...por la izquierda el joven oriental Matías Oriol, en la derecha, el oriundo de Carpintero, el barrio apostado en las montañas de Cudela, Josélu Morientes y en el centro del ataque el capitalino Cameron Altrincham...
Lleno de ansias, pero no por lo que se proyectaba en la pantalla, Moraes «quien se había quedado sin su prefijo de uniformado», observaba el partido final, ese que concentraba a medio país en la Ciudad Capital, menos a él cuyo destino no había sido favorable. Por ahora, era repudiado en casi todas partes por la puñalada que la joven de coleta cobriza le había acertado en toda su reputación y de la noche a la mañana pasó de funcionario de alta estima a enfermo hombre que no puede escapar de sus deseos más primitivos, o eso es lo que había leído en las páginas de opinión de un diario esa mañana.
A parte de eso y sin menos importancia, su esposa lo había echado de la casa llorando como una sirena de bomberos y solo pudo llevarse lo que llevaba puesto, es decir, el mismo traje que se puso para visitar a Leryda hacía un par de días.
Y su equipo había dado vergüenza en semifinales, esa era la trinidad de su desgracia y lo peor es que, irónicamente, no sabía que era peor.
...así llegaron ambos equipos a esta instancia: Alta Vista, luego de vencer al Vasco de Bahía con dos goles en el ocaso del partido, el equipo de la costa oscura se vio ganador muy rápido, celebró las vísperas y se quedó sin fiestas...
El oficial se levantó tan rápido como pudo, había tenido suficiente del viejo y pedante comentarista. Bajó todo el volumen de aquella vieja televisión que se asemejaba a una caja de plástico pegajoso y para rematar, alguien le había puesto un mantel tejido encima, que parecía pertenecer a la casa de la abuela de alguien.
De repente, dio un respingo hacia atrás, casi cayendo sobre la cama.
Una sombra amplia había pasado por la ventana, proyectada sobre las cortinas amarillentas.
Uno, dos, tres toques sobre la puerta. Ahora trataban de abrir la ventana, traqueteaba de un lado hacia otro.
«¿Podía ser?», en su mente sabía que había posibilidades, pero igual tomó el jarrón con agua turbia sobre la mesa de noche, empuñándolo como el bastón extensible que portaba cuando era aún joven y aun policía...
...¡Y abrió la puerta rápido!.
El susto que se llevó no fue de muerte, fue más que eso, era una figura extraña, como un espantapájaros con demasiada ropa.
Lentes oscuros, cubrebocas, sombrero fedora, gabardina color ceniza, a la par de una alta prepotencia que emanaba de aquel bizarro ser.
El jarrón derramó todo su contenido, sin querer lo colocó de cabeza al suspirar de alivio.
—¡Por nuestra Señora del Oeste!, ¡qué carajo cargas puesto!
—Mi vestido de bodas, ¡déjame pasar!, no quiero que me vean cerca tuyo.
Era una mezcla de sensaciones, oír la voz de la Ministra, que se había convertido en una de las cosas que más odiaba, ahora sonaba confortable y algo cálida, era el sonido de la esperanza.
Detrás ella entró una figura menuda, no tan camuflajeada como la señora, pero con la misma apariencia de no querer ser visto. Era un sujeto de no más de 25 años, con cara de infante, mirada distraída y de su mismo tono de piel.
Meredith no tardó en presentarlo: Hamann, un ingeniero en sistemas de la división de inteligencia del Ministerio.
—Te diré, Felipe. Si te hubiese tenido cerca cuando me hiciste esa llamada desde el teléfono de Grass, la cachetada que te hubieras llevado no sería castigo suficiente por el susto que diste.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
General FictionEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...