Capítulo 14: Infundada

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―¿Segura que está aquí? ―Marcão asintió a la pregunta de su líder.

En la monotonía del desierto poco era lo que se podía hacer. Marcano siempre veía el tiempo volar frente a él mientras organizaba su grupo armado desde las sombras, cada día se topaba con un problema nuevo que él mismo se encargaba de resolver. En pocas ocasiones, delegaba sus labores como líder a sus lugartenientes; solo él podría llegar a los estándares de sus difuntos compañeros.

Clara, por su parte, le costaba mucho más quedarse en un mismo sitio. En ese preciso momento, se encontraba escalando una pared casi vertical a la sombra de una montaña, una cuerda que salía desde su cintura la mantenía firmemente sujeta de la roca rojiza.

Marcano le ordenó a su número cinco que se retirara, él igualmente no disfrutaba estar cerca de la pelirroja.

―¡Hey! ¡Admiro tu habilidad, pero te necesito aquí abajo! ―Supuestamente, había empezado a practicar rápel por cuenta propia hace poco.

Ella lo observó a través de la caída de treinta metros que los separaba. Obedeciendo, descendió dando saltos de rápel perfectos. Cuando la caída ya no era riesgosa, soltó la cuerda y cayó sobre sus dos pies con la agilidad de una gimnasta.

―Debe ser algo importante si saliste de esa cueva. ―La cuerda negra y delgada se enroló en un dispositivo en su cintura, sonando como el cierre de una mochila. Marcano reconoció el dispositivo, mas no sabía que ella lo había tomado del reciente cargamento de equipos, mucho menos que sabía utilizarlo.

―Mañana vas a la capital. ―Clara lo abrazó después de saltar de felicidad. A veces pensaba que todavía era una niña―. Te prometí ser importante y yo cumplo lo que prometo.

―Y... ¿qué hay que hacer? ―preguntó mientras arreglaba su coleta cobriza―. ¿Le daré alguna de tus lecciones a alguien?

Marcano suspiró, no podía creer que llamara a sus castigos «lecciones»:

―Por el momento no, solo necesito que vigiles a alguien, Marcão irá contigo.

La pelirroja puso los ojos en blanco, entre desilusionada y asqueada. Esien sabía que era necesario darle más libertad, mantenerla allí abajo solo empeoraba su carácter ―que de vez en cuando lo sacaba de quicio― y la hacía más rebelde, algo que ni con toda la disciplina que poseía pudo quitarle.

―Genial... ¿De quién se trata? ¿A quién tengo que observar? ―Estaba desconforme, lo notaba en su rostro, como si solo quisiera darle la espalda y seguir escalando.

―Pronto lo sabrás, aunque puedo imaginarme que ya te haces una idea. ―Eso si pareció interesarle, esa sonrisa enorme y maliciosa lo demostraba, había adivinado a la primera ―. Quiero que estés lista mañana a primera hora, Catlyn te recibirá y vivirás con ella por el momento.

Ella soltó una fuerte carcajada a los cielos, ruidosa, insolente.

―¿Te refieres a Carl? ―Todavía riéndose―. Pensé que se habían equivocado escribiendo su nombre, pero es verdad, me sorprende que trabajes con gente de esa... clase.

―¡Clara! ―gritó, había sonado como un ladrido. La agarró fuerte del brazo―. ¡No le faltes el respeto! Es una persona igual que tú, deja de tratarla de esa forma.

―No le falto el respeto, ¡es la realidad! Tus compañeros Federales se oponían a esa clase de atrocidades... ¿tu no? ―La euforia de Clara se iba tiñendo poco a poco de ira.

Marcano observaba con vista perdida las montañas rocosas y el desierto que se extendía frente a él, sintiéndose culpable. Había permitido que esas ideas se propagaran en su mente joven, facilitándole los pensamientos de sus compañeros en forma de libros, manifiestos y un centenar de discursos en video. Los había seguido al pie de la letra, no le buscaba explicaciones, era fiel a las creencias federales.

La soltó, no sería coherente si la castigara por eso, sería como castigarse a sí mismo.

Nunca la había podido someter, resistía sus impulsos primitivos. Los desobedientes, los inútiles y los débiles de mente eran siempre los merecedores de su fuerza bruta, Clara no entraba en ninguna de esas categorías.

―No muestres debilidad, hay tanta gente alrededor ―dijo ella. Él le había enseñado eso―. Le daré saludos a ese fenómeno de tu parte.

―No te distraigas, te necesitó atenta ―le indicó a la vez que la cuerda salía proyectada y se enganchaba a una roca saliente diez metros sobre ambos.

―Ni lo menciones. Después de tanto tiempo allí abajo, lo último que quiero es cagarla ―respondió sin voltear a verlo, para después avanzar verticalmente con manos y pies sobre la roca.

La había mantenido en una jaula, como a una bestia. Soltarla era necesario, pero no sabía hasta qué punto la podría controlar. 

Solo el tiempo lo diría.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora