NARRA LIAM NOAH POR LOS SIGUIENTES CAPÍTULOS CÓMO HA SIDO TODO DESDE SU PERSPECTIVA
Golpeo el saco de boxeo una y otra vez. El entrenamiento de hoy había sido duro. Pero, por fin podría ir a un lugar al que puedo llamar hogar. Nací en esa casa. Viví ahí por los primeros cinco años de mi vida hasta que mi madre murió.
Un año después mi padre se casó con una mujer llamada Susie. Al principio ella nos trataba bien a mi hermano y a mí, y luego con el paso del tiempo cambió drásticamente. Su comportamiento era abusivo. Aunque esa parte ya la saben, como también deberían saber que en realidad no me gusta el boxeo aunque de igual modo he sido campeón.
Llegué a la casa acompañado por mi fiel y peludo compañero, Dag. Al abrir la puerta noté algo muy raro. Las sábanas que deberían cubrir los muebles no estaban, todo se veía recién limpiado y no sólo eso, sino también que junto a la puerta había un par de maletas.
Mi perro empezó a ladrar.
—¡Dag, silencio! —le ordené casi en un susurro.
Una chica apareció frente a mí con un cuchillo de cocina bastante grande. Ella usaba unas gafas. Se veía hermosa. Tenía labios gruesos y una mirada inocente. Parecía un ángel, si no tuviera un cuchillo en la mano como una psicópata.
Creo que alguien se enamoró a primera vista.
Yo también lo creo, conciencia.
—¿Quién eres tú? —Dios mío su voz es hermosa.
La miré a la cara. Ella dejó caer el arma al suelo. Supuse que ya se dió cuenta de quién soy yo. La chica se quedó un rato como que en trance. Me le quedé viendo bien raro. Es rarita, me encanta.
—¿Holaaa? ¿Hay alguien ahí? —Intenté hacerla reaccionar, agitando los brazos e intentando comprobar si no estaba ciega la algo así—. Se supone que yo debería preguntar quién eres tú. Así que, ¿qué haces en mi casa? ¿Esas maletas son tuyas?
—Una pregunta a la vez, por favor —pidió ella.
Al menos funcionó tu intento de sacarla del trance.
—Ah, claro. Tú debes ser la sirvienta. Te descontaré del sueldo mensual esta pequeña situación —informé yo, ignorando sus palabras intencionalmente. Quería comprobar si era fácil irritarla—. Lleve las maletas a mi nueva habitación.
—¿Perdone? —cuestionó la desconocida, llevándose una mano al corazón, ofendida. Y sí, era fácilmente irritable— ¿Tengo cara de sirvienta?
—¿Quién te crees que eres para hablarme así? —pregunté yo, mirándola con mala cara a propósito para hacer más creíble mi actuación de enojo.
—¡Yo soy la dueña de esta casa! —gritó ella.
—Vamos a relajarnos un poco, ¿ok? —puntualicé y levanté las manos en señal de rendición.
Noté que ella apartó el cuchillo en el suelo con un pie.
—Mejor vamos a una habitación y lo resolvemos en la cama —propuse yo, era cierto pero fingido a la vez.
A veces simplemente te pasas de los límites.
Lo sé.
Acepto las consecuencias.
Ella levantó su mano y por primera vez en mi vida una chica me abofeteó. Creo que me lo merecía.
Esa chica tiene agallas.
La amo.
Normalmente todas las chicas caen rendidas a mis pies. Ni siquiera tengo que decir nada para que me muevan las caderas. Pero ella o se hace la dura o es dura de verdad. Nadie se resiste a mis encantos. Nunca. Ni una sola mujer se ha resistido. Hasta ahora.
—¡Fuera de mi casa! ¡Ahora! —me ordenó gritando, sí otra vez.
—Eres tú la que debe irse. Tú estás en mi casa —rebatí con una mano en mi mejilla roja.
No pensaba darle todas las de ganar. Ahora ya no.
Por mí se puede quedar todo el tiempo que quiera.
—¡Yo compré esta casa! —recalcó a gritos.
—¿Te han dicho que gritas mucho? —quise saber. Indagué con serenidad.
—¡SÍ! —respondió. Adivinen cómo: gritando.
—Entonces yo te lo repito: gritas demasiado. ¿Entiendes? —Mostré una sonrisa arrogante.
La chica respiró profundamente y entró en una especie de trance otra vez. No se movía ni siquiera parecía respirar. Se veía como... Emmm... ¡Un maniquí! Sí, eso, un maniquí.
Pasé mi mano frente a su cara, pero sin tocarla obviamente. Ella no reaccionaba. Incluse le hablé y me movía frente a ella. Estaba dispuesto a tocar su cuerpo y que me diera otra bofetada con tal de hacerla reaccionar.
—Tierra llamando a la desconocida frente a mí. —Suspiré y me llevé dos dedos al puente de la nariz, irritado de verdad. Y yo que soy el ser menos irritable sobre la Tierra—. Escucha, podemos arreglarlo. De todos modos te irás.
—No me iré. Llamaré a mi abogada —aclaró, cruzándose de brazos.
—Yo haré lo mismo, ya veremos que pasa después. —Le lancé una última mirada.
Me marché al jardín trasero. No pude evitar darme cuenta de que todo seguía igual en la casa.
Mi celular ya lo tenía en la mano. Marqué el número de mi abogado en el móvil y pulsé el botón verde con símbolo de un teléfono. El hombre descolgó al terminarse el primer tono. Charlamos durante un rato y le expliqué mi situación con la hermosa desconocida que se encontraba haciendo mimos a mi perro en la sala de estar.
Antes de colgar dije una última cosilla:
—En serio quiero tener una oportunidad con ella. Usted me entiende, siento que me enamoré por primera vez. Le pagaré un dinero extra a usted y a la abogada de la chica para que digan que todo está bien con los papeles. Enviaré las fotos de los papeles de la propiedad a su número personal. Me sería de mucha ayuda si averiguara su nombre. Gracias.
Colgué después de eso. Esa chica de verdad que tiene algo especial y lo voy a descubrir.
***
Llegué justo a tiempo para la reunión con los dos abogados. Me había encargado ya de sobornarlos para que explicaran algo que resultó ser cierto. Los papeles sí se encontraban en regla.
No había ningún fallo. Nada. Aunque todo estaba bien decidí pagar a los abogados. El hombre que me representaba después de todo sí descubrió el nombre de la chica. Su nombre era Cheryl Smith.
—Deben compartir la casa —dijo la abogada de la chica.
—No pienso compartir mi casa con este —Cheryl me señaló sin mirarme.
—Y yo tampoco pienso hacerlo. —Señalé también, aunque sí pensaba hacerlo.
Como cuando tu mente pide a gritos una cosa y de tu boca sale otra completamente diferente.
Necesito que se vea convincente. ¡Deben darme un premio al mejor actor!
—Todos los papeles están en orden. La casa pertenece a ambos —mencionó mi abogado.
Cheryl suspiró.
—Vamos a nuestra casa —le ordené haciendo énfasis en "nuestra".
—No iré contigo a ninguna parte —mencionó ella, furiosa.
—No vas a ir en el autobús —enuncié dando guerra.
Podría hacer esto todo el día sin problema. Los abogados se miraban entre sí con sonrisas divertidas.
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AMOR ALQUILADO√√
RomanceUna psicóloga a la que le faltan unos cuantos tornillos. Un boxeador al que no le gusta luchar. Hay algo mal aquí. Comprar la misma casa y no saberlo está bien jodido, pero vivir juntos y ser completamente extraños lo es aún más. Completamente opues...