Los días pasaron, esfumándose uno tras otro. Los eventos de esa madrugada poco a poco fueron quedándose en el olvido mientras otras noticias tomaron su lugar y la gente, como siempre pasaba, perdía el interés. En un país como ese, donde cada día se bajaba un escalón más hacia la decadencia, que los sucesos fueran y vinieran era bastante común.
La junta se había puesto a trabajar como nunca, teniendo el aniversario a un par de semanas de distancia y a Marcano ―en ese momento, un monstruo desatado― pisándole los talones, no les quedó de otra que intentar poner las cosas en orden. La nación parecía tomar algo de color después de tanto tiempo navegando en escalas de grises.
Leryda miraba con indiferencia a través de la ventana del carro hacia una pantalla gigantesca en la cara lateral de un edificio. Dos policías sujetaban con fuerza a un hombre de quizás unos 40 años que se rehusaba a caminar hasta una patrulla, con un membrete debajo que decía: "Sigue la lucha contra la corrupción".
Esa era la estrategia que estaban empleando. Indirectamente, el líder de las Brujas había ayudado a la junta de gobierno con el caso de "Los Colgados de Ciudad Capital". Esos carteles tan prácticos que detallaban con puntos y comas todos los delitos que aquellas personas habían cometido, sobre todo los funcionarios, personas limpias y éticas hasta ese momento. De los miembros de la Comitiva del Ministerio de Defensa no había mucho que decir, Oswald fue el único con delitos de legitimación de capitales comprobables; los otros cinco solo tuvieron mala suerte, los forenses determinaron que habían caído en un enfrentamiento, algo natural para los tiempos que corrían.
Leryda, con los eventos recientes, no quiso volver a pisar su departamento. Pese a no ser supersticiosa, pensaba que ese lugar era lo más cercano a un lugar maldito, lleno de sufrimiento, de recuerdos horrendos, donde cada día se sometía a aislamiento al llegar de su entrenamiento. Tan pronto como pudo se deshizo de ese lugar por un precio irrisible, para poder mudarse a una pequeña casa rural en las montañas capitalinas, cerca de la anciana y sus creencias y lejos de la nociva ciudad.
En su humilde hogar, pese a no tener ni siquiera una simple radio, la Teniente solía escuchar ―sin querer― a las personas que se reunían en la plaza a cotillear sobre las noticias. Cada día había una o dos detenciones nuevas, más de cincuenta en mes y medio; para la gente era como una especie de guerra interna entre políticos, "«están sacando a todas las ratas»", solía exclamar el dueño del quiosco de periódicos del otro lado de la plaza y se escuchaba perfectamente en su casa.
Estaba metida en problemas mayores, no podía perder el tiempo en politiquerías.
En ese momento entraron al Paseo de la Victoria, una enorme avenida donde todo el poder del país se concentraba y estratificaba. Leryda recordaba el día que la guerra terminó ―o empezó, para ella― y cuando el Palacio de la Omnipresencia cayó.
Esas dos torres blanquecinas que se asemejaban a cuernos amenazantes y que siempre salían al fondo en las transmisiones de la Federación. Entre ambos edificios pendía una esfera, llamada por los difuntos líderes como "el ojo", dentro del cual, un fuego incansable de un rojo intenso daba vueltas y parecía querer escaparse, tan antinatural y violento que a muchos se les hacía difícil observarlo por mucho tiempo.
Miles de recuerdos llegaron a la mente de Leryda. Todos los edificios blancos del paseo se conservaban inmaculados; la Biblioteca Nacional, la Corte Suprema, el Congreso, obras de arquitectura magníficas que se mantenían hasta el día de hoy y que la República no podía simplemente reemplazar. Columnas altas, techos triangulares y fachadas imponentes, como los templos antiguos de los libros de ficción.
Fueron hechos con ese propósito, que el recuerdo federal estuviese en cada rincón, imborrable. Querían que los habitantes del hoy y del mañana se identificaran con ellos, que los viesen como una suerte de ídolos de fuerza imparable que construyeron el país desde los cimientos y que se creara culto alrededor de sus personas. Ser más que simples humanos, ser vistos como dioses, portadores del conocimiento general y un poder tan grande para doblegar a cualquiera y hacer cumplir su voluntad.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
General FictionEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...