Capítulo 26

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Le insistí a Cheryl hasta que aceptó irse conmigo a casa. Cuando llegamos ella se encerró en su habitación. Escuché que hablaba por teléfono, creo que con sus padres y me fui de la casa para pasear a Dag. Sería mejor no causarle problemas a la chica. No me imagino lo que pasaría si se enteraran de que la casa es compartida, conmigo.

Estuve fuera por un buen tiempo. La tarde casi noche llegó más rápido de lo que esperaba. Me encontraba en uno de los sofás frente a la puerta. Cheryl apareció muy arreglada. Iba a salir y debía averiguar si tenía algún rival.

—Cocina solo para ti si quieres. Iré a comer fuera —anunció la chica.

—Recuerda no traer ligues a la casa —le recordé para ahorrarme sufrimiento y una nariz rota a quien sea con vaya a verse.

—¿Quién dice que un hombre debe invitarme para ir a comer en un restaurante? —reclamó ella.

Rodé los ojos y solté un bufido.

Cheryl vestía un vestido rojo intenso muy seductor. Había algo que llamó mi atención. Ella no estaba usando un suéter de cuello alto esta vez.

La chica tenía un tatuaje de una luna bastante simple tatuada en su cuello. Miré esa zona fijamente hasta que se marchó luego de despedirse del can y no de mí.

—Esto es realmente indignante. —Contemplé al perro—. ¿Cómo haces para gustarle tanto? Tengo que aprender contigo.

Dag ladeó un poco la cabeza en señal de confusión.

Estás completamente loco.

Por Cheryl.

—Me muero por esa chica —comenté al perro—. Es muy hermosa. —Dag me soltó un ladrido—. ¿Qué?

Cierto. No lo había alimentado en la noche. Estaba ocupado con la psicóloga.

Me dirigí a la cocina y le di su porción de comida. Ahora faltaba yo por comer algo. No tenía apetito pero se me antojaba un sándwich con queso, jamón, lechuga y pepinillos. Lo preparé rápidamente y empecé a comerlo. Necesitaba matar el tiempo con algo. Mientras comía pasé por delante de la puerta del primer dormitorio, perteneciente a Cheryl.

Me dieron unas inmensas ganas de entrar, pero no lo haría, no estaba tan loco como para hacer eso. Y además, si se daba cuenta me mataría, literalmente.

Seguí de largo. Terminé con el sándwich y entré a mi habitación. Aburrido. Me lancé a la cama sin nada más que hacer. Volví a levantarme y me fui a la sala de estar. Quería encontrarme ahí cuando Cheryl llegara. Apagué las luces para que no sospechara nada y me senté en el sofá a esperar. Sentí que me hacía viejo ahí.

Me estaba quedando casi dormido cuando escuché la introducción de una llave en la cerradura. La puerta se abrió, Cheryl había llegado. Ella soltó un gritillo por el susto al verme ahí sentado a oscuras.

Ella encendió las luces.

—Demoraste una hora —le recriminé sin derecho.

—¿Y qué? —preguntó, ella encendió las luces—. No te debo explicaciones.

En eso ella tiene toda la razón.

La tiene, pero no se la daré.

—Nueva regla: no llegar tarde a nuestra casa —dictaminé.

—Ni siquiera son las once de la noche —reclamó, frunciendo el ceño.

—¿Tengo cara de que me importe? —cuestioné yo, enarcando una ceja.

—¿Disculpa? Soy una adulta, tomo mis propias decisiones —soltó.

Me dejó con la palabra en la boca y se marchó irritada. Supuse que iría a su habitación.

AMOR ALQUILADO√√Donde viven las historias. Descúbrelo ahora