, el cachorro no era muy mayor.

–Ostia perdona – dijo el chico, llegando con la respiración acelerada a mi lado. Le sonreí, aún acariciando a su mascota.

–Tranquilo – dije y el chico esbozó una sonrisa.

Tenía un acento que no era canario. Eso fue en lo primero que me fijé. Por ese deje, era andaluz. Los sabía distinguir muy bien a los andaluces y sus acentos. Eso y de que zona eran, tenía un sensor. Mimi era de Granada y ese era el más fácil de reconocer por tanto escucharlo en mi día a día.

–Espero que London no te haya molestado. Está hecho un revoltoso – cuando acabó su frase, supe que era de Granada, al igual que mi amiga.

London era el perro más adorable que había visto. Era casi como un peluche, con esas ganas de querer achucharlo y jugar con el durante horas.

–Tranquilo, lo poco que ha estado ha sido un amor – sonreí y dejé de mirarle para posar la mirada en el perro.

Al ver que el cachorro estaba ocupado jugando conmigo, el chico se sentó.

–Por tu acento – comencé, mirándole de nuevo, pero a la vez acariciando el cuello de London –. Sé que no eres de aquí.

Él soltó una leve carcajada.

–Joder, se me nota mucho por aquí. Ya me lo han dicho un par de veces. Un granaíno se reconoce fácil.

Bingo, me dije. Muy satisfecha por haber identificado el acento del chico dueño del perro.

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora