Capítulo 13

106 69 46
                                    

Los ladridos de Dag me despertaron en la mañana. Por mucho que ame a ese perro, odio ser despertada. Me dirigí al patio para ver que pasaba con el can.

El boxeador aún dormía por lo que pude ver. Decidí soltar al perro, para que corriera un poco por el patio y husmeara en donde quisiera. Aunque hizo todo lo contrario. Al parecer dentro de su casita había una pelota de color verde, la recogió y la colocó en el fino césped a señal de: "quiero jugar contigo" o al menos eso entendí yo; no es como si fuera experta en perros.

Rodé los ojos y suspiré con pesadez.

Accedí a jugar después de todo. Tomé la pelota y la lancé a cualquier punto del patio. Le ordené que la atrapara. Dag echó a correr y unos segundos después ya estaba de vuelta con la pelota en su hocico. Repetí el mismo proceso un par de veces más. Admito que me estaba divirtiendo —y el animal también parecía divertirse— hasta que llegó Noah solamente a interrumpir.

—El desayuno está listo —anunció el boxeador.

—Lo siento, cariño. —Me agaché para quedar un poco a la altura del perro, el cual estaba sentado—. Mami debe irse.

Sacudí su dorado y majestuoso pelaje. Dag me olisqueó un poco y soltó un ladrido de aprobación.

—No puedo creer que te quiere más a tí y lo conoces desde hace solo dos semanas. Eso es injusto —se quejó el boxeador, llevándose una mano al corazón, ofendido.

—Es que a mí todos me aman, Don Musculitos. —Le guiñé un ojo.

—Igual estoy celoso, es mi perro, Sherif. —Hizo énfasis en "mi".

Esbocé una sonrisa de triunfo y me fui a desayunar con él.

Luego del desayuno me preparé para ir a trabajar. Me vestí con el mismo estilo de siempre y me marché a la clínica. Para llegar tomé un taxi directo al lugar. Saludé a mis compañeros de trabajo y entré a mi respectiva oficina.

Como siempre el aburrimiento me consumía y me puse a dar vueltas en la silla giratoria. Que me digan infantil, pero esto es muy divertido. Cuando paré de dar vueltas —porque me había mareado— Liam Noah llegó a la consulta.

Él se sentó a mirarme en ese sofá que me trae muchos recuerdos no apto para menores, sin decir nada. Pensé que hoy tampoco hablaría de sus problemas y por esa razón no insistí y me mantuve callada.

—¿Sabes por qué razón escogí nuestra casa? —preguntó el chico aún con los ojos en mí, dejándome desconcertada.

—Claro que no —me limité a responder.

—Yo nací allí —afirmó, lo que me dejó aún más atónita—. Ese fue mi hogar hasta que mi madre murió cuando tenía cinco años.

No sabía que responder.

No sabía que hacer.

No sabía cómo reaccionar.

—Yo... Lo siento mucho. No lo sabía —me disculpé. ¿Por qué? No tengo la menor idea.

—Tranquila, no es tu culpa —dijo con un tono de voz que nunca había escuchado en él. Un tono triste, quebrado. No sé describirlo.

—¿Por qué me estás contando todo esto? —quise saber.

—Hoy es su aniversario de muerte —contestó.

—En la mañana estabas bien. No lo entiendo —comenté. Me levanté de la silla y me senté a su lado.

—Supongo que oculto lo que siento demasiado bien —enunció—. Unos años después de la muerte de mi madre, mi padre conoció a Susie Park, mi madrastra. Leo también estaba un poco afectado con todo, pero fue fuerte por mí. Yo... Siento que le debo algo. Digamos que Susie no tuvo hijos porque no podía y lo pagaba con nosotros dos, unos niños. A ella le gusta jugar pesado. Nos encerraba en cuartos oscuros, nos golpeaba, nos dejaba sin comer o simplemente no nos daba los cuidados que necesitábamos.

AMOR ALQUILADO√√Donde viven las historias. Descúbrelo ahora