—¡Tomen este nivel!, puede haber una ruta de escape en alguna parte —exclamó la Ministra, bajando en tromba la escalera hacia el nivel inferior. Sus comandados se dividieron en dos grupos; uno numeroso que seguiría empujando hacia atrás a las Brujas de arriba y otro que descendió en busca de una posible fuga de elementos importantes.
Eran 8 en total, cubiertos de polvo gris por más detonaciones en el piso superior. Moraes, tapando su boca y nariz con un pañuelo, cubría a su superior e intentaba estar atento de los 6 soldados restantes.
Lámparas halógenas antiguas mostraban los alrededores por fracciones de segundos, por lo demás, debían apoyarse en un par de linternas.
Había cientos de columnas cilíndricas, muchas de ellas agrietadas por el peso sobre estas.
Era un laberinto, una cueva de ratas.
¡Pam!, un golpe fuerte, un par de gritos ahogados y después silencio. Todos frenaron en seco, ahora quedaban 5 soldados y un rastro entre el polvo y la arena que llevaba hacia la oscuridad.
—¿Alguien vio algo? —susurró Seamann.
Todos negaron.
»—No es la mejor idea, pero... 2 conmigo y con el Oficial. El resto mantengan una distancia prudente y revisen los alrededores, linternas arriba, sin desatenciones.
El grupo continuó su avance por la oscuridad, cubriendo todo el espacio posible. Moraes, al final de la manada, estaba atento a los movimientos de los uniformados... pero no mucho en por donde avanzaba.
Cayó de bruces al suelo y de inmediato los gritos y disparos inundaron el lugar. El polvo creó una cortina de humo que nubló su visión. Los destellos de las armas creaban figuras parecidas a sombras entre la polvareda. El hierro tocó su nuca, una mano temblorosa que lo tomaba por detrás del chaleco y le instaba a levantarse.
—¡Seamann!... —sin respuesta, tuvo que obedecer a su opresor —, escucha, somos más que tú. No paras de temblar, suelta eso y corre por tu bien y por el mío.
El alto mercenario titubeó.
El arma dejó de tocar su piel... era el momento de actuar como lo habían entrenado. En un giro rápido, golpeó por debajo de las costillas al mercenario con la culata de su arma, una exhalación fuerte parecida a un chirrido salió de este. Le arrebató la pistola de las manos con demasiada facilidad, temblaba como una gelatina.
—¡Quieto! —apuntó al enmascarado en el suelo. Removió el pasamontaña y casi se cae al piso —. ¿Ministra McIntyre?
La ministra pedía piedad desde el suelo, con las manos arriba y los ojos anegados.
El Oficial no lo entendía, las linternas se hallaban rodando por el suelo a su alrededor.
—¿Fuiste tú?... ¿¡Seamann, dónde estás!?
Volteó al notar un ruido a sus espaldas... seguido de un resplandor que lo encandiló, parecía abrirse paso entre las tinieblas y las nubes de polvo.
Detrás de una columna al centro de su perspectiva, emergiendo entre la oscuridad, iluminada por la luz de la linterna, la coleta pelirroja sujetaba una pistola que se veía enorme en su pálida mano.
Clara llevaba lo que quedaba de su camisa azul amarrada de la cintura, exhibiendo las laceraciones recientes en sus brazos.
En su mano libre empuñaba algo que emitió un ruido metálico al caer al piso. Moraes no tardó en notar su caminar tosco y su expresión de dientes apretados y ceño fruncido, un depredador herido.
Se le vino a la mente la imagen de un zorro.
El le apuntó con su arma, más bien, ella le permitió hacer, pues lo pudo haber matado si hubiese querido.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
Fiction généraleEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...