Un padre ausente

32 1 4
                                    

Un nuevo día en la oficina para el señor Schmitz... Ciertamente, hoy su mente se siente más distraída y apagada que de costumbre. Siempre suele pasarle cosas así al ir al trabajo, normalmente su mente tiende a aburrirse tanto, que como método de entretenimiento termina encerrándose a sí misma en su propia burbuja, una en la que ningún problema existe, y en la que podría ignorar todo lo que ocurre a su alrededor sin consecuencia alguna...

"Señor Schmitz... ¡Señor Schmitz!"

La voz de su jefe resuena fuertemente en su cabeza, sacándolo del placentero estado de trance en el que se encontraba en ese momento. Su mirada, decaída y casi dormida por el cansancio, adornada con dos grandes ojeras, cambia a una atenta y despierta, como si de un momento a otro hubiera ganado energías provenientes de Dios sabe dónde

"Sí, señor"

Dijo él rápidamente haciéndole ver a su jefe que tenía toda su atención, preparándose para la tarea que este le pondría a continuación

"Necesito que rellenes todos estos papeles en este preciso momento, hazlo rápido y no te tardes... Porque ya sabes lo que pasó la última vez que te distraiste en el trabajo, ¿Verdad?"

Explicó el jefe de la empresa dándole una pila enorme de papeles a su empleado, que tapaban por completo su visión al momento de tomarlas

"Ahora mismo lo hago, señor. Y sí, recuerdo lo que pasó la última vez que me distraje..."

No, no lo recuerda en lo más mínimo, solo dice eso para complacer a su jefe y no tener que llevarse una bronca de su parte en ese momento. Con la pila gigantesca de papeles entre sus manos, camina por los pasillos de la oficina hasta llegar a su pequeño cubículo. Ahí, deja los papeles en la mesa y comienza a rellenarlos uno a uno. Y mientras lo hace, su mente comienza a pensar en otras cosas que tienen poca o nula relación con su trabajo, no pasa nada porque haga eso, si total, su cuerpo ya está acostumbrado a la acción de rellenar papeles, casi siempre tiene que escribir lo mismo, y lo ha escrito tantas veces, que ahora su propio cuerpo guarda la memoria muscular. En una de las tantas cosas que pensó mientras trabajaba, se imaginaba a sí mismo mandando a su jefe a la mierda, abandonando su trabajo, emprendiendo él su propia empresa y volviéndose un hombre exitoso, más que su propio jefe... Lamentablemente, aquella hipotética situación no era real, y tampoco estaba cerca de serlo, pues la pobre vida del Schmitz había ido cuesta abajo desde que su mujer falleció en el parto de su segundo hijo. Lo que antes era un padre de familia cariñoso y muy cercano con sus seres queridos, ahora se había convertido en una persona seria y callada, alguien frío que pasaba la mitad de su día trabajando, y la otra mitad comiendo y descansando. Tal era su cansancio, que cuando llegaba a casa lo primero que hacía era acostarse en su sofá y ver la tele, había veces en dónde ni siquiera se dignaba a dirigirle la palabra a sus dos hijos...

Y hablando de ellos dos... La situación familiar era cuanto menos curiosa...

Su hija mayor, la portentosa e inteligente Mary Schmitz, era una increíble joven con muchas aficiones en su vida, además de unas notas impecables en su vida académica. Muchas personas, incluidos profesores o incluso el director le habían repetido múltiples veces lo buena que era su hija para los estudios, y que seguramente le depararía un futuro prometedor. Varios padres pensarían que el señor Schmitz se sentiría orgulloso de su hija, y si bien esto era verdad, no se acercaba ni de cerca al nivel que ellos pensaban... Sí, quería a su hija, obviamente, pero era innegable que el trabajo tan agotador que tenía lo obligó a distanciarse mucho de ella. No era extraño que incluso se perdiera a veces cumpleaños suyos por culpa del trabajo. Dicha ausencia por parte de su padre llevó a la joven a madurar por la fuerza, teniendo que aprender a cuidarse a sí misma y a su hermano por el bien de la familia...

El multiverso de FNAFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora