Capítulo 46: Da Mihi Potestatem

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La sala de mando estaba sumergida en el más absoluto silencio.

Marcano observaba por las pantallas como los pieles de hierro intentaban desencajar la compuerta de entrada. Tenía sentimientos encontrados, una mezcla entre admiración y repudio; la gente roja combatía como bestias, impulsadas por algo más que su propia determinación y repudio hacia los Federales.

Poseían las agallas de arrojarse a la batalla inclusive sabiendo que estarían en desventaja, tanto en equipamiento como en preparación. Eran guerreros a la antigua, empuñando creencias aún más arcaicas.

Era la victoria o la muerte, no existían las medias tintas.

En la esquina superior derecha, una pantalla mostraba el misil y la arena detrás de este, enfocado desde una cámara en la cima de una colina. Allí el ex Federal observó cómo la gente del cañón trazaba un circulo con gasolina alrededor del silo del cohete. Dicho círculo se transformó de a poco en un símbolo antiguo, con una circunferencia más pequeño dentro y dos puntas rectas que apuntaban hacia el sur, ademas de otros detalles que no se lograban apreciar.

Encendieron el fuego y el símbolo brilló. Alrededor de esa figura colocaron recipientes de donde emanaba un humo espeso que parecía consumir la realidad a su paso.

Partes del cohete eran solo niebla gris.

—¡Salgan!, todos ustedes, necesito pensar ―solo quedaba Bertrand, observando el estupor de su líder ante los soldados rojos.

En su soledad, Marcano se volteó en su silla hacía la sala vacía con aires meditativos, respirando lenta y profundamente sabiendo lo que se le venía. Ese momento para el que tanto se preparó había llegado y el sentimiento era diferente a como se lo imaginó en un primer lugar.

Los últimos días su mente pasó por un proceso de ajuste. ¡El era la voz del cambio!, y como tal, no podía dejar ni una sola roca sin voltear en cuanto a cómo sería su forma de gobernar y sus más cercanos colaboradores lo habían notado de una u otra forma.

Debajo de la mesa, en unos cajones pequeños, había guardado su uniforme, el que lo identificaba como el Federal que antecedió a la desgracia. Se vistío a la vez que en las pantallas los pieles de hierro se reunían alrededor del misil, tomados de las manos para comenzar a recitar cánticos ceremoniales en su lenguaje ancestral.

Le rogaban al cielo sobre ellos, a algo invisible, pero que en sus mentes tomaba forma y sentido. Algunos podían estar más cuerdos que otros, pero en ese mundo que compartían, era bien visto acuñar esa clase de creencias sin importar lo más o menos loco que estuviera el individuo.

Y sopesando aquello, se llegó a preguntar: ¿Acaso era incorrecto desear esa clase de idolatría?

En su pensar, aquello era algo deseable y apasionante inclusive, ya que era algo que iba más allá del concepto de vida y muerte. La inmortalidad real, más allá de las estatuas y las baladas épicas.

—Si ellos tienen a sus santos, ya veremos a quién le hacen más caso.

De la misma gaveta sacó un encendedor, su culto personal le llevó a tener siempre uno a la mano. Remangó la manga de su traje y continuó con el ritual que su pupila había interrumpido. Debía calentarlo aún más, debía sentir ese calor, forzar a su amuleto a reaccionar, sin importar que su piel se cayera a pedazos ennegrecida.

¡Funcionaba!, la temperatura en ascenso lo llenaba de éxtasis, esa sensación que hacía hormiguear su brazo, que rozaba en la locura y le hacía imaginarse los usos prácticos de esas creencias para el futuro.

El cañón era un estado tan laico por un motivo. Países a lo largo del mundo centraban su política alrededor de eso, obedeciendo creencias iguales a las que el ahora portaba, centrando todo el gobierno en dogmas escritos hacía miles de años y acatados al pie de la letra por sus creyentes, en este caso, la gente roja que hoy tocaba a su puerta.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora