Leryda, al momento que el teléfono empezó a sonar, no había podido conciliar el sueño. Con ojos entrecerrados veía la luz que entraba a través del balcón en la noche estrellada. La humedad y el calor eran inhumanos, el aire acondicionado de la habitación no era más que un aparato inútil, incapaz de compensar el infierno dentro.
Se retorcía entre su propio sudor, la cama a esta hora de la madrugada no era más que un charco templado, creado a partir de su propio sufrimiento. La temperatura era su última preocupación, era una recreación de aquella noche, donde Armstrong se presentó a ella como lo que era, una persona descarnada.
Al menos esa noche estuvo sedada, hoy se sentía como ganado.
Recostada sobre su brazo izquierdo, se apretaba con fuerza la pierna derecha, donde más temprano su capacidad de defenderse había flaqueado, jamás se imaginó que un cuchillo de cocina, de plástico y de color tan infantil podía hacerle tanto daño.
Los mercenarios de Marcano la vendaron, pero podía ver una clara mancha de sangre sobre las vendas. Quizás era ingenua al pensar que le darían algo para el dolor o simplemente era parte de la tortura.
La Teniente proyectaba en las vendas teñidas de rojo oscuro lo que se estaba cocinando allá en las llanuras Orientales. Un complot gigantesco, la República no tenía ni idea y pronto les estallaría en el rostro.
Cogió por fin el teléfono, esperando que fuese el oficial Moraes, quien temprano le había enviado decenas mensajes preguntándole como estaba y, por alguna razón, si se encontraba con Clara. Naturalmente, no se puede atender el teléfono mientras se es una Mercenaria y se traiciona al país.
―¿Qué quieres, Moraes?― Pronunció con dificultad, depositando el móvil sobre su oreja y volviendo a presionar con fuerza su herida.
Leryda lo notó silencio a través del teléfono, había dudas del otro lado del teléfono.
―Leryda...― «Mierda», Pensó. No había visto el número que marcaba― Hija, ¿Está todo bien?, suenas cansada...― En toda su vida, solo existía una persona que se atrevía a llamarle ¨Hija¨.
El dolor punzante en la pierna se intensificaba, tuvo que esforzarse para que los quejidos de dolor no salieran por su boca.
―Estoy bien, General. Solo... algo de insomnio.
Silencio entre los dos... hasta que un leve gemido de dolor se escabulló entre el micrófono.
―¿Estas enferma?, no siento que estés bien― Lo último que necesitaba, un momento de clarividencia de su mentor. Leryda se preguntaba porque, entre tantos momentos de soledad durante la gira, el viejo uniformado decidió contactarla en ese preciso momento. No podía negar su cariño hacia ella, su primer instructor, quien la vio entrar a la academia, tan escuálida y ensimismada hace casi 7 años.
»―Disculpa la hora, los viejos ya no dormimos tanto como antes, hay que aprovechar el tiempo, ¿cierto?— La Teniente sentía pena por él, intentando suavizar la situación, buscando que ella bajase la guardia como tantas veces lo logró, pero que ahora poco importaba, estaba sufriendo y se había convertido en lo que muchos le acusaban.
―Estoy bien... ―su voz, un clamor silencioso de ayuda. —...solo quiero dormir—
―Leryda... si te pasa algo, puedes hablar conmigo. Te conozco, sé que algo anda mal, no sé si será el estrés o el ajetreo de tener que estar siempre atenta... eres especial Leryda, siempre habrá gente que te quiera hacer daño...― «Todo es mentira, todo es mi culpa, solo se hacer daño»
Leryda sentía punzadas que bajaban por su pierna, tenía que acabar la conversación antes que terminara de quebrarse por completo.
―Se manejarlo, solo estoy cansada— Su primera verdad, mas el contexto era mucho más extenso.
ESTÁS LEYENDO
Olvidada: La Nación Sin Nombre
General FictionEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...