Capítulo 49: El Rostro Sobre la Arena

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Debo acabar con esto, pero... apenas y me puedo mover.

Él parece un esqueleto con piel. Un cadáver capaz de andar, impulsado por cosas que él sólo entiende.

Yo le ataqué con todas mis fuerzas, pero allí sigue. Lo veo con el único ojo que puedo abrir, está averiguando cómo usar una cámara pequeña. Su forma es extraña: encorvado, con el traje —similar al que yo usaba — manchado de sangre seca y apenas aferrado a su cuerpo consumido; los ojos parecen lo único reconocible en su cara, el resto es una capa oscura de moretones y jirones de piel, ya no queda nada del hombre de las revistas.

Nunca me desmayé por completo, solo quedé en un punto intermedio, viendo luces donde no las había en medio de una oscuridad que no existía.

Me arrastró hasta la sala opaca donde controlaban el misil.

Fue mi segunda vez en ese sitio. De la primera no puedo decir mucho, estaba apenas consciente.

Sé que me usó para narrar un mensaje, al menos mi imagen, porque por mi boca no salió ni una sola palabra. Por lo poco que puedo ver, fue nostálgico con la decoración del lugar: una silla dorada —donde me dejó sentada—, candelabros del mismo color tirados por el suelo, alfombras rojas ahora chamuscadas y la bandera blanca y roja colgando de la pared, el único símbolo intacto allí.

Todo es muy similar al antiguo palacio de la Omnipresencia, al menos a mí me lo parece.

Mierda... él se acerca.

Esien me bajó del trono dorado, tirándolo al suelo en el proceso. Ahora me arrastra hasta las computadoras con todo y alfombras. Le cuesta, pero sigue mientras jadea por aire.

A un lado, iluminando el sobrio espacio, el Sable de la Unión estaba tirado en el piso como un cachivache más, alguien debió tirarlo durante el enfrentamiento.

Tuve que haberlo derrotado, pero lo que hice no fue suficiente.

Algo más lo mueve y no es ese brazalete.

El brazalete es una farsa.

Si el creador —o lo que fuese— me dio esto que siento ahora, no creo que quisiera compartirlo con él.

A menos que no le guste apostar, ambos podemos matarnos si queremos.

Los Pieles de hierro lo quieren muerto, no serían capaces de confiar en él.

Mientras me lleva a rastras y sujeta la cámara con su otra mano, voltea a todos lados, sudando como un cerdo y temblando. Su energía parecía escasear, aunque yo no lo daría por hecho.

Con su voz descompuesta, dijo hacía la cámara:

—Gracias a su desobediencia, gracias a lo irresponsables que fueron con este país, hoy la sangre de su gente quedará en sus manos —habla con tanta seguridad, se le dan las palabras, puedo imaginarlo escribiendo todo esto que dice.

»—Su Capitana, esa que les vendieron como heroína, siempre estuvo con nosotros, ella siempre mantuvo sus convicciones.

Yo nunca pedí ser esto... aquí abajo, se me ocurren un par de razones para vestirme de blanco y ninguna de ellas haría la diferencia ahora.

Ambición o quizá darle significado a lo poco que había vivido, no lo sé, no puedo pensar bien.

Yo me entregué voluntariamente, yo me hice esto.

9 años para terminar en el infierno y tantos más que deberé pagar si fracaso.

De todas formas, poco me queda.

No pienso en el futuro, pronto moriré.

Marcano ahora tira de mí hacía arriba, hacía las luces de las computadoras.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora