Capítulo 35

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Por mucho que busqué, no encontré sal en la cocina ni en la reserva. Pensé en Cheryl y que tal vez ella podría darme un poco. Enseguida ahuyenté esa idea de mi mente. Ella ni siquiera me abriría la puerta.

No pierdes nada con intentar. Además, es una buena excusa para verla.

Tienes razón.

Yo siempre tengo la razón.

Nada mejor que empezar el día con un debate mental con tu conciencia.

Decidí llamar a Alissa, no tenía otra opción. Le pregunté la dirección de la psicóloga y me la dijo. Me deseó suerte. Ella había entendido también que lo nuestro fue algo extremadamente pasajero.

Agarré un recipiente de la cocina y dejé a Dag cuidando la casa. Fui justo a la casa que me dijo Alissa. No estaba tan lejos del parque por el que suelo pasear a mi perro.

Cuando llegué a los alrededores de Cheryl, había un chico allí con la mano en la puerta. Ella parecía algo incómoda con su presencia. No era alguien que yo conocía y aparentemente ella tampoco lo conoce. Decidí acercarme un poco, pero él no se iba.

Caminé hasta ella.

—Mi amor, ¿quién es este? —Hice acto de presencia para intimidar al chico, el cual era un poco más alto que yo.

—Es un amigo de Sara. —Ella hizo un gesto para restarle importancia—. Pero ya se iba.

Diciendo esto, el desconocido se marchó. Menos mal. Lo observé irse. Ese tipo no me daba buenas vibras.

—Seguramente otro de los novios obsesionados de Sara. —Suspiró para luego de preguntarme con la mirada qué hacía allí.

No dije nada. Había olvidado lo que venía a hacer hasta que recordé el recipiente para la sal en mis manos.

Necesitas comer más pescado, Noah. Te falta la memoria ya.

—¿Tienes sal? —pregunté por fin. Ella se quedó confundida un instante.

—¿Eh? Sí, sí, claro —respondió y se dirigió a la cocina.

Yo la seguí y allí me dió la sal. Nos quedamos en silencio un rato, mirándonos fijamente.

Esta es la situación más estúpida en la que hemos estado en nuestra vida.

—Bueno, emm... —murmuró la chica y se aclaró la garganta.

—Oh, gracias por esto. —Señalé la sal y me reí con nerviosismo—. Yo mejor me voy.

¿Por qué rayos estoy tan nervioso? ¿Qué me pasa? Esta no es la primera vez que estoy con ella o algo así.

El rostro de la chica denotaba que quería tenerme ahí. Que me quedara con ella. No estaba muy seguro. Deducí eso y no pude aguantar más mi deseo hacia la chica. Dejé el recipiente con la sal justo detrás de mí, en la isla. Ella se acercó a mí para acto seguido besarme. Unimos nuestros labios en un apasionado beso lleno de deseo y, podría decirse también, nostalgia.

No hubo otro tipo de roce entre nosotros. Lo que me contó después me dejó impactado y sentía que era mi culpa por no estar más cerca de ella. Mi chica había sufrido un abuso sexual.

Sentí ganas de partirle la cara al hijo de puta que lo hizo. Aunque, no podía hacer nada. Le prometí que denunciaríamos al tipo juntos.

Un buen rato después, Cheryl habló con mi hermano por teléfono y dijo algo sobre Alissa. Escuchar su nombre me ponía incómodo, pero ahora tenía de nuevo a mi chica y ella no importaba. Decidí ponerme la ropa para irme a mi casa.

Así lo hice. Cuando llegué, Dag me recibió bastante alegre, al igual que yo. Jugué con él durante un buen rato e incluso dialogué con el perro sobre lo que había pasado. El animal soltó un ladrido al mencionar que había vuelto con Sherif. Al parecer la idea le encanta, y a mí también.

***

El tiempo pasó quizás demasiado rápido. Al menos un mes más tarde, mi querido hermano mayor nos invitó a toda la pandilla con todos los gastos pagos en una isla privada. Esta sería mi oportunidad para crear un ambiente romántico y agradable entre Cheryl y yo. Estaba decidido a pedirle matrimonio, además, nunca estuve más seguro de algo. En serio quería esto.

En la isla, Derek, un amigo de la infancia se interesó en Alissa. Y la chica también parecía encantada con él. Mejor nos saltamos la parte del romance de esos dos solterones.

Al atardecer desaparecí. Mi hermano y yo nos pusimos de acuerdo para hacerlo, él le pediría matrimonio a Sara y yo a Cheryl. Ambos nos fuimos por caminos opuestos, yo por la zona de plantas tropicales y Leo por la arena.

Me encargué de colocar una mesa de madera y dos sillas entre cuatro palmeras. De cada una hacia la otra colgaban unas cuerdas con bombillos encendidos dándole al ambiente un toque rústico —por así decirlo—. No esperaba que hubieran luciérnagas allí, pero fue un enorme detalle. Platos de mariscos recién hechos se encontraban servidos sobre la mesa.

Mi chica llegó a la escena. ¿Cómo sabía que llegaría ella y no Sara? Pues en realidad no lo sabía, simplemente usé la suerte. Cheryl parecía asombrada. Eso quiere decir que realicé un buen trabajo en la preparación de todo esto. Como lo haría cualquier caballero aparté su silla para que ella se sentara. Luego me senté yo. Hice una señal para que comiera y empezamos a cenar.

A medida que el sol se iba ocultando, las luciérnagas brillaban con mayor intensidad.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —habló ella de repente.

—Eso es una pregunta.

—¿Por qué dejaste el boxeo? —cuestionó y se comió un trozo de pescado.

Esperaba esa pregunta desde antes.

—Porque yo en realidad nunca quise ser boxeador, sólo lo hice por mi padre. —Me encogí de hombros—. Ahora me toca preguntar a mí. ¿Por qué lees?

—A los trece años era una bella manera de escapar de la realidad. Leer te cura el alma. Creo que algo muy mágico puede pasar cuando se lee un buen libro. La lectura es escape, descanso y acción, pero a veces puede llevarte a la luz o hundirte aún más.

Verla sonreír era lo más bonito de mi día. La amo de verdad.

—¿Sabes algo? Amo oírte hablar sobre libros. Tus ojos brillan cuando lo haces. ¿Y sabes algo más? Por tí compraría todas las librerías del mundo solo para verte feliz —confesé.

Cuando terminamos de comer, me calmé un poco antes de hablar pero de igual forma fue inútil.

—Si me permites. —Me levanté de mi silla y saqué la pequeña cajita negra de mi bolsillo. Esta contenía el anillo de compromiso—. Realmente eso de los discursos no es lo mío. Pienso que he demostrado todo mi amor hacia tí y después de todo lo que hemos pasado solo me queda una cosa que decir. —Me agaché frente a ella y abrí la cajita, mostrando su interior—. ¿Quieres ser mi Mushu Jen?

Ella se quedó callada por un segundo. Los nervios me consumían. ¿Y si decía que no? ¿Y si no estaba lista o era alérgica al compromiso? Sentía que mi corazón iba a dejar de funcionar en cualquier momento.

—¡Claro que sí! —contestó al fin.

Sentí un gran alivio y felicidad. Coloqué el anillo en su dedo anular, después me puse de pié y nos besamos.

AMOR ALQUILADO√√Donde viven las historias. Descúbrelo ahora