Donde quiero estar

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Columbia

Las calles de Nueva York adoptaron un carácter de lo más navideño. Apenas quedaban dos días para esa fecha tan señalada en el mundo y aún no había comprado ni un regalo para mis amigos y familiares. No podía viajar a España para celebrarla, porque las fuertes nevadas hicieron que se cancelaran la gran mayoría de vuelos internacionales y nacionales. Por lo que pasaría las fiestas en la cuna de las películas románticas navideñas. No solo románticas, sino también alguna de comedia o series como Friends. De pequeña siempre veía los capítulos de Navidad con mi hermana y mi abuela, que era sin dudas las más fanáticas de la sitcom norteamericana.

Crucé la calle para llegar a mi destino. Un Sephora de cuatro plantas, una fantasía en toda regla para los amantes de la cosmética. Ahí compraría el regalo de Noe y el de Belu. Ambas eras fanáticas de la marca Charlotte Tillbury y sacaron unos packs navideños bastante monos y a buen precio para lo que era la marca. Entre esos y unos pijamas que había encargado me quedarían unos regalos perfectos.

Nada más entrar, sentí un increíble agobio. Demasiada gente realizando las últimas compras y como locas de un lado a otro por las secciones. Yo también las estaba haciendo, aunque hasta el dieciocho de enero no podía volver a mi país de origen.

Me metí en medio de toda la marabunta, para intentar llegar a la sección de maquillaje, en la segunda planta. Cuando conseguí llegar a las escaleras mecánicas, suspiré. Miré el teléfono para recordar cual era mi objetivo y no comprar algo distinto.

–Tía, ¿esa no es la novia de Quevedo? – oí a una chica. Estaba mirando el teléfono y no sabía que tan cerca la tenía, pero no hablaba bajito que dijéramos. Se notaba que era de España.

Al oír ese apellido presté atención, aunque no desviara la vista del móvil. La relación no era pública ni mucho menos, pero si que Pedro subió una foto nuestra de cuando fuimos a Italia por vía stories de Instagram. Una justo antes de todo, claro. Pero esa foto ya estaba en Pinterest y Twitter al alcance de cualquiera.

–Me suena que sí, se parece bastante. Pero que raro que ella esté aquí si él está en Miami. ¿Lo habrán dejado? – preguntó la otra chica.

Comenzaron a hablar de mi relación como si hubieran sido parte de ella. Como si ellas fueran las protagonistas de ello.

–Yo creo que lo han dejado. ¿Viste lo que subió hoy Quevedo? Que se venían temas tristes y eso – comentó la que empezó toda la conversación.

Llegué a mi planta y me quedé ahí. Caminé rumbo a la zona de maquillaje, deseando por dentro que esas chicas no fueran al mismo sitio que yo, pero a veces desear no sirve de nada. Porque ahí estaban. Al lado mío mientras yo miraba los packs. Había uno distinto que me gustaba más que el que tenia mirado. Y los estaba comparando porque eran casi idénticos. Pero no podía concentrarme si tenía a dos personas hablando de mi y de Pedro a escasos metros.

Al final cogí uno de cada. No me podía decidir por uno. También me pillé uno de esos para mí como autorregalo de Navidad. Cuando iba a irme, oí esa irritante voz. Porque ya me parecían irritantes después de toda la chapa que tuve que escuchar durante media hora.

–Perdona molestarte – habló una de las dos chicas –. ¿Eres la novia de Quevedo? – preguntó –. El cantante – aclaró, como si hubiese 40 Quevedos en el planeta. Solo había dos. Don Francisco de Quevedo, el famoso poeta español que me gustaba bastante, y Pedro Domínguez Quevedo, el cantante también español. Y mi vecino. Y una larga lista en común de cosas que teníamos.

–Sí – mentí, no le contaría mi vida a esas dos desconocidas –. Tengo prisa, lo siento – me excusé. Pero de nada sirvió.

–Solo te queremos robar unos minutos – pidió la otra chica –. ¿Podrías llamarle para que nos salude? – preguntó.

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