Capítulo 20: El Mundo de los Trastornados

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La campaña salió a la luz, chocó contra la retina de los ciudadanos en sus casas, en la calle, en el trabajo, mientras tomaban un café al salir de la oficina, en el tráfico, todo el mundo vio el rostro de Leryda. Anunciaba el aniversario de su propia victoria, que por extensión era la de todos ellos. Muchos la recordaron, otros se enteraron que "supuestamente" era alguien importante después de una búsqueda rápida en internet. Mirarla junto a la bandera, junto a su bandera, junto al símbolo que marcó la muerte de una época de oscuridad... o del retroceso, dependiendo a quien se le preguntase.

En una sociedad dividida entre el pasado y el presente, era donde este tipo de campañas buscaban su lugar. Sacar lo peor del rival, dejando sin mucho argumento a quienes apoyaron el proceso anterior, diciéndoles directamente que estaban equivocados y que ese gobierno no era para ellos.

Los jefes de la república estaban felices, celebraban la buena recepción de lo que empezó como una idea tonta, una propuesta que alguno de ellos al final de la mesa lanzó esperando el rechazo grupal pero que terminó siendo el camino a seguir. ¿Y por qué no lo sería? Ellos sabían mejor que nadie el efecto que puede tener esa clase de campañas sobre el pueblo, un mensaje de esperanza contado de manera sencilla para ser masticado por cualquiera con capacidad de ver y oír.

Nunca lo dirían públicamente, pero habían aprendido demasiado de los caudillos, muchos eran cercanos a ese círculo y otros habían tenido la suerte o desgracia de crecer durante los 30 años de gobierno federal.

Además, una de sus metas era poder decir que alguien cercano a la cúpula pudo cambiar, rectificar su rumbo y terminar contribuyendo a su causa. Colocando sus ideales de rectitud por encima de los de sus jefes, demostrando su voluntad para hacer lo correcto.

...

Para Clara, esa clase de frases insípidas se recogían en un solo adjetivo que lo definía de maravilla: Traidor.

Leryda era eso, una sucia traidora que no pudo soportar la presión de ser parte de la federación, alguien a quien el uniforme le quedó demasiado grande.

Las medallas y estrellas eran pesadas para quienes no tuviesen una voluntad fuerte. Ella hubiese sido mil veces mejor jefa de seguridad que esa cualquiera, tenía lo necesario, sabía que nadie estaba por encima de los lideres, cualquiera debajo de ellos podía morir sin mayor repercusión, pero sin ellos el país nunca avanzaría, tal y como estaba pasando en ese momento.

Ver a Leryda le generaba rechazo, era un reflejo de todo lo que repudiaba, la personificación de todas las cualidades negativas que le habían inculcado y que eran un dogma irrompible grabado en su cerebro. Gente como ella no debería existir, tan débil, tan inmoral, tan desechable, y sin embargo estaba recibiendo toda la atención. Definitivamente había algo mal en las personas. ¡Es que no se dan cuenta de la clase de personas a las que les dan atención! Pura gente insensata.

Rio entre dietes cuando en la campaña salió el rostro de la novia nativa de Leryda. «Por supuesto alguien con el cerebro tan podrido como ella tendría esos gustos, mis lideres eternos las hubieran fusilado mientras lloraban por piedad», pensaba mientras apretaba los dientes con la vista fija en su reflejo, inspeccionando su cara en el espejo. Había dejado el baño de Catlyn como una zona en guerra, buscando algo que pudiera cubrir la mancha purpura en su mejilla, tan oscura que parecía consumir la poca luz que entraba por el tragaluz.

No creía que el castigo hubiera sido tan severo, después del encontronazo con su líder no se veía tan mal, solamente la cúspide de su mejilla izquierda se veía un poco más oscura, donde el dorso huesudo y pesado de Marcano le hizo saber lo imprudente que había sido, mientras Jersey y Bertrand se mantenían con la vista fija en el piso, sin mostrar gracia hacia lo que pasaba, ambos lo entendieron como un augurio oscuro sobre el estado mental de su líder.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora