Capítulo 5: Cautiverio

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La información corría rápido como un rastro de pólvora al ser encendido. El lunes había amanecido de un color parecido al del barro. El cielo de la Ciudad Capital se debatía entre los avisos de una lluvia torrencial, fuertes ventiscas y un sol radiante mirando desde una esquina del paisaje.

Ni la mañana misma parecía decidirse qué usaría para complicar a los capitalinos.

Una llamada había llegado a eso de las 10:30 am, mientras una oficinista que apenas llevaba dos semanas trabajando en los cubículos cercanos al despacho de la Ministra de Defensa preparaba la segunda tanda de café de ese día. Justo cuando tomó el teléfono, no entendió de qué se trataba: una mujer desquiciada que habían intentado detener esa mañana por allá a 20 minutos de Bahía. Al escucharlo le provocó visitar la playa cuanto antes.

Aparentemente, la mujer no le abrió la puerta a la policía, quienes habían llevado a un par de doctores para examinarla. No encontraron la manera de convencerla de salir, no le interesaba ser ayudada. Era una situación rara, pues la mayoría de los habitantes del pueblo ni siquiera sabían quién vivía allí y otro grupo todavía pensaba que la casa estaba abandonada.

El agente de la policía de Bahía al otro lado de la línea preguntaba si tenía que ver con una investigación en la capital.

El Oficial Moraes iba pasando por el pasillo, buscando una taza de café que le calmara la jaqueca que había llegado temprano el lunes.

―Déjeme preguntar, le informaré si encontramos algo, señor ―Colgó.

―¿De qué se trata, agente? ―preguntó Moraes, esperando el café.

―Algo de una mujer en Bahía, supuestamente está medio loca y nadie sabe quien es ―le dijo como si de un chisme de pasillo se tratase, aun con el teléfono contra su oreja.

Moraes casi tiró al suelo la cafetera cuando se abalanzo sobre el teléfono, si la muchacha no se hubiese apartado quizás la hubiera tirado al suelo también.

Nunca le había dado tan fuerte a un botón de remarcar.

―¡Cuénteme todo lo que sepa! ―espetó sin siquiera identificarse. Al hombre del otro lado le quedó pitando el oído un buen rato después.

...

Minutos después, la Comitiva del Ministerio se embarcaba hacia Bahía. Moraes sonreía por varias razones. En primer lugar, porque estaría de paso por su tierra, le serviría para recargarse de energía al dejar de ver por un rato la tumultuosa ciudad y dejar de tratar con sus habitantes. La segunda razón iba enganchada a la primera, pero era muchísimo más importante, la tranquilidad que significaba no seguir siendo presionado por esa señora rabiosa, mejor conocida como la ministra.

Cuando entró a su despacho no podía con su felicidad, era un "te lo dije" al pie de la letra. Seamann le pregunto lo lógico, si estaba seguro de que era ella, con su típico tono criticón, como si se quisiese tragar a las personas. Moraes prometió que sí lo era. Y más vale y lo fuese.

Él no lo sabía, pero esa llamada repentina les había dado su primera victoria en contra de los enemigos del país.

No sabía muy bien qué le diría a esa mujer, y mejor no pensarlo con demasiado hincapié. Él creía que una buena improvisación era mil veces más efectiva que leer tarjetas o planificar un discurso con antelación. Sentía tener cierta habilidad en eso, algunos lo llamarían irresponsable o flojo, pero no había de qué preocuparse si sus palabras estaban bien afinadas.

Eso le hizo sentirse relajado. El aire acondicionado del carro le hizo quedarse dormido.

...

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora