23. El castigo por romper la regla de oro

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Capítulo 23

El castigo por romper la regla de oro

Ay, ay, ay

De mí y de este amor que se metió y que se dispara

Se contagia y que reclama

Ay, ay, ay

De mí y de este amor que se me incrusta como bala

Que me ahorca y que me mata

Todo sería diferente si tú me quisieras.

Si tú me quisieras; Mon Laferte.

ChangBin pensó que su ángel guardián Christopher aparecía en los momentos que él más necesitaba porque, dentro de su cúmulo de malestar que desquitaba en el gimnasio, apareció a su lado para ponerle templanza.

—Veinte kilos —observó Christopher a las pesas—. Mierda. Me das una palmada en la espalda y me sacaste el exoesqueleto.

—Es un ejemplo demasiado rebuscado —jadeó ChangBin, frustrado.

Con molestia, decidió dejar las pesas donde correspondían y se acercó a tomar agua. Los ojos de Christopher seguían pegados en él.

—¿Qué? —cuestionó.

—¿Haremos esto como se debe o...? —Christopher divagó. ChangBin no entendía a lo que se refería—. Tienes un problema, lo escupes y te lo soluciono. Eso hacen los psicólogos.

—Creí que estudiabas nutrición.

—Mentí. Estudio música.

ChangBin abrió su boca, sorprendido. —¿Me mentiste?

Christopher se encogió de hombros sin demasiado interés. —No es como si me tuviese que topar contigo seguido. No era necesario que supieras mi vida personal.

—¿Y las preguntas de nutrición que te hecho? ¿Las respuestas también eran mentiras?

—Dime que no te las creíste, por favor.

—Claro que no. Desde que dijiste eso de las patas de vacas que he dejado de confiar en ti.

Christopher rio entre dientes a la par que le daba la razón de forma condescendiente, casi como si hubiese sido obvia la cantidad de mentiras que le dijo.

—A veces no espera seguir hablando con gente —repuso.

ChangBin solo colocó los ojos en blanco, lo que hizo que la risa de Christopher se apagara.

—Realmente estás de mal humor —notó—. No me sigues los chistes.

—No me dices nada de ti, y lo que me dices es mentiras. ¿Debo de contarte yo mis problemas? —ChangBin discutió.

—Pues sí.

Era increíble. Ese Christopher era increíble, porque no había forma en la cabeza de ChangBin que aquello tuviese sentido y que, para peor, no significase nada del otro mundo.

Con un bufido, ChangBin terminó por asentir. —Problemas con mi..., uh, algo.

—Tu algo.

—Casi-algo —corrigió.

Waoh, eso lo hace peor —admiró—, porque, usualmente, uno no se carcome la cabeza con los «casi-algo».

—Él también es mi amigo.

Un Amor para Cupido; MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora