Capítulo 35: Todos somos Iguales, Solo Nos Diferencian Nuestros Pecados

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Las gotas de lluvia golpeaban con fuerza el techo del camión, un ruido que le traía recuerdos de su antigua morada, ahora abandonada. El transporte, más bien, la celda portátil donde la llevaban dejaba entrar el aire fresco por una pequeña reja rectangular en la parte superior, por lo demás, la humedad dentro era comparable con estar en una sauna.

El calor le indicaba que se encontraban cerca de la tierra del hierro y de la cultura que a ella tan mal sabor de boca le causaba, mas no pasarían por las calles angostas y concurridas de las ciudades gemelas, sino que seguirían atravesando el territorio por caminos irregulares hechos a mano por sus ahora camaradas, las Brujas.

Leryda se hallaba recostada contra la esquina de la celda, el movimiento constante le mecía la cabeza de un lado al otro, algo que sería cómico para cualquier espectador, pero esa madrugada nadie estaba para risas y disfrute, faltaban horas para que el plan, ese todo o nada que organizó el ex federal con la finalidad barrer todo cuanto fuese república.

Desesperación, ese sentimiento que deja a sus enfermos escuálidos y débiles ya había dado paso a un nuevo padecimiento en la ahora Capitana, si es que aún podía llevar ese prefijo. Lo que su alma sentía ahora era todo lo contrario al sentir, pues donde antes reinó la preocupación por intentar hacer algo en contra de Marcano, ahora era un vacío extenso, una profunda indiferencia que incluso le permitía dormitar con el rostro lleno de sudor y los cabellos empapados contra el metal frío de aquel transporte.

Era un sueño interrumpido, incómodo y 0% reparador, pero que ella no lo veía con malos ojos, pues necesitaba energía para lo que vendría, fuese bueno o malo, lo primero que cayese en su plato.

Inclusive había abandonado la tristeza, atribuyéndolo a que, quizás, seguir la corriente a sus captores hubiese sido más tranquilo para su mente. Como ella sabía, si no se tiene escapatoria, nada mejor que alzar los brazos en honorable rendición.

¡Bam!, su cabeza golpeó con fuerza el metal humedecido, una risa y un reproche sonaron lejos en su subconsciente. Tantos golpes en la cabeza le pasarían factura próximamente, sino es que ya estaba pagando las consecuencias.

Pese al dolor, no quiso abrir los ojos, quiso poder soñar y marcharse a un lugar mejor, otro donde esa nación no existiera, ni ningún continente, quizás en otro planeta, aunque resultara fantasioso.

—¿... de otro planeta?, no me sorprendería —allí iba de nuevo, a refugiarse en sus recuerdos, sin importar lo herida que estuviese, no había existido felicidad ni color en ella hasta que conoció a su difunta confidente, la dueña de todo su ser.

Ese recuerdo en particular le gustaba, pero prefería dejarlo oculto, pues cuando ocurrió, pensaba que llegaría a tener un futuro a su lado.

Ocurrió momentos antes de marcharse a la capital con la delegación de la naciente Republica. Erlín se mantuvo pegada a ella hasta que se marchó, no le quito la vista de encima ni por un segundo, como si lo que observase fuese comparable a una obra de arte, pero solo era ella con su uniforme limpio y ella mejor arreglada que de costumbre.

—Pues nadie es como yo y, de todas maneras, yo no me lo inventé, de donde vengo siempre me dicen que debo venir de un sitio igual que yo.

—¿Extraño? —recordó haber reído, sonido muy extraño en su mente.

—Cuando te conocí no tenías sentido del humor, ¡otro aporte mío a la patria! —bromeó, acompañando a su confidente con risas —, te lo digo en serio, siempre dicen: ¡Erlín!, ¡sí!, es muy habilidosa, ¡fuera de este mundo! —imitó en voz áspera y profunda, remedando a alguien mayor.

—Es verdad, tienes habilidad para hablar, nunca te callas.

—Te estás volviendo toda una comediante, Teniente —odiaba que le llamara por su rango, le daba ciertos aires de superioridad que a ella no le importaban mantener frente a esa mujer.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora