Capítulo 39: Deber, Querer y Creer

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―Tu... ¿eres tú?...

Era... ella, su confidente.

Estaba allí, tomando forma progresivamente en frente de su cuerpo entumecido. Le costó reconocer a su amada en un principio, pues llevaba decenas de perforaciones repartidas entre las orejas, cejas y nariz, todas hechas de lo que a simple vista parecía oro puro.

Eran verdaderas obras de arte, pequeñas estrellas, lunas y símbolos que la adornaban a la perfección.

Portaba la vestimenta ceremonial de su gente, una túnica beige que parecía hecha a base de costales de tela, con tiras de varios colores bordadas en los extremos y una que otra gema de color pegadas en el pecho.

Era imposible, lo que sea que le dieron para sedarla la estaba haciendo ver y sentir cosas. Más bien, dejar de sentirlas, pues el dolor intenso se había esfumado en una sensación cálida que la arropaba como una manta gruesa. No la sofocaba, la acurrucaba como a una infanta mientras le soplaba una brisa fresca que atravesaba todas las capas de su vestimenta.

Se acercó poco a poco y le acarició el rostro, Leryda sintió miedo, terror, al notar el tacto áspero y cálido sobre su piel. Intentó alejar la vista de ella, pero su cuerpo de repente había dejado de funcionar mientras ella solo la miraba con rostro inexpresivo, indescifrable, un misterio, igual todo su ser.

—¿Por qué ahora? —su boca no se movió, pero su voz salió hacia el exterior de forma espectral, como la briza fuerte —. ¿Vienes a llevarme contigo? Estoy atrapada, Erlín...

La Capitana seguía inmóvil, petrificada mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Era claro para ella, todo había acabado, si no moría pronto, terminaría siendo un desperdicio de persona, un sobrante molesto con la vida que terminaría muriendo por su propia mano, si es que esta vez se atrevía a hacerlo.

Erlín tomó su brazo, no tenía forma de oponerse a medida que el agarre ascendía hasta su mano, entrelazando sus dedos, Leryda no pudo evitar observar el tono cálido de su piel blanca bronceada, casi roja, con líneas carmesí pintadas formando patrones y símbolos que la hacían ver como una especie de chamán o adivina.

Luego su mirada se posó en su rostro, centímetro a centímetro, siguiendo los mechones desordenados de su cabello rojo hasta su rostro, adornado con finas líneas doradas que resaltaban la estructura suave de su cara.

Leryda recordó en ese instante lo que había perdido, esa imagen de belleza imposible, de alma gentil y algo inocente, inteligente, apasionada, intensa, simplemente no podía encontrarle defectos a esa mujer. Si el destino no se la hubiese arrebatado, su vida sería tan distinta, llena de vitalidad, no ese cadáver inerte lleno de tristeza.

—Me alegra que lo hayas conservado.

Lo vio. También estaba allí, el brazalete que había perdido.

Erlín volteó para toparse cara a cara con el autor de tales atrocidades, quien había malogrado a la Capitana, a su diamante en bruto.

Se agachó, Leryda sintió ternura del gesto, como si intentase ocultarse por más que nadie, o eso esperaba, pudiese verla allí dentro. Luego recordó que la última vez que su confidente había pisado ese mundo fue estando viva y todo tuvo sentido.

—Debes dormir, cariño. Resiste un poco más, reúne fuerza... mírame y duerme.

La Capitana no lo hizo. No quería cerrar los ojos, era como ver el más increíble atardecer, la más impresionante de las obras de arte, era realmente embelesador.

La puerta se abrió... se la estaban llevando. Su amada se separó de la multitud y la alcanzó cuando la sujetaban frente a la entrada.

Marcano apareció en frente de sí, le tocó el rostro, inspeccionándola, para luego girarse hacia la habitación vacía e indicar que se la llevasen. Sin saberlo, Esien quedó frente a frente con Erlín, quien lo miraba como el monstruo que era. Ella acercó su mano hacía el rostro seboso del ex federal, el cual ignoró las gotas de sudor que empezaron a manar de su coronilla, insensible, ido completamente.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora