Capítulo 40: Crash

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—¡Busquen de donde vino esa transmisión!

La Ministra Seamann arreaba a sus empleados para que trabajaran a la velocidad que a ella le gustaba. Decidieron manejar hasta una estación de servicio a 15 minutos del lugar del enfrentamiento, pues el sol yacía completamente vertical en el cielo y la temperatura era intratable incluso bajo sombra.

La gasolinera era solo óxido y pintura vieja que colgaba de la pared. La fachada anunciaba el nombre de la compañía dueña de la estación, una empresa que había cerrado ya hacía 20 años y los precios del combustible se mantenían con estándares de esa época. Al menos podían resguardarse del sol, pero de igual manera la mayoría de individuos había abandonado sus chaquetas y trajes, ya que nadie en su sano juicio vestiría así allí.

El dueño, de hablar torcido y poco entendible les dejó repostar y usar la conexión a internet del local, que no era la mejor, pero era funcional, puesto a que el local contaba con un generador de emergencia por si la electricidad fallaba. El tipo vestía únicamente un pantalón amarrado con una cuerda gruesa y se paseaba descalzo ofreciendo sus productos artesanales.

―Señora, esa señal rebotó como 20 veces antes de llegar a nosotros ―expresó Hamann dejando de teclear en su laptop, toda la superficie de su rostro eran gotas de sudor —, este local fue uno de ellos, quizás es una red de computadoras hackeadas.

Moraes, recostado de la pared del local, con su camiseta de tirantes empapada en sudor, pensaba en las palabras del chico, mas no comentó nada, no fuese a quedar en ridículo otra vez.

—¿Quién les consiguió el trabajo?, ¿sus papis trabajaban en el gobierno o algo así?, debe ser muy cómodo estar varado en esta mierda, ¿Qué son 40 grados a la sombra?, ¡nada!, ¡nada para los empleados del Ministerio de Defensa!

—Meredith, te va a dar un infarto, ya la encontraremos —el oficial suspiro con fuerza, se sentía a las puertas de un desmayo, con su cabeza balanceándose sobre el cuello.

El dueño de la estación llegó de repente a ofrecerles cigarrillos envueltos en hojas secas y unos pequeños envases llenos de lo que a ojo parecía un alquitrán oscuro que se frotaba en las encías. Al verlos todos se quedaron callados hasta que se marchó hacia el grupo de detrás.

Meredith prosiguió:

—¿A quién?, a Marcano o a su mejor amiga, puta Capitana, ojalá la maten.

Ya habían discutido por más de una hora sobre la lealtad de Benett. Para el grueso de empleados del Ministerio, que oyeron atentos la voz de la mujer en la radio, confesando sus verdaderas lealtades, quedándoles claro quién era de verdad y que defendía realmente, la bandera roja y blanca, los cantares patrióticos de antaño y los momentos donde realmente fue poderosa. Era sencillo de entender, fue una doble agente, calentada por las promesas de gobernar si es que la federación ganaba 2 años atrás.

Lo que pasó durante la guerra civil era difícil de explicar. ¿Por qué luchar con tanto rencor, como un animal, si al final estaría forjando su propia desgracia?

Felipe se apoyó en eso para convencer a una parte de los presentes. Además de que, para los que llegaron a tratar con la Capitana, no les convencía que hablara de ese modo tan alto y rígido, cuando la voz de Benett era apática y fría la mayoría del tiempo. En ese mundo donde la tecnología avanzaba 10 escalones en un día, bien pudieran haber usado algo como computadoras o alguna imitadora para darle voz al mensaje de Marcano, ajeno a los pensamientos de Leryda, quien permanecía allí contra su voluntad, como los millones de ciudadanos de la capital.

La radio de la camioneta emitió estática, Seamann fue rápida tomándola:

—¿Qué pasa?, necesitamos apoyo aquí... —soltó el botón y se quedó un rato esperando respuesta.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora