El bunker amaneció silencioso. Nadie se atrevía a opinar ni a decir algún comentario de aliento. Los republicanos y su junta de gobierno habían capturado a la teniente Benett y la frustración emanaba por cada poro de la piel de Esien Marcano.
Estuvieron tan cerca de precisarla, pero sus ingenieros y mercenarios no habían sido rápidos con su ubicación, tardaron demasiado en interceptar las comunicaciones del ministerio. Errores tan simples en gente tan preparada le resultaba ofensivo.
En su país, así como en su casa, el ser negligente o inútil se pagaba caro. Los que cometieron ese error deberían ser castigados, no se podía crear una nueva federación con gente tan desprolija, había que afinarlos con mano dura, en este caso, la suya propia.
La contraofensiva se estaba armando rápido, los vehículos salían por las compuertas dejando una estela de polvo rojo detrás, se perdían en la lejanía a través de caminos diseñados para no ser detectados; si eran rápidos y atravesaban el desierto y sus formaciones rocosas amorfas sin contratiempos podrían llegar a las montañas capitalinas en unas horas.
En una habitación apartada, la favorita del líder, la número dos descansaba sobre su cama, mientras observaba el techo gris y la luz que se metía por las rejillas de ventilación. Su cabello caía hacia un costado del colchón como una maraña de alambres de cobre, en sus audífonos se reproducía música clásica de orquesta, tan fuerte que no lograba oír ni sus propios pensamientos, mucho menos los gritos de dolor al final del pasillo.
Detuvo la música y agarró una de muchas revistas que guardaba debajo de su cama. Observaba cómo había oscurecido los rostros de las personas en las fotos con un lapicero, algunos incluso los había atravesado con la punta del mismo. Poco después la colocó ordenadamente sobre el resto.
Golpeaba sus botas constantemente del borde de la cama.
Impaciencia y ansiedad, dos cosas que le fueron invadiendo más y más a la vez que en el muro seguían apareciendo líneas. La espera le estaba matando. Curiosamente lo mismo decían las voces a lo lejos «nos está matando» al son de los duros puñetazos, algo tan gracioso para ella.
No encontraba qué hacer, todo era tan monótono allí abajo, contar los días se había convertido en un hobby para ella; rallar la pared gris con un cuchillo improvisado, observar cuatro rayas y tacharlas con una quinta en diagonal, ya llevaba diez de esas e iba por una onceava.
Para ella eso era comparable con el mundo que la rodeaba, no allí dentro sino en el resto del país. Un mundo que se estaba corrompiendo cada segundo que pasaba. Según ella, los gobernantes (y por extensión, el país entero) también hacían lo mismo, contar los días; marcaban los calendarios con marcadores rojos, o quizás los veían en sus teléfonos y computadoras obsesivamente, siempre contando el tiempo que les quedaba, y eso la complacía por encima de cualquier éxtasis.
Sus ideas le parecían normales, habían sido así desde que soltó las muñecas, los vestidos coloridos y los brazos que jamás la apretaron con fuerza. Se sumergió de lleno en todo lo que el sentir federal le podía brindar: libros, discursos, reuniones juveniles y cualquier cosa que la acercara a los ideales que buscaba. Le parecía ofensivo que la gente se olvidase tan fácilmente de sus ídolos, antiguos héroes épicos que nunca temieron a la muerte y no se arrodillaron tan fácilmente, no sin antes reclamar las vidas de los traidores y personas de segunda que los amenazaron.
Una vez, vaciando sus pensamientos venenosos en su diario (cuando había la mitad de rayones en la pared), llegó a comparar a los políticos republicanos como ratones que se disfrazaban de gala, ya que primero estuvieron escondidos en madrigueras en medio del desierto y después se alimentaron de la gloria y la victoria ajena, lograda por los soldados que ellos mismos sacrificaron. Aseguraba que eran traidores hasta para su propia gente, la forma como trataron a esas personas engañadas con sus propias conjeturas e historias inventadas le parecía vomitivo. Terminó rayando todo lo que escribió, no concebía como la gente podía ser tan tonta.
Esperaba pronto poder recuperar la tierra que se les había prometido a ella y a su generación. Eso era lo que la mantenía paciente y la alejaba de la locura que tantas veces tuvo que espantar de su mente, esa que era como un suspiro en su nuca.
Las 4:00 pm, marcaba su reloj. Las mangas de su camisa azul cayeron hasta su codo, mostrando lo que a ella siempre le hacía recordar el antiguo himno federal: «Nacida del sufrimiento, la luz que erradica las sombras, ¡nación inmortal!», ese era el significado que le había dado a tantos cortes.
―Te dije que no las observaras, tú no eres eso ―le dijo Marcano asomándose por la puerta, observándola mientras miraba sus propias cicatrices―. Pronto se irán, conozco doctores, así no las verás nunca más ―Su maestro y líder se limpiaba los nudillos con un pañuelo.
―No las miraba. ―Se subió la manga―. ¿Qué tal esos tres inútiles? Espero que les haya quedado claro el mensaje, pude oírlos un poco mientras los... "ablandabas".
―No pienses así, lo dices como si lo disfrutara... ―Clara se sentó al borde de la cama, acomodándose en una esquina, invitándolo a sentarse junto a ella―. Solo que... a veces las personas aprenden mejor a la fuerza. ―Marcano observaba su cara ovalada y sin una mínima imperfección, sus cejas inclinadas que la hacían ver siempre enfadada y las pecas sobre la nariz y mejillas que le daban un toque infantil. Para él era como su hermana menor, por más que su único parentesco fuesen sus creencias. Él la guio por el "camino del bien", fue su mentor y quizás gracias a él, ella ahora era la mujer hecha y derecha que tanto le enorgullecía.
Para ella el sentimiento era mutuo, era su hermano, la figura más imponente en su vida y el único que estuvo para ella en las buenas y en las no tan buenas.
Marcano se sentó a su lado mientras inspeccionaba la habitación. Siempre parecía ordenada, los objetos sobre la mesa junto a la cama siempre cumplían un orden y estaban alineados uno al lado del otro, cada peine y cinta para el cabello guardaba una distancia entre sí, jamás los conseguía apilados. Las revistas y libros estaban ordenados debajo de la losa de cemento de la cama. Tuvo que buscar bastante para conseguir un colchón que calzara sobre esa losa, era necesario para que sintiera que de verdad era su habitación, sin importar las paredes grises y el aspecto carcelario.
―La misión se retrasará para nuevo aviso...
―Me tienes que estar jodiendo. ―Los iris verdes desaparecieron, puso los ojos en blanco. Sabía que se vendrían más días de observar el techo con música clásica de fondo―. A los demás esbirros tuyos, los mandas a hacer cosas por todas partes y a mí me dejas como una prisionera en esta mierda.
―Cuida tu vocabulario, no te comportes como una mujer corriente. A parte, sabes bien que siempre guardo lo mejor para ti.
―Créeme que no quiero parecer corriente, pero entiéndeme tu también. Necesito hacer algo que no solo sea esperar, sabes bien que este sitio es aburrido de arriba hacia abajo.
―Clara, recuerda que toda mi comprensión es para ti. Pero, solo necesito que extiendas tu paciencia unos días más, tú serás una de las protagonistas de este plan, no quiero que te distraigas en tareas... "corrientes"―Acarició su cabello con cariño fraternal, siempre tan lacio y peinado a la perfección, ella le sonreía con sinceridad, solo él podía verla con la guardia tan abajo.
―¿Me adelantas algo? Aunque sea para imaginármelo mientras no hago nada. ―La complicidad en su mirada le resultaba tierna al ex federal, aunque estuviese impulsada por la impaciencia.
―Eso arruinaría la sorpresa, pequeña Clara. ―Se levantó y se acercó a la puerta―. Quédate con que serás importante, solo con eso puedes hacer volar tu imaginación. Se fue, mientras se colocaba un pasamontaña negro.
Clara se recostó con los brazos tan extendidos como su cama le permitía y cerró los ojos, se imaginó mundo perfecto y en él, ella observaba el horizonte desde un edificio alto. El cielo, la brisa y el chasquido del fuego susurraba su nombre, su rostro cubría las pantallas y portadas de cada medio.
Ese mundo se haríarealidad, él se lo había prometido.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
Ficción GeneralEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...