Capítulo 28: Conspira y Vencerás

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―Te ves espectacular ―La elogió el General viéndose junto a ella en el espejo―. Como siempre mereciste verte.

Leryda miraba embelesada su reflejo, concentrada en la mujer de ojos fríos y distantes que le devolvía la mirada. Era una batalla interna que ni una tonelada de medicamentos podía acallar, al menos que su intención fuese no seguir viviendo.

Fuera del ruido de su cabeza, los estilistas trataban de ajustar su nuevo traje sobre su tosco cuerpo. Parecían haberlo confeccionado para su yo de hace unos meses.

Había recuperado su antigua forma, aquella destruida en su afán de olvidar. Era extraño ver sus mejillas abultadas otra vez, antes cóncavas como un augurio de muerte.

Pasó un dedo con cuidado por una de ellas, recordando a su difunta confidente en el proceso. Cada segundo le resultaba más difícil permanecer indiferente a su memoria, pese a lo que ahora sabía, le resultaba un sacrilegio renegar del cariño que aún le guardaba en su maltrecho corazón.

Cabeza dura, trataba de no extrañarla, pero se estaba quedando sin fuerzas.

—«Me gusta tu rosto. Creo que tienes cara de luchadora, de esas que se dan patadas en la cara y se tuercen la nariz, pero... quizás es demasiado delicada para eso». Le dijo, parte confesión, parte verborrea típica de Erlín, a la vez que acunaba su rostro entre sus manos rojizas —«En fin, nunca te metas en ningún deporte así, me desmayaría, o quizás lloraría... o quizás las dos cosas al ver tu cara hinchada y roja como hierro al rojo vivo»— Se esforzó para que la felicidad que le generaba ese recuerdo no se reflejase en su rostro. Una de las estilistas le quitó bruscamente la mano de la cara, había seguido acariciándose a sí misma sin percatarse.

La misma, que debía ser la jefa del resto de estilistas, le había quitado el brazalete de Erlín mientras la vestían, con la excusa de que no quería que el hierro puntiagudo rasgase la ropa. Era extraño verse despojada de ese amuleto, jamás se lo había quitado y estaba muy habituada a la sensación tibia en su piel.

Lo que para los demás era una tontería, a ella le carcomía. Ver su amuleto sobre una bandeja rodeada de joyería común la llenaba de culpa.

Parecía que por fin la mujer se había convencido de su apariencia. Era obvio que querían hacerla pasar como una heroína «Forzada, pero una heroína al final del día», pero ese traje encajaba mejor en una película de superhéroes. Una chaqueta blanca sin mangas, que más se asemejaba a una gabardina por lo larga que era. Pantalones comunes a juego, idénticos a los que todos los soldados usan, solo que una talla por debajo, apiñando todo su tren inferior en una postura rígida.

Debajo, sus brazos los cubría una camisa ajustada, marcando sus hombros rectos y huesudos que sobresalían orgullosos, hombros que cargaban un peso que la hacía encorvarse, o eso pensaba, uno de los hombres que la arreglaba la regañaba cada vez que se encorvaba.

Colocaron detrás de ella una capa a juego con su traje, con hombreras con dos puntas que apuntaban hacia los lados y, mientras se preguntaba cuál era la necesidad de tanto adorno, finalmente la coronaron con su sombrero, que en la frente mostraba las 6 estrellas de la bandera.

Se bajó del podio y los estilistas, ahora más convencidos de su estilo, aplaudieron a su alrededor. Ella parecía un animal de circo, solo faltaba que le pidieran que imitara las poses heroicas de la televisión.

El General se quitó el sombrero dejando su cabello gris alborotado al descubierto, sonreía al verla, una sonrisa de orgullo, y Leryda no podía evitar sonreír también, aunque la mueca se le dificultaba.

―Solo te falta algo ―le dijo y hurgó en el bolsillo de su saco verde, sus placas se movían por fuera―. Es hora de que estés en el nivel que te mereces... Capitana ―Mostró la placa apretada en sus manos arrugadas, la que la ascendía a Capitana. El grupo que los rodeaba aplaudió otra vez.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora