Capítulo 33: Recíproco y Disparejo

9 5 3
                                    

—¡Clara!, ¡Esien te pudo haber visto! —el cuerpo inconsciente de Leryda chocó con violencia contra el piso de grava.

Clara entre risas respondió —Él no está aquí, aún. Y tranquila, un golpe más tampoco hará mucha diferencia en la majestuosa Capitana.

—Estas loca... Marcão, ayúdame a levantarla —en instantes el hombre que fungía como chofer se bajó del viejo camión.

—¿Me llamaste loca?, ¿cuándo dejaste de respetarme?, ¡maldito engendro...! —Catlyn volteó a ver a la pelirroja, mas no con temor, la presencia del mercenario le daba algo de seguridad.

Marcão arrastró a Leryda hasta el interior de la cabaña, recostándola contra la pared junto a la entrada.

Catlyn entró rápido sin prestarle atención a la Capitana inconsciente, parecía sentir pena por ella y la pelirroja sabía que era algo probable, sabiendo lo blanda que resultaba ser la susodicha.

Antes de ir dentro, esperó por unos instantes mientras contemplaba la ciudad colina abajo, la capital parecía rendida a sus pies, adornada con la ocasional columna de humo en lugares donde el plan daba sus primeros pasos. El día estaba siendo largo en exceso, apenas estaba anocheciendo.

El tiempo corría apático, eso le torturaba, apenas logrando ocultar lo ansiosa que se sentía. Era difícil reconocerlo, pero era como volver al búnker, encerrada en sus pensamientos esperando el momento de volver a tomar las armas, como la mercenaria que creció para ser.

Obligada por la brisa fría, Clara por fin entró a la vieja cabaña, reconociendo el olor de la leña quemándose en la chimenea al instante. Su líder había elegido ese lugar en las montañas para su reunión, era de los pocos lugares cerca de la periferia de la ciudad que aún permanecía secreto. La joven pelirroja no lo visitaba desde aquel día cuando robaron los químicos que se usarían en el próximo golpe, ese día el cual ella consideraba que había hecho todo sola, convencida por su idea genuina de que todos los demás terratenientes de Marcano eran simples inútiles y aduladores.

No pudo ignorar la presencia de Leryda en la entrada, puesto a que se encontraba postrada contra la pared, con sus piernas entorpeciendo el paso.

Colocándose a su lado se arrodilló frente a ella y la examinó, sabiendo que no despertaría pronto. Le había quedado una marca fea en el cuello donde la aguja se había incrustado, era un círculo del tamaño de la punta de un lápiz. Seguro le había causado mucho dolor y eso a ella le parecía bien.

Durante el asalto al hospital, una misión donde ella no formó parte, se les ordenó a todos los mercenarios en los apartamentos del norte y demás escondites en la capital que subieran a las montañas y eliminaran todo rastro de su presencia, que sus actividades las consumiera el fuego, como parte del presagio.

Ella había permanecido en cautiverio en el departamento de Catlyn, cuando la buscaron en el camión, ya Leryda estaba dando tumbos en la parte posterior del mismo.

En ese momento el regocijo reinaba en su mente, había acabado con el molesto oficial que hozó a meterse en su camino. Fue divertido verlo en televisión, siendo destruido públicamente mientras ella seguía siendo una víctima, una dulce mujer con solo buenas intenciones, atacada por un malévolo hombre obsesionado.

Catlyn, al verla reír frente al televisor solo hizo la vista gorda y se alejó lo más que el pequeño departamento le permitió.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la susodicha.

—Solo examinó que la Capitana Estrella esté bien, el bruto de Marcão la dejo aquí. Quizás haya que cubrirla con una sábana o algo.

—Seguro... —la ministra se acercó con brazos cruzados, acostumbrada a la crueldad de la pelirroja —, ven ayúdame a levantarla.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora