El sueño era liviano, horas y horas tratando de despertar, escuchando cada cosa que sucedía a su alrededor, queriendo salir de la oscuridad donde lo habían introducido. Era desesperante, como una pesadilla constante. Se preguntó si eso era la muerte, una oscuridad absoluta e infinita donde lo único que te queda es habituarte al vacío y a los sonidos lejanos como ecos rebotando en las paredes de una cueva.
Cuando sus ojos se empezaron a abrir, lentos y cubiertos de lagañas, supo que por el momento podría seguir viviendo. Vio el cielorraso mohoso, las cortinas sucias que lo rodeaban y el olor que desprendían las sábanas percudidas. ¿Qué clase de sitio era ese?, se preguntaba. No sabía si debía sentirse amenazado, todo estaba tan tranquilo y silencioso, no parecía un sitio peligroso. ¿Acabado y decrépito? Desde luego, no vendría aquí por su propia voluntad, le gustaba un poco más de aire acondicionado y camas que se amoldaran a su cuerpo redondo.
Las cortinas se abrieron de golpe.
Lo primero que vio fue la cara arrugada de la ministra Seamann, viéndolo con ojos azules llenos de desprecio, algo muy común en su semblante.
Del susto casi se desmaya otra vez. La brisa fría que entraba por la ventana le erizó la piel. Lo único que lo arropaba, a parte de su ropa interior, era una bata azul delgadísima, que compartía el mismo olor desagradable de las sábanas.
Quizás hubiera sido mejor tener en frente a Marcano, todo terminaría rápido. Cualquier problema con la señora ministra lo perseguiría durante un largo tiempo, donde «Felipe» sería remplazado por "inútil" y no habría quejas ni disculpas que valiesen.
―¿Cómo sigues, Oficial? Dormías muy plácidamente, desde la entrada escuché tus ronquidos.
―¿Ministra? ¿Dónde estoy? ¿Qué me hicieron esos hombres?
―No lo sé, parece que tuvieron un gran momento. ―Hundió las largas uñas como garras en el colchón, a centímetros de su humanidad―. Te puedo imaginar haciendo muchas cosas, Felipe. Puede ser que la cagues una y otra vez, eso es algo normal, pero ahora, que empezabas a hacer las cosas bien... ¿Qué diría la prensa? Dime, ¡si supiera que uno de los oficiales más importantes del ministerio llegó drogado a una clínica de mala muerte en un pueblo de mierda! ―Moraes trataba de arrinconarse lo más que podía sobre el colchón.
»―Si querías celebrar que encontraste a esa lunática, ¿por qué no fuiste a buscarla primero? ―Su voz rasposa la hacía sonar como una osa rugiendo―. Pasa buscando todos tus cachivaches en la oficina, no quiero volver a verte pisar el mismo suelo de mi oficina otra vez.
―¡Espere! ¡Espere! Marcano y su gente nos tendió una emboscada en plena carretera, eran 10 tipos, más o menos, todos con pasamontañas y de repente uno se quita esa cosa y-y tengo a Marcano hablándome, mientras estaba en el piso.
—Ay, Felipe. Si vas a ser descuidado, al menos trabaja un poco más en las escusas, dices puras pendejadas.
—No-no-no, ¡se lo juro por mi madre santísima!... pensé que me matarían, pero me terminaron drogando, miré. —señaló el lugar donde entró la aguja en su cuello. Aún le dolía al tocarlo.
La ministra ya no parecía querer devorar al oficial.
―¿Marcano? ―Su apetito había cambiado―. Digamos que te creo, continua, pero más despacio, te vas a desmayar otra vez.
Moraes procedió a explicarle con ojo de detalle lo que pasó en la carretera. La ministra se mantuvo escéptica en todo momento, el oficial sentía que no le prestaba atención, ojos perdidos en las sabanas azules bajo sus manos.
―¿Y los agentes que fueron con ustedes? Mandamos ocho personas más, dos camionetas.
―Esos malditos seguramente los desviaron, inventaron un derrumbe cerca del túnel sur, allí fue donde nos agarraron... y donde mataron a Oswald...
―Carajo, Felipe ―le masculló, tomándose del cabello dorado y blanco.
―Los demás tuvieron que llegar a la capital
―Nadie de esa comitiva llegó hasta el ministerio, Felipe. Tú eres el único que hemos encontrado. Alguien nos llamó, una de las enfermeras, diciendo que habías llegado como una muñeca de trapo... y... con razón Oswald no aparece por ningún lado.
La ministra le siguió detallando el último día, las 24 horas que el sedante le había quitado. El derrumbe sí había sucedido, pero fue algo voluntario, había restos de explosivos sintéticos en los escombros que dejo el derrumbe. Ninguna empresa estaba trabajando en ese lugar cuando la contactó, ni siquiera había llegado a las autoridades la información sobre el derrumbe, todo había sido un montaje, una escena bien planificada. Los habían agarrado con la guarda baja, cuando le preguntó a Oswald sobre las otras camionetas del ministerio ya era demasiado tarde, llevaban horas metidos en la obra de teatro creada por Esien Marcano.
―Se llevaron a Benett, iban a por ella.
―¿Y si trabaja para él? Entiendo que trabajó para los difuntos, o quizás tenga algo con los mercenarios de Marcano.
―No, señora. Cuando le conté sobre Marcano parecía más sorprendida que molesta, no tenía idea, pensaba que el maldito estaba enterrado bajo las ruinas del Palacio del Oriente.
La ministra extrajo del bolsillo de su chaqueta un frasco plateado, le dio un trago largo después de abrirlo.
―Todos lo creímos, pero la hierba mala jamás muere. No estás despedido, hay trabajo que hacer.
Moraes se levantó con torpeza, sintiendo como cada musculo de sus piernas le pedían tregua. La ministra le arrojó su ropa, dejada sobre una silla junto a su cama por una de las enfermeras, una forma discreta de decirle que tuviera algo de decencia.
Ya no tenía teléfono. El contenido de su cartera estaba alborotado, esos hombres ya debían saber hasta el nombre de la partera que lo sacó del vientre de su madre.
Al salir por las puertas de la decrepita clínica, se vio rodeado por el bosque de pinos altos. Debían estar al este de la capital, del otro lado de las montañas del valle.
El aliento agitado se condensaba frente a él.
―¿Dónde estamos? ―preguntó a la ministra, que iba rápido delante de él.
―Hitchcliff, Coventry ―contestó sin voltear a verlo, abriendo las puertas de su carro. Un par de patrullas estacionadas al lado encendieron sus motores.
Ese pueblo, estuvo varias veces aquí con sus compañeros del ministerio y sus esposas. Un paraje turístico en mitad de la nada.
A partir de ese momento tendría pensar mejor sobre en quien confiar. Si es que se podía confiar en alguien.
Habían subestimado al tal Marcano, pronto se arrepentirían.
...
La joven Clara observaba embelesada hacia el fondo de uno de los silos vacíos, sus piernas colgando hacia el abismo y mientras en su mente se preguntaba si esa mujer que habían traído de verdad se trataba de la supuesta guerrera en la que su líder colocaría toda su confianza y apostaría para importantes pasos en sus próximas operaciones.
No lo entendía, por un momento pensó que era alguna clase de prisionera o intrusa que planeaban ejecutar, hasta que vio su rostro vacío y confirmó que se trataba de ella.
Tomó una roca y la arrojó con fuerza hacia el hueco, escuchando el eco profundo que producía en el fondo de aquel silo, preguntándose que podría haber allá abajo.
Se imaginaba cuevas llenas de arena, basura y ratas, lo típico para un lugar a medio construir como ese.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
Ficção GeralEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...