Capítulo 44: Cuerpo para Vivir y Mente para Gobernar

18 4 3
                                    

Las alarmas advertían de la desgracia que se aproximaba, inclusive en el foso onírico donde se hallaba las podía oír.

Ahora flotaba de brazos abiertos en un lago infinito, sin luz, sola, únicamente el sonido del agua y el ruido del bunker a lo lejos. El vacío en su pecho era grande y sin consuelo; un alma a la deriva, lo que siempre sería, sin propósitos, sin suerte, movida de aquí para allá con tal de cumplir los deseos obsesivos de quienes sí podían pensar. No importaba que hiciese, podía forzarse a reír, a ser desafiante y dárselas de héroe, pero eso no aliviaría el peso extra que siempre cargaría sobre los hombros, el fracaso, la derrota, la pesadez del perdedor.

El agua de la laguna era tibia y poco a poco dejó de sentir su cuerpo.

Cerró los ojos, su final había llegado, su historia se cerraba y ella acabaría justo donde empezó, en la azotea de aquel lujoso edificio, percibiendo el caos que rodeaba al valle capitalino, sintiendo como la rebelión se filtraba por los túneles y callejones, observando la descomposición de sus antiguos líderes, quienes la invitaban a servirse de aquel banquete perverso y sonreír ante el mundo.

Intentó oponerse y allí estaba, en la misma posición, Fracasada, de manos atadas, un artífice del caos, su más fiel compañero dondequiera que fuese.

Traidora, el título que siempre la acompañaría.

Ese día que su lealtad se rompió, no solo se horrorizó al ver en lo que se habían convertido sus superiores, sino al imaginarse a ella misma consumida por ese poder, nublando su mente, inhalando con fuerza para olvidar sus malas prácticas, posando sus manos sobre la carne joven, observando los ojos angelicales de aquella mujer mientras gozaba de las cosas mundanas y primitivas, con el poder de hacer lo que quisiese, sin repercusiones, despreocupada, con millones de personas que la verían como un modelo a seguir solo por vestir ese uniforme.

Ellos necesitaban eso de ella, una Leryda insensible, más intransigente y sucia. Al nunca poder obtenerla, pensaron en forjarla a base de amenazas, ofreciéndo el poder como vía de escape y dejando que hiciera efecto. Tarde o temprano el veneno la convertiría en su similar, una Tirana, capaz de arrodillar al mundo si se lo proponía, con poder militar infinito... egoísta y sonriente ante la desgracia.

Por eso ellos la querían cerca, sabían que el gen Federal estaba en su ADN, como los miles de jóvenes que crecieron bajo su manto. Los caudillos vieron la oscuridad en sus ojos, la tiniebla que ellos mismos podrían crear si tocaban los puntos correctos.

Cobarde, manipulable, moldeable, portadora del gen Federal y por siempre arrodillada ante ellos.

Era ingenua por pensar que podría hacer el bien después de actuar tan ciegamente ante el mal a su alrededor. Era tan crédula, pues pensó que acabar con ellos la liberaría de su yugo invisible y expiaría sus pecados... todo fue un paño frío, una solución que la consumió y la convirtió en lo que era, una mujer rota, carente de las cosas más básicas en su corazón y una mente podrida que la insistía en luchar por el bien y la libertad.

Quizás nunca fue libre, sino un experimento retorcido del destino.

Era horrible. Noto el cosquilleo en sus mejillas, estaba llorando.

«Mírame a los ojos», su propia voz le hizo reaccionar.

Abrió los ojos. Estaba en el cañón, sobre el bloque de hierro cálido en ese santuario bajo tierra. Los acólitos se aproximaron a ella y la encadenaron con fuerza, posaron aros y amuletos de hierro sobre su cuerpo.

Empezaron a orar en una sola voz.

Sus recuerdos volvieron a proyectarse en el cielo azul de arriba, un popurrí de pena y deshonor:

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora