Los blues, los yellows y los greens

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La vida en Londres era aburrida. La gente iba estresada a todas partes, con demasiada prisa para todo. Si te retrasabas un segundo, probablemente alguien tendría ganas de matarte.

Y ese alguien, en mi caso, era Yelena. Mi profesora de ballet. Quien no paraba de caminar de un lado para otro por la sala de dirección, enfadada.

Desde hacía casi tres semanas, solo había tomado clases con la rusa alta, esbelta y ojos de la misma tonalidad. Probablemente la maestra más exigente de todo el centro. Ni yo ni Hugo, con el que había hecho muchas migas en aquellos días, teníamos dudas de ello. Sus clases eran duras. Muy duras. Aunque luego parecían dar frutos, o eso decía ella cuando después de veinte veces repetir algo, salía a su perfección.

-Pensaba que las normas te habían quedado claras, Columbia.

Su acento ruso se mezclaba con el inglés. Como sus mechones de pelo, negros y blancos, caían en una trenza simple. Nos obligaba a llevar un moño, pero ella siempre iba con trenzas o coletas. Según ella, debíamos adaptarnos a las normas generales del ballet. Aunque ni ella misma las cumpliera.

-Espero que no tenga que volver a llamarte la atención. Sabes que las llamadas a gente externa al centro están limitadas. Más si hay clase de por medio.

Asentí. Pero no había sido aposta. Mi madre había llamado desesperada al director al no recibir noticias mías desde que llegué a la ciudad inglesa. No era para tanto, al menos desde mi perspectiva. Para la de mi madre, era un total drama que su hija no la llamara nunca. Por lo que exigió hablar conmigo por teléfono una mañana. Mañana en la que teníamos una prueba con Yelena para una actuación de otoño. Como mis hermanos y mi padre querían hablan conmigo, la cosa se alargó. Haciendo que llegara tarde. Belinda y mi padre se enrollaron mucho - cosa que era extraña en ellos -, pero Aimar solo dijo una cosa antes de colgar.

-Llama a Pedro o te traigo de vuelta a la isla.

Esa era su única petición. La de mi madre, era que volviera a llamarla lo más pronto posible. La de mi hermana que le comprara un pintalabios de una marca conocida de aquí. Y la de mi padre, era que me lo pasara bien. Como siempre el que más pensaba en su hija y no en sus intereses personales, como mi hermana.

-Lo siento. Era una urgencia - intenté excusarme, cosa que pareció hacer efecto, porque su rostro cambió. O eso pensaba.

-Puedo pasarte una infracción. Entiendo que, por lo que me ha contado la directora, fuera un tema familiar. Así que, para que no se vuelva a suceder en otro momento más importante, llama a tu familia una vez por semana. Aunque sean cinco minutos.

Me dio una sonrisa, mientras trataba de asimilar que no me había caído la bronca del siglo. Pensé que estaría castigada o algo, pero no. Yelena fue firme, obligándome a llamar a mi familia. En esas tres semanas no lo hice y ahí tuve la consecuencia. Una madre preocupada. Aunque yo estaba bien, adaptándome a todo aquello que no entendía bien del todo. El idioma no era un problema, lo eran las costumbres y normas. El cenar a las siete de la tarde, algo que se me hacía muy raro. En la isla cenábamos bastante tarde, sobre las nueve. O eso mi familia, porque yo llegaba a las diez y no cenaba hasta las once o más.

...

-¿No ha usado sus armas secretas contra ti? - preguntó, aun sorprendido Hugo.

Asentí mientras me metía una cucharada de puré de patatas. La hora de la comida acababa de comenzar y como siempre, nos sentábamos juntos al lado de los otros españoles.

El colegio seleccionaba a los alumnos de distintos países para que se crearan vínculos, pero no era así. Al menos en la mayoría de los casos. Los ingleses, los blues para todos, iban de superiores. Y lo sorprendente era que todos los respetaban. Incluso nosotros sin darnos cuenta lo hacíamos.

A la gente de cada país - o países depende el caso - se la clasificaba con un color. Era muy clasista y parecíamos gente del siglo pasado como mínimo, pero así era el sistema que habían creado los propios alumnos dentro de aquella academia. Por ejemplo, los yellows eran los alemanes, los polacos y los austriacos. Y nosotros junto con los portugueses y los italianos éramos los greens. Aunque nos hubiera pegado más Red. Como el disco de Taylor Swift. Pero supuse que el termino rojo en España tenía un significado diferente y no quisieron faltar al respeto. Al menos en eso pensaron.

-Me ha dicho que llame a mi familia una vez por semana. Raro - dije, cuando ya no quedaba puré en mi boca.

En ese momento, Aya, se sentó en la mesa con rapidez.

Aya era otra de las seleccionadas de España para estudiar en la academia. De orígenes asiáticos, la pelinegra se crió en Valencia. Y era muy guapa. Modelo de revista, comentó Hugo una noche.

-Jack, el blue, me ha tirado la caña - dijo, para luego poner una cara de asco.

Rodri, un chico asturiano muy majo y Hugo pusieron cara de asco. No es que Jack fuera un asco, pero tenía fama de prepotente y de ser todo un picaflor, como diría mi abuela.

-Bueno, al menos te tiran la caña - respondió Helena, acabándose los guisantes del plato de una palada.

Seguíamos debatiendo sobre si era malo o no ese acercamiento de Jack sobre Aya durante un buen rato.

...

Pedro

Respondí su llamada al primer tono. Nada más vi el número supe que era ella. Nadie más tenía que llamar a esas horas.

-Hola - dijo Columbia al otro lado de la línea una vez descolgué.

Se le notaba algo nerviosa, pero decidí pasarlo por alto porque yo también lo estaba. Durante esas tres semanas estuve día y noche pensando en si estaría bien en la academia. Si habría hecho amigos y si de verdad le valió la pena irse tan lejos para cumplir ese sueño.

-Hey - dije, notando como el sudor aparecía en mis manos.

-¿Qué tal todo? - preguntó.

La notaba nerviosa. Demasiado diría yo.

-Todo bien, todo sigue igual. La isla va a otro ritmo, lo sabes.

Un leve silencio nos invadió. Pero poco duró.

-Siempre ha ido a un ritmo diferente, en todo. Aquí va todo muy rápido.

Hablamos de cosas triviales, como si fuéramos dos desconocidos. Como si nunca nos hubiéramos pasado noches enteras hablando y hablando de todo lo que surgiera. Los chismes del pueblo, noticias de actualidad o temas de lo más extraños pero que nosotros le encontrábamos un sentido. Uno muy fuerte.

-¿Estás bien ahí seguro? - pregunté con ansia por conocer la respuesta.

Soltó un suspiro. Uno lento y sonoro.

-Estoy bien. Pero me falta algo aquí. No sé.

Yo si lo sabía, pensé. Prefería callarme ese pensamiento y no hacerle pasar un mal rato o momento incómodo totalmente innecesario.

Hablamos un rato más sin muchas ganas hasta que salió el tema.

-¿La batalla es este sábado verdad? - preguntó.

Estaba nervioso por el sábado, la fecha se acercaba y mis nervios estaban a flor de piel. Aunque por fuera estuviera de lo más confiado. Eso le mostraba a todo el mundo. Pero Columbia no era todo el mundo. Era mi mundo. Aunque ella no lo supiera. Y no lo sabría nunca.

-Si. En el centro. Estoy nervioso, no lo voy a negar.

Soltó una carcajada leve. En aquel momento, ya no parecíamos dos desconocidos.

-Les has dicho a todos que estás tranquilo, ¿me equivoco?

Reí y asentí con la cabeza, aunque ella no me viera.

-Como me conoces...

-Como nadie lo hace.

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COLUMBIA ya está fueraaa

🇮🇨🪼🌐☀️✨️

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora