Noviembre, 341 después de la Catástrofe
Cuatro días después de haber intentado suicidarme, no encontraba la razón por la que había decidido volver a dar clase como si no hubiese pasado nada. Pero allí estaba. Me había levantado de la cama, con la nariz congestionada por el resfriado, y había salido hacia el pueblo con mi carro preguntándome por qué no me había quedado en casa, qué necesidad tenía de presenciarme en un lugar que entonces se me hacía hostil si ni siquiera tenía las fuerzas suficientes para enfrentarme a dirigirles ni la mínima palabra.
Allí estaba, detrás del escritorio haciendo como si revisara mis papeles porque no tenía ganas de hablar. Ni siquiera había saludado al entrar por la puerta, no les había dirigido una mirada todavía. Se habían quedado en silencio mientras me acercaba a mi escritorio. Creí que podría pasar desapercibido, pero notaba el peso de sus ojos sobre mi derrotada figura.
Desde sus pupitres, me prestaban atención aguardando a que empezara. En algún momento tendría que hacerlo. Alcé la vista y los miré brevemente para pasar lista.
Reparar en Stefan y ver que me evitaba me dejaba completamente hundido.
Odiaba no poder explicarle toda la verdad acerca de por qué tuve que despedirle. O tal vez sí hubiese podido, pero la manera tan torpe y tan despreciable con la que lo había hecho me arrebataba el derecho a justificarme.
Antes de ahogarme en las aguas congeladas del Lago Melancólico me había sentido umiserable. Pensar que nunca le había importado a nadie lo suficiente me llenaba de dolor y rabia de una manera insoportable, así como recordar la forma tan cruel con la que me había tratado gente a la que quería y creí que me quería, y haberme dejado pisar porque no tenía la suficiente fuerza para hacerme valer como persona.
Así era como pensé que debía de sentirse Stefan. Tal vez me valoraba más de lo que había pensado, al fin y al cabo, llevaba dos meses trabajando para mí. ¿Por qué habría seguido viniendo a mi taller si no me guardaba algo de aprecio? En el fondo podía pensar que incluso me admiraba. Lo intuía en cómo me hacía preguntas todo el tiempo, tal vez solo para sacarme conversación, a pesar de mis aspavientos y mis malos humos. Y en su ridículo nerviosismo cuando estuvimos charlando en mi habitación, la última noche que habíamos podido charlar. Me había hecho incluso gracia la manera en la que se había despedido de mí.
«Es que... Me cae muy bien».
Entonces no pude terminar de creerlo, como si el muro emocional que había estado levantando todos estos años para proteger mi blando interior hubiese llegado a tal nivel de fortificación que ni siquiera dejase penetrar las buenas palabras. Ya no era capaz de confiar en nadie. Había sufrido tantas decepciones, malentendidos y rechazo sin motivo aparente que había perdido la capacidad de sentirme conectado a cualquier otro ser humano. Y había preferido pensar que no era verdad. Sin embargo, sí lo era. Stefan tenía apenas dieciocho años, era demasiado ingenuo para admitir sus sentimientos solo con fines de interés.
Y yo había roto todo su cariño de un plumazo, demostrándole mi total desprecio hacia él, hacia su persona, hacia lo que sentía hacia mí, hacia lo que había admitido que sentía y que probablemente le había costado lo suyo. Le había devuelto todo el daño que me habían hecho a mí personas que nada tenían que ver con él. Había sido lo bastante ingenuo para quererme y le había destrozado reduciéndolo a un «estúpido crío», y eso tenía que doler más que cualquier despido, cosa que comprendí después.
Pero entonces estaba demasiado anestesiado para tener la suficiente empatía por él. Había intentado suicidarme y no lo había conseguido. No me quedaba más remedio que seguir adelante con todas mis malas decisiones, sacar fuerzas para aparentar normalidad e ignorar las repercusiones negativas.
Extraje de mi maletín las hojas de las pruebas corregidas. Y estornudé. Comencé a repartir los exámenes entre mis seis alumnos, tratando de evitar cualquier contacto visual y sin pronunciar una sola palabra. Cuando llegué a la mesa de Stefan, él hizo como si no existiera y yo ni siquiera le miré.
—Como siempre, os he puesto algunas anotaciones —dije con la voz ronca, sin poder evitar un tono decaído, mientras me dirigía de nuevo a mi mesa—. Leedlas y observad en qué habéis fallado. El que tenga dudas ya sabe dónde encontrarme.
Por el rabillo del ojo vi a Andrej celebrar su nota con una disimulada sacudida del puño, y a Geremy, a su lado, llevarse la mano a la frente con decepción. Ninguno se quejó por su nota ni por los comentarios. Sin embargo, cuando hube llegado frente a la tarima, vi una bola de papel rebotar justo a mi lado.
Me di la vuelta. Stefan me miraba con enfrentamiento y los brazos cruzados. Sus compañeros dirigían su atención hacia él, consternados. Yo preferí no darle importancia: solo era una pataleta infantil para llamar la atención, y ni siquiera tenía fuerzas para reprenderle. Recogí la pelota del suelo y, tras sentarme, la alisé encima del escritorio.
—Cuando terminéis, devolvedme los exámenes.
Al terminar la clase, mientras esperaba a que los últimos alumnos abandonaran el aula antes de cerrar con llave, me di cuenta de que Stefan aguardaba en el otro lado del pasillo. Traté de ignorarlo deliberadamente, y me dispuse a marcharme una vez cerrada la puerta. Sin embargo, su voz rompió el silencio y me hizo detenerme.
—No estoy conforme con la nota.
Me giré.
—Eso tenías que habérmelo dicho en clase, ahora no es asunto mío —dije con voz rendida. Lo que menos me apetecía en ese momento era discutir con él.
Quise seguir mi camino, pero se adelantó para situarse frente a mí cortándome el paso. Mi debilidad anímica lo había vuelto más impertinente que de costumbre.
—¿Que no es asunto tuyo? ¿Entonces por qué te metes en mi vida privada? —Sus grandes ojos verdes me miraron con un deje de resentimiento. Me hubiese gustado aprovechar aquel momento a solas para explicarle mis motivos e intentar apaciguarle, reparar de alguna manera el estropicio que había dejado en nuestra relación y en su autoestima.
—No me tutees.
—Esta vez no he dibujado un solo trazo y aun así me has vuelto a poner un notable. No me parece legal lo que estás haciendo.
—Es notable que no entiendes nada. De ahí la calificación. Si me disculpas...
—¿Y a qué vienen las notitas? «Céntrate en lo importante». «Deja de hacer el tonto» . ¿Quién te crees que eres para decirme en qué me tengo que centrar?
—Te he dicho que no me tutees.
—Mira, me voy porque tengo otra clase. Pero si sigues así iré al director y le explicaré lo que me pasa contigo. No te metas en mi vida.
Lo observé marchar con paso decidido. Las manos en los bolsillos, esquivando a la marea de alumnado que caminaba en ambas direcciones, alejándose cada vez más la oportunidad de reparar lo que había estropeado, hasta que desapareció de mi vista por completo. Aunque no de mi cabeza.
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Humo
Mystery / ThrillerMás de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsdorf salen al bosque a matar demonios. El pueblo, defendido por un muro que lo rodea, se ha acostumbrado a luchar contra ellos. Pero Mikhael...