Epílogo

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1.El día que se dieron una oportunidad <3

Pedro

Nervioso y con un poco de frío, caminaba hacia el destino en el que Columbia mandó citarnos. Un sitio donde probablemente estaría casi toda su familia. Ya que, aunque el bar ahora lo llevase su hermano mayor, Aimar, siempre había miembros de la familia Pedrosa por ahí rondando. Por lo que no sería una charla a solas del todo.

Vi el local, al otro lado de la calle. Los niveles de nerviosismo aumentaban a cada paso que daba mientras cruzaba por el paso de peatones. Suspiré cuando lo tuve delante. Me armé de valor y abrí la puerta. Provocando que la campanita sonase y más de una mirada se posara sobre mí. Aimar, en la barra, cruzó miradas conmigo mientras limpiaba una copa. Esbozó una sonrisa y dejó lo que estaba haciendo para salir de la barra y saludarme.

Sonreí y ambos hicimos un choque de manos para terminar abrazándonos.

–Menudo susto nos diste tío, mi hermana estaba echa una fiera cuando volvió del hospital.

Todos lo pasaron fatal cuando me vieron desplomado en el suelo. Muchísimos fans, sobre todo los que acudieron al evento, se reunieron en la puerta del hospital aquella noche. Félix y mi hermana bajaron para apaciguar a la multitud, que en su mayoría había visto el suceso en directo o en alguno de los muchos vídeos que se viralizaron por redes.

–Fua es que fue heavy. Vino un montón de gente al hospital y tenía un montón de mensajes de mi familia preocupados.

Hablamos un poco más hasta que Aimar tuvo que volver al trabajo.

–¿Tu hermana? – le pregunté, ya que no estaba en el bar, tal y como me había dicho.

Me senté en uno de los taburetes de la barra mientras veía como Aimar limpiaba copas.

–Está al caer, me dijo que vendría. En teoría a trabajar, pero viendo que estás tú por aquí. Seguro que te pone de excusa para no dar palo al agua.

Reí. El sueño de la canaria no era trabajar en el bar y nunca le gustó nada trabajar ahí.

Eran ya las cinco y diez la chica aún no aparecía por el bar. Le pedí a mi vecino un café con leche para que la espera se me hiciera más amena. Cinco minutos más tarde, con un cuarto de hora de retraso, la puerta se abrió, sonando la campanita e indicando que Columbia estaba ya allí. Me giré para verla. Iba cargada con unas cajas y no dudé en levantarme a echarle una mano.

–Dame, te ayudo – murmuré a su lado, cogiendo una de las dos cajas. Ambas pesaban bastante.

–Gracias – contestó, yendo hacia la parte de atrás del bar a dejarlas.

Le seguí y cuando las dejamos en el almacén, esperé a que dijera algo.

–Siento el retraso – se disculpó, aunque viendo las cajas supe que le habría surgido algún imprevisto no deseado.

–No pasa nada. ¿Todo bien? – pregunté y ella asintió.

Sin decir nada, ambos salimos del almacén. Me quedaba todavía un poco de café, por lo que me senté en el mismo taburete y la chica de pelo rizado imitó mi acción, sentándose en el taburete contiguo al mío.

–Y bueno – tomé un trago del café –. Me citaste aquí el día del hospital para hablar.

Columbia asintió levemente.

–Solo era un punto de encuentro, había pensado en ir a un sitio más tranquilo – dijo, mirando directamente a su hermano, quien fingía limpiar copas sin escuchar la conversación.

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora